Es la víspera del Día del Trabajo. En cualquier otro momento, puerta de un puente primaveral de carreteras llenas y de escapadas al gusto o al alcance de las posibilidades de cada cual. Ahora son mínimas. Y las alternativas, las justas. Juan Espada, jubilado de ... esos que no lo parecen, la ha encontrado en la vuelta al terreno que atiende en el camino de las huertas de Varea, en el triángulo mágico de tierra rica y fértil que delimitan los ríos Ebro y Batán, Juan anda ahora con las cebollas, una variedad que acaba de plantar, aunque reconoce que es «un poco tarde». La tierra parece tratada con mimo. Ni una mala hierba, ni un termón de más. Es el resultado del trabajo de limpieza y puesta a punto que Jesús echó en no pocas horas en cuanto el Gobierno entendió que mejor una mala huerta que un buen supermercado para evitar la infección. «Quién puede pensar que por venir a coger una lechuga aquí tengo más peligro de infectarme que si voy a la tienda», reflexiona con lógica aplastante este extransportista, de origen extremeño, que cuida con mimo una parcela exquisita. Ya están a la vista algunas lechugas y cebollas. Y unas habas. Un poco apartadas se esconden unas plantas de tomate protegidas por un invernadero doméstico que pronto quedarán al albedrío de la meteorología, del aire y del sol. El huerto es amplio, de los que exigen mucho trabajo manual y que Juan alivia con una pequeña mula mecánica que pone la banda sonora de la mañana en las huertas de Varea. Los surcos aguardan limpios a que lleguen las plantas de pimienta, una de las plantas que reinan de la zona. Y luego los calabacines y las berenjenas, y los pepinos, las sandías y los melones. Del trabajo de estas semanas, de lo que va del Primero de Mayo a San Isidro, dependerá la cosecha de este verano.
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Bien lo sabe Jesús Moreno, que carga su coche en uno de los viveros que lucen en el entorno de Varea. En una barca de las de fruta sostiene lo que dentro de unos meses apenas le cabría en el remolque de su camión. Moreno, transportista de profesión, se dice afortunado porque tiene la huerta a pie de cama. En Albelda. Y hacia ella se dirige sorteando la fila que en pocos minutos se ha formado a las puertas del abastecedor de planta. En su caso, que no es muy distinto al de tantos hortelanos no profesionales de La Rioja, la pimienta y los tomates son las protagonistas principales del casting de hortalizas y verduras que en unos meses lucirán en sus fincas. «Tomata y corazón de buey», aclara sobre sus preferencias tomateras. Y pimientos... de todo habrá en la finca de Jesús. Desde los verdes para freír o escaldar (nada que ver, ni de lejos, con los que se pueden adquirir todo el año en tiendas y supermercados), quizás del Padrón y tipo Guernica, ahora tan de moda con la guindilla vasca, la piparra, que va ganando adeptos entre los cultivadores riojanos.
La geografía de los 'hortelanos de despensa', como acertó a denominarlos Emilio Barco, profesor de la Universidad de La Rioja y agricultor a ratos libres, en una carta a este periódico que firmaba junto a 74 agroaficionados de la región, es infinita. En cada uno de los 174 municipios no faltan esos 'corros' de tierra esas 'tablas', donde un vecino, un hijo del pueblo o un paracaidista (individuo que llegó un día a la localidad como llovido del cielo y luego repite con cíclica frecuencia) planta ahora y luego cuida en primavera y verano los calabacines, las sandías, los tomates híbridos, las cebolletas... «Somos miles las personas en esta situación y muchos no entendemos por qué no podemos ir a la huerta. No somos unos irresponsables, ni queremos tener ningún tratamiento especial, simplemente nos preguntamos por qué los agricultores que producen para el mercado pueden salir al campo y nosotros que lo hacemos para la despensa, no», se preguntaban en ese escrito de notable trascedencia pública. Posiblemente tanta que algo influiría en la casi inmediata reacción del Ejecutivo regional que enseguida comunicó su ánimo de levantar la veda. Ya va para dos las semanas que estos agricultores de despensa pueden trabajar lo indispensable en sus terrenos, siempre que estén dentro de su municipio o en los limítrofes. Los que los tienen más lejos tienen que esperar o, si pueden, pedir el favor al vecino de bancal. Todo por coger unos tomates para casa este verano.
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