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Mikel Casal
Saber cómo envejecemos para dejar de hacerlo
Ciencia

Saber cómo envejecemos para dejar de hacerlo

Mauricio-José Schwarz

Lunes, 30 de enero 2023, 18:58

Hoy hay cada vez más personas mayores o viejas, término hoy mal visto, que disfrutan una vida mucho más activa que en el pasado. De ahí que podamos ver en condiciones admirables a personas de más de 80 años, como algunos músicos de rock o exatletas.

Y es que, según la División de Población de la Organización de las Naciones Unidas, en 2018 por primera vez en la historia humana las personas mayores de 65 años sobrepasaron en número a los niños menores de 5 años. Esta cifra global se descompone en otras más reveladoras: esto ocurrió mucho antes en países con mayores ingresos, donde el aumento en la expectativa de vida gracias a los avances de la medicina, la nutrición y mejores estilos de vida se ve acompañado de menores tasas de fertilidad. Así, esta transición se dio en EE.UU. en 1967 y en Corea del Sur en el 2000. En países menos acaudalados, el cruce de estos dos números aún no se da. La ONU espera que en la India esto se produzca en 2026. Y en Sudáfrica en 2030.

Pero este envejecimiento de la población no lleva aparejados los problemas y estereotipos que a lo largo de la historia humana se han atribuido a las personas de edad avanzada. Hoy, muchos más individuos de 70, 80 y más años siguen estando activos y sin los problemas que tradicionalmente se atribuyen a la vejez. El incremento en la cantidad de años vividos se ha correspondido a un aumento en la calidad de vida, lo cual tiene sus ventajas si, siguiendo las proyecciones de la ONU; para el fin de este siglo la población total del planeta se habrá estabilizado en unos 10 u 11 mil millones de habitantes… la cuarta parte de los cuales tendrán más de 65 años y deberán asumir una mayor parte de la carga productiva y social en sus respectivas comunidades.

De Élie Metchnikoff a la actualidad

Durante la mayor parte de la historia humana, el envejecimiento fue asunto de preocupación social pero de poco estudio hasta la llegada del microbiólogo y zoólogo ruso Ilya o Élie Metchnikoff, que había obtenido el Premio Nobel de Medicina o Fisiología por su trabajo en la inmunología. El científico recopiló observaciones sobre las zonas de Europa Oriental donde había un número desusado de personas con un siglo de vida o más, y aplicó sus conocimientos de inmunología para desarrollar la primera teoría del envejecimiento con bases científicas.

Entre sus observaciones destacan la del papel del sistema inmune en los procesos degenerativos de las células, entendiendo que esta degeneración era un elemento clave del envejecimiento. Del mismo modo, propuso la posibilidad de un «envejecimiento programado», es decir, que el propio proceso evolutivo de los seres vivos lo implicara genéticamente. Con base en ello, Metchnikoff propuso las primeras ideas para retardar o detener el envejecimiento, entre otras formas con el consumo de alimentos probióticos que favorecieran la flora intestinal.

En el libro «La naturaleza humana: estudios en filosofía optimista» publicado en 1903, a los 65 años, Metchnikoff introduce el concepto de «gerontología», el estudio de la vejez, y «tanatología» o estudio de la muerte. A partir de entonces, y especialmente desde 1940, el estudio de los procesos de la vejez y su combate han sido parte de la ciencia biomédica.

Se ha demostrado que una de las intuiciones de Metchnikoff es correcta: la microbiota, es decir, los organismos que viven en nuestro intestino, son un elemento relevante en el envejecimiento. La disbiosis, o desequilibrio en la microbiota se ha asociado con problemas de inflamación, disminución de células del sistema inmune e incluso la producción de neuronas nuevas, algo fundamental para combatir los efectos del envejecimiento en los procesos cognitivos.

Otra de las varias áreas consideradas copartícipes en el proceso del envejecimiento y una cuyo estudio es de lo más prometedor son las llamadas células senescentes.

En un cuerpo sano, las células dañadas por cualquier motivo son eliminadas mediante un proceso de muerte programada, pero al envejecer el organismo, disminuye la capacidad de eliminación de esas células, que en lugar de morir permanecen liberando sustancias químicas, el «secretoma senescente» que provocan la inflamación en las células a su alrededor. Un número de células senescentes es útil para algunos procesos del cuerpo, pero cuando estas células se acumulan, dañan la capacidad del cuerpo de superar problemas como el estrés, las enfermedades y las lesiones, así como la capacidad de aprender nuevas cosas.

Hoy están en marcha investigaciones buscando formas de eliminar las células senescentes como forma de combatir, ralentizar o incluso revertir los efectos del envejecimiento.

Otros enfoques se orientan hacia temas como la degeneración de las copias del ADN conforme las células son más antiguas. Iguamente se estudia la epigenética, que es la forma en que el entorno afecta la forma en que nuestros genes se expresan o dejan de hacerlo, pues se ha observado que la pérdida de información epigenética acelera los síntomas de la edad, y que sin embargo esa información puede recuperarse. Un enfoque adicional es sobre los telómeros, secuencias de ADN repetitivo en los extremos de nuestros cromosomas que funcionan como protectores de éstos, y que se van acortando al envejecer el organismo, y el descubrimiento de sustancias que pueden alargar los telómeros nuevamente.

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Pero ya sea que el envejecimiento sea producto de un desgaste y una serie de errores acumulados en nuestras células, por ejemplo en su ADN, o que sea resultado de una serie de procesos programados en nuestras hormonas o en nuestro sistema inmune o, muy probablemente, la mezcla de elementos de ambas opciones, muchos científicos creen que es posible combatir el envejecimiento y se suelen hacer anuncios, con frecuencia irresponsables, de hallazgos de posibles fuentes de la eterna juventud, que son apenas indicios de ratones que parecen rejuvenecer o en cultivos de células cuyo envejecimiento parece detenerse, nada que resuelva el problema a corto plazo.

Por ello, en lo que ocurre el milagro médico, quizás sea más importante usar lo que ya sabemos para envejecer mejor: un estilo de vida más sano en lo nutricional, con ejercicio tanto físico como mental dese la juventud, tienden a permitir a más personas cada día aprovechar la larga vida que les ofrece la medicina actual para seguir siendo y sintiéndose jóvenes más tiempo.

En la literatura

El Fausto de Goethe o el Dorian Gray de Oscar Wilde consiguen vencer a la vejez comprometiendo sus almas inmortales. Pero para este tiempo funciona mejor el mito de Lazarus Long, de las obras de ciencia ficción de Robert Heinlein que no sufre un final trágico y para el cual la eterna juventud no es un pecado, aunque no sea tan ideal como uno podría esperar.

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