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La pasada Navidad Paula González y su madre prepararon un solomillo wellington para la cena más importante del año. Pero el interior del crujiente hojaldre no había ni rastro de vaca: en su lugar se encontraba una buena pieza de seitán especiada, la carne vegetal por excelencia. Tuvieron que pasar 16 años para que la religión culinaria de su familia abrazara la suya: el veganismo. Más de dos décadas para sentir que, al menos por un día, los suyos compartían su decisión de no comer productos de origen animal.
Ella es uno de los 200.000 veganos que viven en España, según el último informe 'The green revolution' de la consultora Lantern revela que esta comunidad ha pasado de ser el 0,2% de la población española mayor de 18 años en 2017 al 0,5% en 2019. En solo dos años se ha duplicado. Y si se cuenta a los vegetarianos (no comen carne ni pescado, pero sí productos de origen animal como huevo, queso o leche) la cifra aumenta a unos 825.000 individuos. Sin duda, es tendencia. Sin ir más lejos, se coló en la última ceremonia de los Oscar de la mano del discurso de Joaquin Phoenix en defensa de los animales.
Paula es una autónoma de 33 años años que se gana la vida con una empresa dedicada a la comunicación y el desarrollo de la imagen corporativa de empresas, The Vegan Agency. Y, dice, lo suyo no es una pose. O una moda. O una forma de llamar la atención. Ni siquiera una cuestión de paladar. Lo suyo es, permítase la paradoja, un sentimiento animal. Que se tiene desde que uno se levanta hasta que se acuesta y que aplica en todos (sin excepción) aspectos de su vida.
Ser vegano es más que 'comer verde'. Para serlo, cree Paula que hay que nacer con una «sensibilidad especial» por los animales, que se lleva en los genes y que aflora en algún momento de la vida. Cuando se llega a ese punto de inflexión, los animales dejan de ser concebidos como un objeto de consumo más para ser entendidos como seres vivos con derechos. Ella los define como «seres sintientes». Así queda clara la diferencia entre una lechuga y un cerdo. Es necesario recordarlo porque la afirmación «los vegetales también son seres vivos» suele ser el contraargumento rey de quienes buscan contradicciones en el discurso vegano. Desde el instante en el que se concibe así a esta (gran) parte del Reino Natural resulta imposible matarlos, trituralos, cocinarlos, comerlos o quitarles la piel para hacer una chaqueta. Los veganos hacen todo lo contrario: los cuidan cuando enferman (ella lo dejó todo para acompañar en su tratamiento a su perra con cáncer hasta que falleció), los rescatan cuando sufren agresiones, los crían y alimentan... En definitiva, los respetan y, por qué no, los aman.
Cocina libre de animales
Esta suerte de filosofía vital guía los pasos de Paula González desde muy pequeña. Con 5 años declaró la guerra al marisco en casa después de ver cómo un cangrejo intentaba salir de la olla en la que iba a ser cocido Cuando ya tuvo derecho a disfrutar de paga semanal, se la gastaba en comida para los perros de los vagabundos de Madrid. Y, más que pensar en el colegio, a sus 8 años contaba los minutos para montar a caballo en el pueblo. Sus padres tenían claro que de mayor cuidaría animales o sería defensora de pleitos pobres. Y en ambas se vio con el tiempo. Con 17 años ya era vegetariana y a los 23 dio el sato definitivo al veganismo: ni huevos ni leche ni carne ni uso de ningún producto con un animal implicado en su proceso de producción.
-¿Qué pasó para dar el paso hacia una postura más radical?
-Un día buscaba información sobre el veganismo en internet y encontré el santuario de animales 'El hogar de Luci'. Y todo cambió. Me sumé a ellos. Rescatábamos perros y gatos, y con el tiempo hasta gallinas y cerdos, que nadie quería. Llegamos a ser el primer santuario multiespecie del país. Cuando estás ahí y ves el maltrato ya no hay marcha atrás.
Con buena salud
Como ella, los veganos no tienen ningún distintivo que haga sospechar a simple vista de su filosofía de vida. Lo más raro que hace esta joven es cumplir con el pacto que un día hizo con sus padres de hacerse una analítica completa al año para comprobar que está sana. Y es que la salud es uno de los grandes 'peros' con los que se encuentra este colectivo. «Cuando empecé hace 16 años no había tanta información. Mi madre me llevó a un endocrino que casi me diagnosticó que me iba a morir. Además de darle las gracias por el 'spoiler', no le hice caso. Me recomendó suplementar con hierro (craso error) y posteriormente supe que lo único que necesitamos es tomar vitamina B12», relata. Una alarma en el móvil le recuerda la toma puntual de la pastilla. Por lo demás, está «estupenda». Salta a la vista. Compra en el supermercado del barrio donde vive su pareja como cualquier veciuno o a los puestos de verduras del mercado. Inevitablemente, se tiene que sobreponer al «desagradable» olor a carne recién cortada.
