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El caganer es un tipo con mala suerte. Justo nace el hijo de Dios, ahí al lado, y a él le pilla vaciando los intestinos, en un apretón inoportuno que lo ha condenado a permanecer hasta la eternidad con los pantalones bajados: el herrero martillea en su yunque, las lavanderas restriegan la ropa en el papel de aluminio, los pastores seleccionan algún corderito para el niño Jesús... y el caganer se apura en un rincón discreto del belén, como contrapunto escatológico a tanto bucolismo de postal navideña. Según recogen Jordi Arruga y Josep Mañá en su estudio de esta figura, a nuestro amigo de vientre impaciente ya lo podemos encontrar a partir del siglo XVI en los 'azulejos de oficios', propios de aquella sociedad gremial, mientras que su popularización en los nacimientos catalanes se produjo probablemente en la época barroca. Durante la mayor parte de la historia, el caganer ha sido un payés con su barretina, su pipa y, en ocasiones, también un periódico para amenizar la operación y después rematarla con cierta pulcritud.
La tradición obliga a colocar el caganer en algún lugar un poco apartado, no en el centro del belén. No solo porque parece lo lógico, teniendo en cuenta la índole de sus actividades, sino porque se consideraría de muy mal gusto que las figuras principales pudiesen contemplarlo desde el portal. Además, la costumbre de esconderlo permite entretener a los niños en la búsqueda del personaje, el único que puede competir con los Reyes Magos en términos de popularidad infantil. Ciertamente, aunque lo suyo no sea oro, incienso ni mirra, se considera que su aportación a la escena es positiva: «La gente decía que con su deposición abonaba la tierra del belén, que se transformaba en fecunda y aseguraba el belén para el siguiente año y con él la salud y la tranquilidad de cuerpo y alma que son necesarias para hacer el belén (...). Colocar esta figurilla traía suerte y alegría y no hacerlo comportaba desventura», escribió el etnólogo Joan Amades.
Por supuesto, la iconografía del caganer se ha vuelto muy loca en las últimas décadas. Primero se incorporó la mujer, porque pocas cosas hay más igualitarias que las necesidades fisiológicas, y después llegó el desembarco masivo de 'celebrities'. La empresa Caganer.com, de Torroella de Montgrí, empezó con los políticos catalanes en 2002 y ha desembocado en un auténtico Salón de la Fama, o quizá Váter de la Fama, en el que nos topamos con figuras insólitas: de Hermione (la de Harry Potter) a Lemmy (el de Motörhead), de Joe Biden al difunto Maradona, de Greta Thunberg al Papa Francisco, de los reyes Felipe y Letizia al David de Miguel Ángel. Entre las novedades de este año, aparte de los caganers con mascarilla, resulta especialmente chocante el de Fernando Simón.
El caganer tiene también su tema musical. Hace once años, TV3 encargó una canción navideña al incorregible Albert Pla, que buscó inspiración y, cómo no, la encontró en esta figura con el culo al aire. La letra de este bonito villancico contemporáneo (interpretado junto a colegas como Estopa, Quimi Portet o Manel) va repasando todos los ingredientes imprescindibles de un nacimiento como Dios manda, para después rematar cada estrofa con un machacón y pegadizo «pero, sobre todo, en un pesebre tiene que haber un caganer». Y no le falta razón al estribillo, porque al fin y al cabo este hombre acuciado por una urgencia digestiva representa muy bien la vulnerabilidad y la imperfección humanas. Ya lo dijo el cura y escritor Josep Maria Ballarín: «El caganer somos todos».
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