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Pensaba Juan Gutiérrez, conservador del Museo del Traje de Madrid, que la pandemia redundaría en un recogimiento del sector de la moda, en un giro de 180 grados que abandonara lujos innecesarios y apostase por la sostenibilidad ecológica y creativa, lejos de los excesos a los que nos tiene acostumbrados. Conjeturaba incluso con que el chándal se acabaría imponiendo como prenda básica en nuestras calles tras el confinamiento. Pero a las pasarelas llegaron las mascarillas con cristales de Swarovski y estampados Louis Vuitton, demostrando que la moda ya no responde a la lógica con que lo hacía antaño, cuando cada gran acontecimiento histórico iba acompañado de un cambio en la forma de vestir acorde a lo vivido: guerras, crisis, épocas de bonanza... En estas líneas, Gutiérrez nos lleva de la mano a través del siglo pasado y de lo que llevamos andado del XXI para ver esas transformaciones y predecir el futuro.
Él confiaba en la postura adoptada por algunos de los diseñadores más icónicos tras la irrupción de la pandemia, con Giorgio Armani y Thomas Meyer (Desigual) apostando por desterrar la desmesura y la falta de sostenibilidad: «Ya no quiero trabajar así, es inmoral –decía el primero el pasado abril–. ¡Hoy, los espectáculos grandilocuentes son inapropiados y vulgares! ¡Basta de hacer desfiles por todo el mundo, con transportes y trayectos que contaminan tanto!». Lo explica el experto del Museo del Traje: «La industria de la moda ha entrado en crisis, arrastra una mala conciencia por el propio comportamiento y todo lo que la rodea, y con esta crisis deberíamos reflexionar, cambiar el mensaje y vender sostenibilidad, eliminando el perfil frívolo, de consumo tonto, dañino y para gente rica, aunque lo realmente perjudicial es habernos hecho creer que podemos cambiar de armario cada tres meses o cada tres semanas. Ello acarrea un daño ecológico y psicológico».
Esas serían las premisas que, a su juicio, debería seguir el mundo del diseño en este panorama de coronavirus y cambio climático, pero el sector hace tiempo que camina por derroteros imprevisibles. «La moda reacciona a todo, pero hoy lo hace de forma distinta. Históricamente ha sido una avanzadilla con sus propuestas, ha señalado el camino de los nuevos hábitos no porque los generara, sino porque acompañaba a los cambios desde los primeros momentos, marcando el futuro».
Viajando hasta la Primera Guerra Mundial, es fácil ver cómo se rompió con los años anteriores, los de la Belle Epoque:«Supuso el fin de los sistemas absolutistas y aristocráticos y acabó con esa moda florida y aparatosa de la gente ociosa que podía ir con puntillas y encajes, armazones y sombreros gigantescos», apunta Gutiérrez. Señala como ejemplo a Francia, que, con todas las bajas de soldados que sufrió, se feminizó a la fuerza, y las mujeres tomaron el mercado laboral: «Al acabar la guerra estaban liberadas, acostumbradas a las prendas cómodas, informales, como los monos, basados en el traje de trabajo, que se convirtieron en icono del estilo moderno».También tiene en cuenta a Coco Chanel, que sintetizó las líneas y propuso los trajes sastre, «un personaje esencial que representa la lucha femenina por ocupar el espacio público y pensó en ropa funcional, eliminando aderezos, lujo». Además, la guerra fue un motor industrial e impuso el uso de tejidos como la gabardina, que se empleaba en el ejército.
En ese periodo de entreguerras se gestó el mundo moderno de grandes avances sociales, sufragio universal, la cuestión racial, proceso de emancipación de la mujer... «El automóvil conquistaba las calles y ya no se podía ir con grandes sombreros ni esas sedas que se rasgaban. Y la ropa se empieza a pegar al cuerpo», señala Gutiérrez–. Y además empieza a hacerse moda prêt-à-porter, comenzando por EE UU.
Pero al término de la Segunda Guerra Mundial se produce una reacción en contra de todo esto, advierte el experto. Se busca un nuevo orden, «y solo mirando a la moda ya puedes ver que se produce un retorno al patriarcado, que ansiaba recuperar el poder perdido». Se vuelve a implantar el modelo familiar tradicional con el ama de casa dedicada a su familia, impecablemente maquillada y vestida con faldas con grandes volúmenes por debajo de la rodilla. Es el modelo que triunfa en los años 50, quitando la parte de emancipación de la mujer de entreguerras, donde se había recuperado el cuerpo femenino, desnudándolo, erotizado pero no sexualizado. Mientras que en los 50 es al contrario, lo encorseta pero lo sexualiza. Se da un gran impulso al rollo 'pin up' que había nacido en los años 30 y que ahora llega a su máximo esplendor por eso de la testosterona de los combatientes, con ese invento del 'sujetador obús', con pechos como misiles, todo muy bélico». Las fajas se encargaban de marcar cintura de avispa, proponiendo a la mujer como Venus de Willendorf, madre generadora y sexualizada.
A partir de ese momento, de los años 60 en adelante la moda se convierte en un campo de batalla cultural, con las revoluciones juveniles y estudiantiles. Los hijos de esas familias de la posguerra se identifican con el hippismo, el pacifismo... «Y si las madres iban todas peripuestas, siempre perfectas, ellas apuestan por las minifaldas, incluso camisetas iguales a las de los chicos». La moda avanza también como industria y en los 70, con la crisis del petróleo, hartos de quedarse con tela porque solo se vendían minifaldas, se impulsa la moda maxi, vestidos largos con mucha tela, la pata de elefante... «En resumen, se acaba esa fase en la que una serie de creadores marcan las pautas. Todo empieza a copiarse y termina en una gran eclosión de movimientos juveniles, prêt-à-porter y 'fast fashion'. Se prima más la creatividad individual, se diversifica la oferta y empieza a ser más complicado hacer lecturas sobre hacia dónde puede ir el sector».
La moda también responde ahora, aunque lo hace de múltiples maneras. «La oferta es infinita –afirma Gutiérrez–. ¿Quién sabe cómo saldremos de esta crisis actual? Yo llevo tres décadas esperando que se normalice el uso de faldas y vestidos en los hombres. Pero no sucede porque, si no hay cambios en profundidad, tampoco la moda puede provocarlos. En el mundo hace décadas que no ha cambiado nada, hay crisis y otras cosas, pero seguimos en lo mismo».
Giorgio Armani lanza esta reflexión que queda en incógnita: «El momento por el que estamos pasando es turbulento pero nos ofrece una oportunidad única para arreglar lo que está mal, eliminar lo superfluo, encontrar una dimensión más humana... ¡Quizá esta es la lección más importante que aprenderemos de esta crisis!».
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