Dentro de la pena de tener que despedir para siempre a un paisano querido, Baños de Río Tobía vivió este viernes una jornada en la que los bañejos y todo aquel que conoció de una manera más o menos cercana al cardenal Eduardo Martínez Somalo, ... echó mano de los buenos recuerdos.
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Tras la llegada a su localidad natal, a primeras horas de la noche del jueves, de los restos mortales de don Eduardo, como era conocido por sus paisanos, a las 9 de la mañana se abrían las puertas de la ermita de la Virgen de los Parrales, convertida en capilla ardiente, para rendir el último homenaje a tan insigne hijo.
La ermita, en la que como señalaba el bañejo José Mari Pérez, «don Eduardo estuvo muy involucrado a la hora de su construcción», y la que visitaba cada tarde cuando aún su salud le permitía venir desde Roma para pasar las vacaciones junto a sus paisanos, y en la que a menudo acostumbraba a oficiar la misa.
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Por delante del féretro con el cuerpo del cardenal, que fue durante muchos años uno de los hombres más importantes en el organigrama de la iglesia católica, fueron pasando los bañejos y otras personas venidas de fuera, para darle el último adiós. Allí se encontraban con los familiares del purpurado y, tras las condolencias, la mayoría intercambiaba recuerdos de los buenos momentos vividos junto al prelado.
Recuerdos como los que relataba el antes citado Pérez, quien rememoraba que el difunto «fue compañero de pupitre de mi padre, en la escuela, y me contaba que como no estaba tan al tanto como él, mi padre se fijaba mucho en sus deberes para aprender». O cuando, siendo empleado de la fábrica de embutidos y jamones Hijos de Martínez Somalo, «yo solía conducir por la fábrica la carretilla mecánica y el primo de don Eduardo, Lino, que era mi jefe, me solía decir: ten cuidado que está don Eduardo por la fábrica, no le atropelles. Porque él tenía costumbre de andar por ahí paseando y leyendo».
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También recordaban todos la entrañable figura del cardenal recorriendo el pueblo durante sus vacaciones, «saludando a todo el mundo, porque conocía a prácticamente todas las familias del pueblo» y porque, como decía María Teresa Alonso, «era muy simpático, agradable y muy entrañable». Ella acudió a despedirse del cardenal junto a su esposo y otro matrimonio amigo, y a la salida relataba el exquisito trato que recibían los bañejos cuando viajaban a Roma. «Con ocasión de nombrarle obispo de Colombia, viajamos dos autobuses desde Baños, él se preocupó de que pudiéramos ver en un fin de semana, lo que, según decían, hacía falta un mes para verlo».
Benita Álvarez, nacida en la localidad aunque residente fuera, tampoco quiso dejar pasar la ocasión de despedirse del cardenal, y recordaba «cuando éramos pequeños que íbamos a recibirle cuando venía al pueblo» o «cuando murió mi madre él le hizo una misa en Roma»,
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