Juan Ignacio Pérez es biólogo y director de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU.
El conocimiento es condición para un ejercicio responsable de la ciudadanía. El mundo en que vivimos está lleno de cosas, tecnologías y fenómenos que nos obligan a tomar ... muchas decisiones. Para tomarlas de forma sensata, conforme a nuestros intereses y en aras del bien común, es conveniente hacer uso del mejor conocimiento posible.
La Covid-19 es un buen ejemplo de lo que he querido expresar en el párrafo anterior. Uno de los factores que más importancia ha tenido y tiene en el curso de la pandemia es el grado de comprensión del público de la naturaleza del fenómeno y de las consecuencias que se derivan de diferentes formas de actuación.
Por esa razón, además de la cultura científica básica que todos, o la mayoría, deberíamos tener, a lo largo de la pandemia ha sido y es muy importante la labor de los buenos periodistas y divulgadores científicos. Gracias a esa labor, ha sido posible hacer llegar a una parte importante de la población las nociones de virología, inmunología y epidemiología básicas para entender las normas e indicaciones dictadas por las instituciones.
De hecho, parte de los problemas y dificultades que hemos debido afrontar tienen que ver con la poca importancia que las autoridades han concedido a esa tarea. En comparación con el esfuerzo en otras áreas, el dedicado a la comunicación transparente y eficaz de información científica clave ha sido escaso.
Con lo anterior no pretendo concluir que con más y mejor información y divulgación científica no habría habido negacionistas ni objetores a la vacunación. Los seres humanos somos muy buenos engañándonos a nosotros mismos cuando del autoengaño se deriva algún beneficio, por parcial y efímero que sea. Además, somos presa de sesgos y vicios del pensamiento -como el razonamiento motivado, por ejemplo- que nos permiten hacer cabriolas argumentales con tal de creer lo que nos interesa. Y tampoco debemos minusvalorar el poder de la arrogancia de quienes creen estar en posesión de un conocimiento al que solo unos pocos privilegiados tienen acceso, ese que les coloca por encima de los especialistas en una materia dada, un conocimiento del que la mayoría carecemos.
Negacionistas y objetores vacunales son refractarios a la buena información científica. Pero hay mucha gente que en una situación como la que vivimos no acaba de saber muy bien qué pensar; se debate entre el recelo hacia la autoridad, la confianza en ciertas instituciones, y la credibilidad que le merece un familiar cercano. La buena comunicación científica sirve para que esas personas y las de su entorno próximo cuenten con los mejores elementos de juicio posibles. Por eso, la cultura científica importa, y mucho. Y su comunicación, también.
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