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«Putin no nos quebrará» Cuando vivir es resistir Entre tinieblas: la vida en Kiev un año después de la invasión

En febrero de 2022, Kiev estaba sitiada por las tropas rusas. El Ejército ucraniano consiguió repeler el ataque y alejar el peligro de la capital. Muchos ciudadanos huyeron, dejando todo atrás. Un año después, otros tantos han regresado a una ciudad que trata de recuperar su pulso cotidiano, entre sirenas de alarma, cortes de suministros, bombardeos ocasionales y con el miedo siempre en la piel.

Martes, 14 de Febrero 2023

Tiempo de lectura: 6 min

Son las cuatro y media de la madrugada del 24 de febrero de 2022. Katrusya Lavryk siente que alguien entra en su habitación. Es su padre. El rostro, serio; la voz, triste: «Hija, ha comenzado». Un año después de que Rusia invadiera su país, Katrusya rememora aquellos días terribles sentada en una cafetería de Kiev.

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Volver a casa.Alexandre y Anna con sus tres hijos en su casa. El día de la invasión estaban en una aldea tomada por chechenos y huyeron hacia el oeste. Tras regresar, él trabaja de bombero y ella cuida de los niños.

Mientras habla esta joven de 19 años, bulle alrededor la gran capital ucraniana: comercios, vehículos y transeúntes en plena actividad cotidiana con aparente normalidad. A los cuatro millones de habitantes de su área metropolitana le faltan muchos de los que huyeron tras aquel día de febrero, cuando las salidas de Kiev se colapsaron con atascos que anunciaban un éxodo de dimensiones bíblicas. Un año después, muchos han regresado. Viven con miedo mientras asisten a la destrucción de su país, pero están en casa.

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Ciudad activa. El centro de Kiev desde el parque Jreshchati, a orillas del río Dniéper. Son visibles las chimeneas humeantes de varias fábricas. 

Así se siente Katrusya. Entregada, eso sí, al presente. Demasiado incierto es el futuro. «Mi familia y yo vivimos en Hostomel, en las afueras –cuenta–. Dos días después de la invasión había dos cuerpos de soldados rusos junto al jardín de casa. Fue cuando mi padre dijo: 'Debemos huir'. Fueron más de 42 horas en coche para hacer 800 kilómetros, hasta la frontera, y, al llegar, allí nos dejó a mi madre y a mí. Yo no paraba de llorar, no quería separarme de su abrazo, pero no había opción».

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La batalla de Kiev.Por las calles de la capital abundan aún restos de los primeros ataques rusos, un año atrás. Los invasores capturaron áreas claves al norte y oeste de Kiev, lo que hizo prever una caída de la ciudad. Pero la resistencia ucraniana detuvo a las fuerzas de Putin.

Katrusya y su madre, al menos, tenían donde ir: Praga, el hogar de su hermano. Katrusya, sin embargo, no acababa de sentirse a gusto allí; quería volver a casa, recuperar su vida... aunque hubiera guerra. «El 20 de mayo crucé la frontera de regreso –rememora–. Me sentí en mi hogar, en mi tierra, sobre todo al llegar a Kiev. Ahora trabajo en este café, vivo con mi novio y tenemos un perro, pero nunca hago planes más allá de mañana. Solo vivo mi vida».

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Estudiar bajo tierra.Alumnos de la Kyiv School of Economics asisten a clase en el refugio antiaéreo de la universidad. En la capital existen más de 500 búnkeres similares, resquicios de la Guerra Fría que el Ayuntamiento ha recuperado. También se utilizan sótanos, parkings, fábricas, estaciones de metro...

Pero la vida es mucho más dura, muchísimo más que antes. La recuperada normalidad en las calles de Kiev no oculta el desastre económico que atenaza a los ucranianos. En un año, el PIB del país cayó en más de un 30 por ciento. Se esperaba un hundimiento del 50 por ciento y, aunque el descenso es menor de lo que se preveía –gracias a la ayuda exterior (31.000 millones) y «el espíritu inquebrantable de nuestro pueblo», en palabras de la ministra de Economía, Yulia Svyrydenko–, se trata del mayor declive económico desde el colapso de la URSS y la independencia.

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Alejarse de la guerraEl Zoo de Kiev es uno de los más grandes de la antigua URSS y el único de la capital. Ha reabierto sus puertas y, aunque lejos de sus 300.000 visitantes anuales, muchos padres aprovechan para visitarlo con sus hijos y dejar la guerra fuera por unos minutos.

Miedo a los chechenos

Las carencias se hacen evidentes en las calles, el clima bélico es omnipresente, sobre todo por las sirenas que anuncian nuevos ataques y los misiles y drones asesinos que consiguen sortear las defensas antiaéreas para reventar edificios o abrir escalofriantes socavones en medio de las calles. Pero ahora la vida es así. Y la gente se acostumbra. O, mejor dicho, lo asume.

