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mauricio-josé schwarz
Sábado, 22 de enero 2022
Mientras usted ve en su móvil si dejó encendidas las luces del coche, una ganadera consulta en el suyo dónde están todas sus vacas y si alguna tiene alguna alteración de temperatura, otra persona ordena a su olla que comience la preparación de la cena, un inspector ambiental verifica el estado del aire en una ubicación remota y otro pide a un auxiliar digital como Alexa, Siri o Cortana que anote algo en la lista de la compra.
Es la Internet de las cosas, donde la red y sus capacidades van más allá de la comunicación entre ordenadores y mucho, mucho más allá de la función para la cual nació la red mundial de comunicación digital.
Porque lo que hoy es nuestra red no se diseñó pensando en comunicar a personas u objetos, para difundir información… Ni siquiera para compartir fotos de gatitos, aunque probablemente la primera foto felina se compartió pronto, no hay registros históricos. (Como curiosidad, sí sabemos cuándo se subió el primer vídeo de gatitos a YouTube: el 22 de mayo de 2005 cuando el cofundador de YouTube Steve Chen subió un corto de 30 segundos de su gato jugando con una cuerda).
En 1966, la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada (ARPA por sus siglas en inglés), la organización responsable del desarrollo de tecnologías emergentes para las fuerzas armadas estadounidenses, emprendió un proyecto destinado a abordar un desafío que planteaban la incipiente informatización de los procesos del Gobierno, la nueva carrera espacial y el recrudecimiento de la Guerra Fría entre los Estados Unidos y los países de la OTAN contra la Unión Soviética y sus aliados del Pacto de Varsovia.
Las máquinas que se usaban por entonces eran enormes y, por supuesto, inmóviles. Esto quería decir que si uno deseaba usar información almacenada en una máquina que no fuera la suya, tenía que ir hasta donde estuviera o bien pedir que se le enviara por correo en pesados carretes de cinta magnética. Y cada vez era más importante compartir información para usarla de diferentes formas en distintas instituciones o departamentos.
La nueva red permitiría poner esos grandes ordenadores al servicio de todos los investigadores, y, al contrario de lo que dice el mito, su objetivo no era crear un sistema de comando que sobreviviera a una guerra nuclear. El mito ha persistido sobre todo porque eventualmente la nueva red nacida en 1969, ARPANET, haría exactamente eso. Con el tiempo, a la red se unirían ordenadores de muchas universidades e instituciones con un protocolo de comunicación, el TCP/IP, que se considera el nacimiento de Internet. En los años 80 comenzaron a participar de ellas los ordenadores personales y en 1990 Tim Berners-Lee creó el protocolo HTML y con él la World Wide Web que utilizamos en la actualidad.
Sin embargo, para entonces ya estaba en marcha la Internet de las cosas, o Internet incrustado en aparatos que no eran ordenadores.
El verdadero abuelo de la integración de Internet en los más diversos dispositivos fue una máquina de refrescos en la Universidad de Carnegie Melon en Pittsburgh a la que un grupo de alumnos le instalaron a principios de la década de 1980 una serie de interruptores para saber a través de la red si tenía o no refrescos disponibles y si estaban fríos o no. Los electrodomésticos siguieron siendo pioneros cuando en 1990 se conectó una tostadora a la red y en 1991 alumnos de Cambridge programaron una cámara para tomar una foto de su cafetera cada tres minutos y subirla a la red para que todos supieran si quedaba o no café.
En 1996 se dio el salto que daría su forma actual a la red, con el primer teléfono móvil capaz de conectarse a Internet, aunque por su alto costo esto no fue comercialmente viable hasta 1999. En ese mismo año, el tecnólogo Kevin Ashton acuñó el concepto 'Internet de las cosas'. Para que la Internet de las cosas fuera funcional, por supuesto fue necesario tener nuevas formas de comunicación entre dispositivos, como el Bluetooth, la Wi-Fi, la LPWAN o los satélites, además de la conexión por cable Ethernet y las sucesivas generaciones de transferencia de datos por los teléfonos. Hoy estamos ya en la 5ª generación o 5G y ya se está trabajando en la 6G para enviar más datos más rápido y de modo más fiable.
La Internet de las cosas, que despegó definitivamente en 2010, consta de dispositivos con sensores y actuadores capaces de recopilar datos de sus alrededores: temperaturas, presencia o ausencia de ciertos objetos en inventarios, colores, estado de puertas o ventanas, etc. y enviarlos a la nube, donde son procesados y enviados al consumidor en un formato tal que le resulte fácil de entender y usar. De este modo, el usuario puede simplemente informarse del estado del sistema que está supervisando o emprender acciones que comanda también mediante Internet, como por ejemplo encender la calefacción, apagar luces o hacer un pedido para abastecer alguna deficiencia.
Los sensores y su comunicación con la red suelen hacernos decir que algo es 'inteligente' aunque en su proceso no sea necesario que intervenga ninguna forma de inteligencia artificial. Por ejemplo, una nevera inteligente puede registrar datos de los distintos contenidos que alberga e informar al usuario de lo que hace falta comprar… o incluso se puede programar para que la propia nevera haga el pedido al proveedor habitual.
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DARIO MENOR
Además del uso por parte de consumidores individuales, muy diversas actividades hoy utilizan el concepto para supervisar, controlar y accionar dispositivos en la fabricación de bienes, el cuidado de la salud, el transporte, la energía, la agricultura, la venta al menudeo y más. Un ganadero, por ejemplo, puede colocarle sensores GPS a cada una de sus cabezas de ganado para saber dónde están, si tienen una temperatura adecuada e incluso si están en época de celo.
Y los dispositivos 'vestibles' como relojes inteligentes e incluso anillos, permiten mantener un control estrecho sobre nuestras variables de salud, especialmente en el caso de gente que tiene algún trastorno que debe vigilarse, cosa que pueden hacer los médicos o incluso socorristas que pueden detectar, por ejemplo, caídas de los usuarios y la necesidad de ir a rescatarlos mientras se revisan sus signos vitales a distancia.
Nuestra vida será distinta conforme encontremos más cosas que integrar a la red. La información, la posibilidad de acción y la relación más estrecha con nuestro entorno que estamos logrando no tiene precedentes en la historia humana. Ya no hay frontera entre lo virtual y lo real.
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