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«La negación de las emociones de los animales, y por extensión de los sentimientos de los animales, ha sido moralmente conveniente durante la historia de la explotación de los animales por el ser humano», escriben en un artículo en la revista 'Science' el primatólogo Frans B. M. de Waal y la filósofa Kristin Andrews. Advierten de que hay un número creciente de especies –incluidos invertebrados como las langostas, los cangrejos y los pulpos– sobre cuya capacidad de sentir emociones existe cada vez más evidencia y se preguntan cómo deberíamos tratarlas.
«El sentimiento es una experiencia privada. La emoción es la forma en la que se manifiesta. Por eso no estamos autorizados a hablar con seguridad de sentimientos animales, pero sí de sus manifestaciones en forma de emociones. Ya Darwin se dio cuenta de que muchos animales manifiestan emociones de un modo parecido a nosotros», explica Juan Ignacio Pérez Iglesias, catedrático de Fisiología Animal de la Universidad del País Vasco. Ahora hay pistas que apuntan a que la experimentación de sentimientos, hasta hace poco limitada por nosotros a los primates y a nuestras mascotas, está más extendida que lo que creíamos.
Una pista «muy potente», indica el biólogo vasco, es que cuando ante una acción que conlleva un daño se miden en animales los niveles de hormonas, suben las equivalentes a las hormonas humanas relacionadas con un daño similar. «Eso indicaría que pueden experimentar sentimientos similares a los nuestros, siempre con la limitación de que nunca vamos a estar en la cabeza de un bogavante». Otra pista es que, cuando se le agrede de algún modo, ese bogavante huye. «Es una respuesta evasiva que tienes que pensar que se produce porque se le está provocando un daño y el animal es consciente de ello».
susana monsó
Filósofa de la mente animal y profesora de la UNED
Kristin Andrews, de la universidad canadiense de York y coautora del artículo de 'Science', «defiende que hay que partir de la presunción de que todos los animales sienten», destaca Susana Monsó, filósofa de la mente animal y profesora de la UNED. La cercanía evolutiva y la familiaridad hacen que «los primates nos parezcan superhumanos» y que demos por hecho que nuestras mascotas sienten placer, miedo, dolor... «Hay investigaciones que empiezan a apuntar que los insectos sienten», añade la autora de 'La zarigüeya de Schrödinger. Cómo viven y entienden la muerte los animales' (Plaza y Valdés, 2021).
«Los pulpos y las sepias tienen capacidades cognitivas muy importantes. Los pulpos son animales con muchísimas neuronas, que se relacionan con las personas y que tienen comportamientos muy complejos», afirma Pérez Iglesias. «Tienen unas capacidades que jamás hubiéramos podido imaginar. Pasan algunos test muy complejos», coincide Monsó. El pulpo se ha sumado hace poco al grupo de animales objeto de protección especial en la experimentación científica. «Es un animal superinteligente. Tanto que, si le pones un bote cerrado con comida dentro, aprende a abrirlo para coger la comida», indica Susi Marcos, bióloga y asesora de ética en la investigación y la docencia de la UPV/EHU.
A partir de esta realidad, ¿qué hacemos?
«De todo esto no se sigue que haya que dejar de consumir o de utilizar animales, sino que hay que tratarlos causándoles el mínimo daño posible. Si vas a sacrificar uno para comerlo, hazlo de manera que no se entere», señala Pérez Iglesias. Esto se puede conseguir metiéndolos en atmósferas con monóxido de carbono que hacen que mueran «sin ser conscientes de ello, sin el más mínimo dolor», y luego se procesan. La inhalación de monóxido carbono provoca la 'muerte dulce', llamada así porque la víctima no sufre. «En el caso del bogavante y la langosta –añade el director de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU–, no hay por qué meterlos vivos en agua para que hiervan. Es mejor congelarlos antes. No van a sufrir; no se van enterar. El posible cambio en las propiedades organolépticas es un problema menor si te parece, como a mí, que los animales no deben sufrir innecesariamente».
IÑIGO DE MIGUEL BERIAiN
Investigador y experto en Bioética
Para Iñigo de Miguel Beriain, investigador Ikerbasque en la Cátedra de Derecho y Genoma Humano de la UPV/EHU y experto en bioética, «no hay ningún motivo para causar un daño gratuito a un ser vivo». Cuando hablamos de animales, «tenemos que hacer todo lo posible por minimizar su sufrimiento, por evitarlo. No son humanos, pero tampoco hay que tratarlos como si fueran cosas». Como a Pérez Iglesias, le parece que el sacrificio de animales de granja con métodos que evitan el sufrimiento es algo hacia lo que iremos en los próximos años, así como a mejorar las condiciones de vida en las explotaciones ganaderas. De Miguel Beriain cree que en un futuro próximo la biotecnología vendrá en nuestro auxilio con el cultivo de carne en laboratorio a partir de células madre, acabando así con la necesidad de criar animales para su sacrificio.
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«Comer animales es nefasto para esos animales y para el medioambiente –porque las macrogranjas son unas de las causas principales del cambio climático– y, además es una forma muy ineficiente de producir comida. Hay que alimentar a los animales con una enorme cantidad de proteínas vegetales y litros y litros de agua, que podían usarse directamente para alimentar a humanos», afirma Monsó. Para esta experta, todo apunta «en una misma dirección», cambiar nuestra dieta, empezando por reducir el consumo de carne, algo que «podría tener un impacto brutal en el medioambiente y en los demás animales». La filósofa intuye que «lo que nos va a poner las pilas no va a ser, por desgracia, el sufrimiento animal, sino el cambio climático». Junto con la del vehículo privado, la limitación de la ganadería es, en su opinión, «una de las vías fundamental para reducir las emisiones» de gases de efecto invernadero.
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