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Del cerdo aprovechamos todo. Hasta los andares, se dice. Además de disfrutar (los carnívoros) de jamones, chorizos, lomos, pancetas y demás chacinería, parte de los órganos porcinos, como sus corazones y válvulas cardíacas son útiles para xenotrasplantes, su implante en humanos. A partir de ahora ... podremos, además, comprender el lenguaje básico de estos productivos y saludables mamíferos. Y es que un equipo internacional de científicos ha logrado traducir los gruñidos de los cochinos y desvelar por primera vez las emociones reales que transmiten con su estruendoso lenguaje.
Se han utilizado más de 7.000 grabaciones con audios que han permitido averiguar con certeza cuándo expresan felicidad, placer, estrés o temor. La investigación que publica 'Scientific Reports' revela que los marranos sienten y padecen de maneras relativamente complejas. Que tienen su corazoncito, vamos, como sabían ya sus cuidadores, además de una inteligencia que para algunos es superior a la de los perros.
Se grabaron los gruñidos de cerdos destinados al consumo humano desde su nacimiento hasta su sacrificio y en una enorme variedad de situaciones. Algunas placenteras, como la lactancia, con la camada de lechones acurrucada ante las ubres de su madre, corriendo en libertad o cuando se reagrupaban. Otras duras, como las peleas, la castración, la separación del grupo, o la espera para el sacrificio. Se crearon, además, pocilgas experimentales con escenarios simulados para unos marranos que mostraron emociones más matizadas al interactuar con comida, juguetes y otros objetos, estudiando sus reacciones, su comportamiento y su frecuencia cardíaca.
Se analizaron los miles de audios de más de 400 cochinos en busca de patrones en función de las emociones para discriminar las positivas de las negativas. Se confirmó que las de alta frecuencia, como gritos y chillidos, aparecían en situaciones negativas, y las de baja frecuencia, gruñidos y mucho más cortas, se daban en situaciones positivas.
«Con un algoritmo entrenado para reconocer estos sonidos podemos clasificar el 92% de ellos en la emoción correcta», asegura Elodie Briefer, bióloga de la Universidad de Copenhague y codirectora del estudio en el que han tomado parte investigadores de Suiza, Francia, Alemania, Noruega y la República Checa. Traducir y clasificar las emociones porcinas «es un paso importante hacia la mejora del bienestar animal», asegura.
«Ahora necesitamos que alguien desarrolle el algoritmo en una aplicación que utilicen los ganaderos para mejorar el bienestar de sus cabañas», reclama Briefer. Cree, además, que «con suficientes datos, el método valdría para comprender mejor las emociones de otros mamíferos». Aun así, estamos lejos de desarrollar un diccionario cerdo-humano, por más que sea un primer paso de lo que podría ser una tecnología muchísimo más sofisticada que vele por el bienestar psicológico de los animales que nos dan sustento.
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