'Woking girl' sin pancarta
Ella no encaja en el estereotipo de vegano: radicales con pancarta y camisetas de protesta apostados en las puertas de un matadero, que viven en armonía absoluta con la naturaleza, aislados en el campo y alejados de los hábitos de ocio y consumo generales. En su tiempo de activismo, cuando rescataba y cuidaba animales en el santuario, quizá sí andase «en moño y zapatillas». Pero ahora es consciente de que su empresa, The Vegan Agency, le obliga a cumplir ciertos cánones de presencia. Su activismo va ahora encaminado a comunicar «para cambiar el mundo». Trabaja con marcas veganas y publica un podcast, 'Ingobernables', con historias de mujeres vegetarianas y veganas que cuentan su experiencia. Es toda una 'working girl' de gran ciudad con un visible gusto por el bien vestir que no renuncia al maquillaje que enmarque su generosa sonrisa.
-¿Se es vegano hasta para pintarse los labios?
-Antes era más difícil, pero ahora en Europa está prohibida la experimentación con animales para testar los cosméticos. Aún así, hay pequeñas empresas veganas que hacen cosméticos libres de implicación animal. Yo trabajo para varias marcas veganas como Ekomodo, Potions Bcn y Shui Botanicals.
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Vestirse
Y esto sucede de igual modo con la ropa, con los zapatos (lleva unas Doctor Martens veganas) y complementos. «En la actualidad hay un 'boom' de estos productos», muestra como ejemplo un estuche hecho con botellas de plástico recicladas. «Se ha demostrado, por ejemplo en el sector del calzado, que es posible hacer productos de altísima calidad sin piel», señala. Había alternativa al cuero y ya está en el mercado. Lo mismo sucede con la ropa. Ella procura «no comprar mucho». Dice que para frenar algún modo la dinámica actual de 'consume mucho, muy barato, desecha mucho y vuelta a empezar'. «Hay marcas de ropa que tienen el sello vegano como Pepa Loves», destaca Paula. Pero también tiene los pies en la tierra. «La economía llega hasta donde llega y se llega hasta donde se puede con esto, reconoce. Así que una línea de algodón orgánico de cualquier gran cadena de moda es perfectamente válida. «Mientras no tenga ni seda ni lana ni piel, puede valer para cumplir», puntualiza.
Relaciones personales y familia
-Hasta ahora solo hemos hablado de actos individuales, pero hay que relacionarse. ¿Condiciona? ¿Es posible enamorarse de una persona que no sea vegana?
-Voy a contestar con otro caso que para mí sería el equivalente y así creo que se entiende perfectamente. Si eres feminista: ¿Podías tener un novio machista? No, ¿verdad? La relación entraría en un continuo conflicto, creo. De cualquier modo, por los entornos en los que te vas moviendo, al final te vas relacionando con gente con tus mismos intereses. Aún así, mis amigas se adaptan a mis gustos. Si no comen carne delante de mí no pasa nada. Es más, cuando salimos al campo al final acaban comiéndose la comida que yo me he preparado. (ríe) En cuanto a la familia, en Navidad hacemos el solomillo vegetal, sí, pero alguna vez comen embutido y gambas cuando estoy yo. No pasa nada. Creo que en todo esto hay una serie de matices que son negociables.
Ocio y tiempo libre
-¿Y las cervezas?
-Yo no bebo. Pero también hay bebidas veganas, ¿eh?
Al margen de las bromas, el ocio de Paula también está condicionado. Para difrutar del tiempo libre prefiere escalar, darse un paseo por el parque de El Retiro o, valga la redundancia, retirarse a la casa que sus padres tienen en la Sierra de Madrid. Salir de cena es una alternativa excepcional. «Prefiero salir menos y cuando lo hago ir a un sitio en el que mi chico y yo podamos comer a gusto», dice mientras recuerda que en España, con su dieta mediterránea, los problemas para que un vegano tapee con naturalidad son pocos. «¿No es un salmorejo sin huevos ni jamón, unas buenas aceitunas y unas berenjenas fritas lo más vegano del mundo?», vindica alegre. De hecho, nuestros días de convivencia para empaparnos de su filosofía vital termina en el acto de veganismo que más disfrutan Paula y su novio cada semana: Ir a casa de la abuela a comer potaje. Tom se lo come a dos carrillos. Y proclama: «¿Hay algo más vegano que un potaje de acelgas tradicional de la yaya?»
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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