No fue algo vocacional y lo reconoce sin tapujos. La basauritarra María Vivanco había soñado con estudiar Bellas Artes y se le daba muy bien la pintura. Pero a última hora decidió estudiar Biología Molecular en la Universidad del País Vasco (UPV/EHU). Su formación ... y nacimiento profesional le llevaron por algunos de los mejores laboratorios de Europa y Estados Unidos, donde conoció a mujeres que marcaron su rumbo humano y profesional. Hasta que llegó al Centro de Investigación Cooperativa (CIC) bioGUNE, en Derio, para dirigir el Laboratorio de Investigación del Cáncer y descubrió –porque la buscó– a la científica que se convirtiría en su referencia definitiva: María Andresa Casamayor de La Coma, matemática.
«La única obra suya que se conserva se llama 'Tirocinio aritmético. Instrucción de las cuatro reglas llanas'. Lo publicó en 1738 con un nombre masculino, que ella misma creó cambiando las letras del suyo, un anagrama estupendo: Casandro Mamés de la Marca y Araioa»
maría vivanco
Investigadora del CIC BioGune
Sin ser una compañera, desde entonces la acompaña siempre. Casamayor nació en Zaragoza en 1720 y tuvo el mérito de convertirse, siendo mujer, en una eminencia de la aritmética en el Siglo de las Luces. «La única obra suya que se conserva se llama 'Tirocinio aritmético. Instrucción de las cuatro reglas llanas'. Lo publicó en 1738 con un nombre masculino, que ella misma creó cambiando las letras del suyo, un anagrama estupendo: Casandro Mamés de la Marca y Araioa. Curioso, ¿verdad?», dice Vivanco, que se emociona al contarlo.
La palabra 'tirocinio', ya en desuso, significa aprendizaje. Podía haber escrito un libro de matemáticas sólo para eruditos, porque en su especialidad era una de las mejores, pero Casamayor prefirió enseñar al pueblo llano las cuatro reglas básicas: sumar, restar, multiplicar y dividir. «Fue, sin duda, la primera divulgadora científica de España», afirma María Vivanco. «Y fue muy lista, porque seguramente pensó que, si firmaba con nombre de mujer, no llegaría a tanto público. Hay que recordar que en aquella época el manejo de los números y de la aritmética era un área típica y casi exclusiva de los hombres».
A ella se debe también un manual práctico de pesos, medidas y monedas que sirvió para unificar criterios entre los distintos territorios de España y ayudó a manejarse a los comerciantes. «Fue un caso excelente. Al morir su padre, en lugar de casarse o meterse en un convento, como era normal en aquella época, se puso a trabajar para ganarse la vida como maestra de niñas. Era una persona realmente interesante, inteligente e innovadora».
Tres mujeres más
Casamayor no ha sido la única mujer que ha marcado la trayectoria de la directora del Laboratorio de Investigación del Cáncer del CIC bioGUNE. Tras licenciarse, Vivanco marchó a Alemania para trabajar en el prestigioso Laboratorio Europeo de Biología Molecular (EMBL), en Heildelberg, que financian varios gobiernos europeos, entre ellos el español. Allí tuvo como jefa a Sara Courtneidge, una investigadora del cáncer de origen inglés que entonces era la única con mando entre más de 30 hombres con cargo de dirección.
Unos años después, se fue a Estados Unidos para formar parte del equipo de Biología Molecular de la Universidad de California en San Francisco. Allí tuvo ocasión de trabajar codo con codo con Zena Werb, una investigadora nacida en un campo de concentración nazi que fue liberado a las pocas semanas de su nacimiento. «Falleció el año pasado. Fue una bióloga excelente, con un trabajo muy reconocido sobre el microambiente que rodea a las células, y una gran comunicadora, que en ciencia es algo fundamental».
Su último referente femenino es la mujer que ha salvado al mundo de la pandemia de coronavirus. Se trata de Katalin Karikó, premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica por un «extraordinario trabajo que ha permitido el desarrollo de la tecnología de ARN mensajero» en que se han basado las revolucionarias vacunas contra el Covid-19. «Es un ejemplo perfecto de una científica entusiasta e innovadora y de cómo es imprescindible tener una sólida base de conocimiento para que sea posible hacer ciencia translacional o aplicada, que llegue a los pacientes y con un gran impacto».
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