La aparente normalidad en Kiev no oculta el desastre económico. En un año, el PIB ha caído más de un 30 por ciento, el mayor declive desde el colapso de la URSS

Así lo ven Alexandre y Anna. Hablan mientras preparan la cena a sus tres hijos. Él es bombero, ella ha dejado de trabajar para ocuparse de la pequeña de la familia. «Nuestra vida ha vuelto a ser prácticamente igual que antes de la invasión –señala ella–. Y aunque nos hemos acostumbrado a las alertas aéreas, a los cortes de luz, a las bombas..., no olvidamos que estamos en guerra y que nuestra libertad y la vida de nuestros hijos dependen de lo que ocurra en un futuro con Rusia».

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Estudiar es combatir.Murat y Max (junto a la pared) juegan el domingo en su piso de estudiantes. Durante el asedio a la capital, muchos universitarios construyeron barricadas en las calles. Repelida la amenaza, muchos retomaron las clases, pero on-line.

Como todos los ucranianos, guardan su recuerdo particular del día de la invasión. Sienten que siguen vivos de milagro. «Una unidad chechena tomó mi aldea natal, a una hora de Kiev –relata Anna–. Así que nos subimos todos al coche y nos fuimos sin parar hacia el oeste. Los combates eran tan intensos que ni siquiera nos revisaron los rusos en los puestos de control que atravesamos. Tuvimos mucha suerte».

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El ocio interior.Hace un año, las pistas de esquí del parque municipal de Protasiv Yard se convirtieron en trincheras y posiciones de artillería para defender Kiev. Este invierno, cientos de familias se acercan todos los fines de semana para disfrutar con sus hijos de un día en la nieve sin salir de su ciudad.

Kiev no es la única ciudad que busca recuperar el pulso. Lo intenta también Leópolis, la gran urbe del oeste. Antes de la invasión, Ucrania, gracias a la herencia soviética, era un referente de la industria tecnológica –4 por ciento del PIB y fluida fuente de divisas– y un hervidero de start-ups. Járkov, Kiev y Leópolis eran sus tres grandes polos industriales. Con la disputada Járkov en plena línea de fuego, Leópolis, más a salvo de los bombardeos por su ubicación geográfica; y la capital, mantienen como pueden la actividad de sus empresas tecnológicas.

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A la luz de los móviles.Amigos en un bar a la luz de sus móviles. Los apagones en Kiev son constantes. Putin convirtió la red eléctrica en objetivo militar, pero la penuria ha despertado la solidaridad de los ucranianos, que se ayudan para sobrevivir al invierno.

Pensar en el día de la victoria

Genesis, con sede en Kiev, es el gran referente del sector; sus aplicaciones han sido descargadas por más de 300 millones de usuarios. Kateryna Cherenkova es una de las personas encargadas de diseñarlas y cree que para ganar la guerra hay que pensar también en el día posterior a la victoria. «Es crucial que la economía continúe funcionando y que sigamos creciendo –afirma–. Es nuestra forma de luchar y un mensaje a Putin: 'Por muchas bombas y atrocidades que cometas, no nos quebrarás'».

Un modo de pensar que marca también los pasos de la Kyiv School of Economics (KSE), una de las principales instituciones educativas del país. Anastasia Pavlenko –su directora de estudios– nació en Sumy, a una hora de la frontera rusa. Allí estaba, de vacaciones con sus padres, cuando llegaron los rusos. Fue de las primeras localidades ocupadas por las tropas de Putin. «Entraron los tanques y la ciudad fue rodeada –rememora–. Yo no puedo hacer nada contra ellos, pero no estaba dispuesta a quedarme sentada mientras atacan mi país y decidí coordinarme con mis colegas de la universidad para reactivar los estudios on-line. La reacción de alumnos y profesores fue increíble. Todos maduraron en pocas horas, conscientes de que era su particular forma de combatir», proclama Anastasia, visiblemente emocionada.

«Nos hemos acostumbrado a sirenas, apagones, bombas... Pero no olvidamos que está en juego nuestra libertad y la vida de nuestros hijos»

Un año después, la KSE vuelve a impartir clases presenciales y cuenta con 87 nuevos alumnos. «Aquí he encontrado mi sitio, es un lugar seguro, todos cuidamos de todos –explica Vadym, que cursa un Máster de Economía, en el interior del búnker de la universidad–. Si te soy sincero, hoy mi vida es prácticamente igual que antes de la guerra. La gran diferencia es que no soy dueño de mi futuro ni del de mi país. Por eso estudio, para estar preparado para la reconstrucción de Ucrania».


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