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La nevada amansa los ruidos en Villoslada y aísla aún más la casa en la que vive sola la señora María, en una calle algo apartada del pueblo. Deja la cancela abierta, porque los parroquianos acuden a su zaguán para comprar ovillos de lana, madejas de seda, frutos de la labranza, cuando no le piden prestado el caballo para acarrear leña. La mañana de marzo es heladora. El 1888 del calendario de pared parece un palo seguido de tres muñecos de nieve. Vicente y Braulio, que cuidan de una carbonera, bajan del monte con hambre, frío y malas intenciones. Visten blusa, boina y un tapabocas, que no es una mascarilla contra los patógenos, sino una bufanda grande. Apostados junto a la puerta entornada de su vecina, vocean: «¡Tía María, denos algo de almorzar!». «¡¿Qué queréis?, que con el constipado estoy algo sorda!», responde la mujer.
Horas más tarde una clienta encuentra a 'la María' muerta, tendida en el suelo del portal sobre un montón de patatas, junto a un cesto a medio llenar. En su cuello perduran las marcas de los cinco dedos de una mano izquierda que la ha estrangulado como si fuera de mantequilla. A la tía María le han robado dos pesetas y catorce reales que obtuvo por la venta de media fanega de trigo. Su muerte no le vale al ladrón ni para pagar una botella de Marqués de Riscal de la cosecha de 1884, que cuesta 2,50 pesetas, aunque te reembolsan 0,25 si devuelves el casco vacío. Tampoco puede arreglarse una muela. Dos pesetas y media cobran por el empaste más barato en el gabinete itinerante del doctor Garaita, de paso en Logroño.
El diario LA RIOJA, que sale por primera vez de la imprenta el 15 de enero de 1889, desgranará todos los detalles del suceso en días sucesivos. En su 'Prospecto' fundacional de la víspera, anuncia su propósito de atender «con entera imparcialidad de juicio» los hechos de interés que acontecen en la capital, pero sin dejar en absoluto de lado lo que ocurre en el resto de la provincia. «Hay en todos los pueblos cuestiones verdaderamente insignificantes, pero que desarrolladas en la sombra alcanzan dimensiones al parecer gigantescas y son perennes semilleros de luchas de fatales resultados». Y tanto. En las postrimerías del siglo XIX, las armas de filo y de fuego se desenfundan con una facilidad y una determinación pasmosas.
El asesinato de María, que no precisó de otras armas que una mano, se dirime esos días en la Audiencia de lo criminal de Logroño, saturada de causas. El nuevo periódico abre su crónica negra con este caso. Pero al juicio de Villoslada le suceden en cascada, en el plazo de dos meses, los de Laguna, Quel y Aguilar del Río Alhama. Y es sólo el principio. «Triste es figurar en los primeros puestos en la estadística del crimen», lamenta el recién nacido diario. A Facundo Martínez Zaporta le habría gustado saber que, 135 años después, su tierra registra una de las tasas de criminalidad más bajas del país y que la cabecera que fundó sigue aquí para dar noticia de ello y de los más diversos asuntos de actualidad.
A aquel editor le satisfaría, seguro, que hoy podamos afirmar, como en su folleto inaugural, que «nos hallamos desligados en absoluto de todo compromiso político, sin predilección especial por ningún partido». Facundo y su hijo Francisco cultivaban la transparencia hasta el punto de admitir en sus páginas que la ortografía no era el fuerte de aquella redacción primigenia que ejercía un periodismo comprometido. Apenas dos meses después de salir a la calle, el rotativo exponía la preocupación por las influencias que llegaban desde Francia, y hacía un alegato en contra de cualquier tentativa de establecer una dictadura, «y mucho menos la militar, la más funesta». Si llegara el caso, «creeríamos servir noblemente a nuestra patria trabajando con todas nuestras fuerzas, aunque sean pequeñas, para evitar cayera sobre España tal desgracia».
Tal desgracia cayó sobre el país, y por dos veces, aunque don Facundo no vivió lo bastante para verlo, y se ahorró ese sufrimiento, primero con Miguel Primo de Rivera y después con Francisco Franco, bajo cuyo régimen caudillista el periódico LA RIOJA fue obligado a absorber a la competencia y a cambiar su cabecera por la de 'Nueva Rioja', sin poder recuperar la originaria hasta seis años después de la muerte del dictador. Los Martínez Zaporta habían elegido para su diario el nombre no oficial de su tierra, llamada entonces, por imperativo administrativo, provincia de Logroño, como su capital. Pero desde el siglo XI hay constancia escrita de la denominación Rioja (Rioga o Rioxa). Los fundadores se adelantaron a los tiempos políticos. Eligieron La Rioja y, nueve décadas después, la realidad acabó por ajustarse al deseo.
Imposible adivinar qué pensaría hoy Facundo Martínez Zaporta del periódico que creó, cómo reaccionaría si supiera que su bisnieta Esperanza ha sido una pionera, la primera mujer periodista de la familia y vicepresidenta del consejo de administración de esta empresa hasta su reciente muerte, el Día de Reyes; si pudiera ver que su tataranieta Belén, redactora de LA RIOJA, envía la información a una red virtual, «¿una qué?». Y que acaba de alumbrar a Alejandra, que no es una asistente digital como Alexa o Siri, «¿?», sino una niña. ¿Qué tipo de sociedad llegará a conocer la cuadrinieta del fundador?
En 135 años ha cambiado todo mucho, don Facundo. Aquí a nadie se le trata ya de «don». Si pudiera leerme, le contaría que la tecnología y el acoso no nos dan miedo, que hoy el verdadero riesgo de este oficio es que los periodistas rindan su alma al desaliento, que se conviertan en funcionarios de la información, que las redacciones pierdan la unión, la fuerza y el entusiasmo que necesitan para ejercer un periodismo libre, crítico y valiente, riguroso, honrado y útil.
Frente a las presiones de los poderes económicos y políticos, las dependencias financieras, el nerviosismo de las empresas editoras, la crisis de ingresos y de salarios en el sector, la incertidumbre sobre el modelo de negocio, la dictadura de la inmediatez, el escarnio en las redes sociales, el hábito de la gratuidad en el consumo de contenidos, el conformismo y la deserción en la lectura y tantas otras amenazas, el principal desafío de los periodistas es demostrar que no está en venta el alma colectiva de la redacción. Esa es hoy nuestra pelea y le prometo que batallaremos hasta el final.
Y hablando de final, en el juicio por el crimen de Villoslada, Braulio tenía en contra que era zurdo, pero la investigación obró en su favor. La Audiencia lo absolvió, y culpó del asesinato de la tía María a Vicente, que además de fama de ladrón, la tenía de endosar al prójimo sus delitos. Fue condenado a cadena perpetua y después indultado. Lo contó este periódico, el nuestro y el de ustedes. Alzo la copa, de tinto de viñedo singular de esta tierra, a la salud del periodismo. Larga vida a Diario LA RIOJA.
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