La infancia del nuevo rey de Inglaterra Las asperezas de la familia real británica A la espera de la coronación del siglo: esta vez Carlos no se aburrirá tanto...
Era tímido, gordito, orejón e inseguro. Y se sentía solo. La infancia y la formación de Carlos de Inglaterra ha sido una carrera de obstáculos que ha dejado profundas cicatrices en la personalidad del actual monarca británico.
Tenía 4 años y medio. Aguantó el tipo (en la fotografía, entre su abuela y su tía Margarita) durante las tres horas que duró la coronación de su madre, celebrada el 2 de junio de 1953. Soportó quietecito el impecable boato británico de una celebración que desde 1066 tiene lugar en la abadía de Westminster y que cumple con religioso rigor las etapas de reconocimiento, juramento, unción, investidura, entronización y homenaje. Su coronación es menos multitudinaria (dos mil asistentes), que la de su madre en la que hubo seis mil invitados. Y menos aburrida para él.
En primera fila desde los tres años
Isabel II tenía 22 años cuando nació Carlos, su primogénito. Los biógrafos de la familia real británica coinciden en que fue una madre ausente y poco cariñosa. Un ejemplo, cuando Carlos, de cinco años, y su hermana Ana, de tres, acudieron a recibir a sus padres que regresaban de una gira de seis meses por el extranjero, los niños recibieron como saludo de sus padres un protocolario apretón de manos. Isabel II tuvo una infancia más fácil que su hijo porque cuando ella era pequeña el peso de la sucesión estaba en el tejado de su tío, el rey Eduardo VIII. Sin embargo, Carlos pasó a primera fila desde que su abuelo Jorge VI murió (el 6 de febrero de 1952) y su madre se convirtió en reina. Carlitos tenía entonces tres años y dos meses de edad. Aquí, madre e hijo en 1952.
«Construir carácter» en el niño gordito y orejudo
Felipe de Edimburgo se ocupó más de los niños que la reina Isabel. Jugaba con ellos, pero también era exigente y poco empático. Conectaba mejor con Ana: menos insegura que Carlos y mejor jinete que su hermano. El duque de Edimburgo se empeñó en que Carlos estudiara en el frío internado de Gordonstoun donde él se había formado. Carlos era un niño tímido, gordito, poco hábil en los deportes y con unas orejas prominentes. En Gosrdonstoun –un centro especializado en «construir carácter»– lo machacaron.
Los mimos de la abuela
Para Carlos fueron consoladores la compañía y el afecto de su abuela, la reina madre. Iba a visitarla a The Royal Lodge, su casa en Windsor Great Park, Berkshire. Ella alimentó su interés por el dibujo, el arte y la música. E intentó que Carlos fuera enviado a Eton en vez de al duro internado escocés de Gordonstoun. Carlos la quiso mucho.
Una corona «para apagar velas»
A los 19 años, Carlos fue investido como Príncipe de Gales en el castillo de Caernarfon. Recibió un anillo de amatista, engarzado en oro galés; una espada, una vara de oro y un manto real de terciopelo y armiño. Y una corona un poco peculiar: según contó la reina «parecía un apagador de velas». Estaba decorada con diamantes, eso sí.
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