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MAURICIO-JOSÉ SCHWARZ
Martes, 1 de febrero 2022, 00:26
Comienza con una pequeña mancha blanca en un diente que puede pasar totalmente inadvertida. Termina, si no se trata oportunamente, con un profesional limpiando la lesión con un taladro para luego reconstruir el diente dañado. Esta es una experiencia común al 99% de los seres humanos. Y eso quiere decir que hay aproximadamente un 1% de personas que son totalmente inmunes a la caries dental, que jamás han sufrido el dolor que producen estas lesiones cuando llegan al nervio del diente, que nunca se han sometido al taladro, a las reparaciones, al temor que, pese a la anestesia y los sistemas cada vez mejores de resolver el problema, siguen inspirando las visitas al odontólogo.
Para comprender el misterio de ese 1%, lo primero es comprender cómo se producen esos problemas dentales para el 99% restante de nosotros, asunto que aunque está ampliamente estudiado aún guarda algunos secretos. De todas las sustancias que el cuerpo humano sintetiza, la más dura es el esmalte dental, formado por cristales de fosfato de calcio llamados hidroxiapatita. Lo producen unas células especializadas llamadas ameloblastos que están presentes durante el proceso de formación del diente a través de una compleja actividad bioquímica. Pero una vez terminada esta, el producto final, el esmalte, carece de elementos orgánicos y es la sustancia más mineralizada del cuerpo humano. Una vez producida, los ameloblastos mueren, de modo que el cuerpo ya no puede producir más esmalte cuando los dientes ya están formados. Esto resulta muy importante porque el esmalte es el escudo del diente contra las agresiones externas, tanto físicas (golpes, morder objetos duros) como químicas y biológicas, y cuando esa defensa falla no es posible volver a crearla.
El esmalte cubre al diente desde el punto en el que comienzan las encías hasta su extremo, y puede tener entre 1,3 y 2,55 mm de espesor. La parte más gruesa es la que recubre las coronas de los molares y premolares y los extremos cortantes de los incisivos.
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Para que haya una caries es necesario que estén presentes ciertas bacterias en la boca. Se han identificado algunas como Streptococcus mutans y Streptococcus sobrinus, así como varios lactobacilos (bacterias que convierten los azúcares sencillos en ácido), que también pueden ser beneficiosos para el cuerpo humano. Sin embargo, no se conocen aún con certeza todas las bacterias que pueden participar en el proceso y la importancia de cada una.
El siguiente requisito es que las bacterias se puedan quedar en la superficie de los dientes, creando lo que se conoce como 'biofilm' o placa dental, y que es una película pegajosa formada por las bacterias que crecen en los restos de comida adheridos a los dientes o en los espacios interdentales. Si este biofilm no se quita en un plazo breve con un cepillado, las bacterias pueden empezar a digerir los azúcares de la comida y a convertirlos en ácidos que ataquen el esmalte disolviendo parte de su contenido. Es por ello que a mayor cantidad de azúcares en la dieta, mayor riesgo de caries, pues se producirá más ácido en la boca, sobre todo si no hay una buena higiene dental.
La primera indicación de un problema es una mancha blanquecina en un diente, lo que indica que se está produciendo una desmineralización en esa zona debido a los ácidos producidos por las bacterias. En este punto y mientras no se produzca una cavidad con su delator color marrón, es posible remineralizar el diente con cambios dietéticos, mayor cepillado y uso de flúor.
Cuando se ha producido la cavidad y la dentina, la segunda capa de nuestros dientes, está afectada, la única solución existente hasta ahora es la reparación del diente: limpiar la cavidad con un taladro o, cada vez más, con un láser, y utilizar un material para reparar dicha cavidad, que puede ser una amalgama de plata y mercurio, una resina polimérica, porcelana, oro o incluso acero inoxidable. Un tratamiento mucho más deseable, al conservar la capacidad de masticar, que las extracciones dentales que durante milenios fueron la única forma de acabar con el dolor cuando una cavidad provocaba un absceso.
Y que se hicieron sin anestesia durante la mayor parte de la historia humana.
A principios del siglo XX, el odontólogo Fredrick McKay observó que la gente que tenía exceso de flúor por el agua de Grand Rapids, Michigan, presentaba menos caries que sus vecinos. Esto abrió una línea de investigación que demostró que un suplemento de flúor reducía las caries y a partir de 1945 se comenzó a añadir flúor al suministro de agua, la pasta de dientes y los enjuagues bucales para ayudar a combatir el problema.
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Pero hasta ahora no se tiene claro cómo es que el flúor logra esta reducción en las caries. Se sabe que el flúor se incorpora al esmalte en la cavidad bucal convirtiendo la hidroxiapatita de los dientes en fluoroapatita. Sin embargo, sigue siendo un misterio cómo este mineral resiste a las caries. Originalmente se creía que simplemente la fluoroapatita era menos sensible a los ácidos producidos por las bacterias, pero nuevos estudios en Alemania sugieren también que el flúor reduce la capacidad de las bacterias de adherirse a los dientes, de modo que es más fácil que sean desalojadas por la saliva, el cepillado y otros elementos.
El desafío al que se enfrenta la ciencia ahora es diseñar nuevos métodos de prevención mejores que el flúor, para lo cual se trabaja en varias posibles vacunas y en métodos de replicar la inmunidad natural que tienen algunas personas a las caries, aunque los estudios indican que no es una inmunidad provocada por un gen simplemente, sino que se debe a la concurrencia de varios factores, como la forma de la superficie de los dientes, la composición de la saliva y la exposición a ciertos tipos de bacterias.
Cuando no es posible prevenir, la ciencia también está buscando mejores formas de reparación de las caries utilizando la bioingeniería y la ciencia de materiales o, incluso, la regeneración de los dientes, utilizando células madre para producir dentina y esmalte nuevos, un diente sin defectos. Entre tanto, sin embargo, la única opción que tenemos es la prevención mediante una buena higiene dental y, cuando las cosas fallan, la visita al dentista lo más tempranamente posible. Por poco seductor que nos parezca, la alternativa siempre es peor.
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