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Las clases en las que el profesor explica un tema a un grupo de alumnos sentados en pupitres alineados en fila han desaparecido –o deberían–. Nuevos contenidos y modernas metodologías de aprendizaje por proyectos, colaborativos y más prácticos, han entrado en las escuelas y exigen ... espacios y mobiliario diferentes. Sin embargo, los colegios se transforman a un ritmo muy lento o solo hacen retoques insuficientes. Rosan Bosch, diseñadora danesa que dirige un estudio en Copenhague reconocido internacionalmente en el campo del diseño escolar, y Guillermo Bautista, profesor e investigador de la Universitat Oberta de Catalunya en el grupo Smart Classroom Project, advierten de que el espacio físico es una «herramienta fundamental en los aprendizajes». Los dos expertos dibujan cómo será el aula del futuro.
Pasillos largos y vacíos con aulas fijas a ambos lados es el diseño tradicional y una forma «de control» del escolar para que los maestros sepan fácilmente dónde están los alumnos. Pero ese ya no es el objetivo ni una necesidad. «Un paisaje de aprendizaje que tiene al niño como protagonista es todo lo contrario: posee una estructura en la que los estudiantes pueden moverse con total libertad», valora Bosch.
Debe haber zonas diferenciadas: desde lugares para relajarse a otros para actividades más dinámicas, trabajar individualmente o en grupo, escuchar presentaciones, talleres para construir modelos prácticos... Tienen cabida desde cómodos sillones para que los niños se sienten a leer, a mesas de diferentes tamaños y formas, estructuras para hacer ejercicio físico, incluso otros elementos que simulan túneles o cuevas en las que el chaval pueda esconderse. Los alumnos tienen libertad de elegir dónde estar y qué hacer. «Se logra una mayor motivación para aprender. Se trata de confiar en ellos, darles libertad para que exploren y aprendan a su ritmo. Eso no quiere decir que no existan las exposiciones del profesor», advierte Bosch. El docente indica el objetivo a alcanzar, da las explicaciones básicas y el alumno decide si quiere un aprendizaje en grupo, él solo, construir un prototipo, preparar un proyecto, un vídeo...
Las escuelas tradicionales están diseñadas para limitar el movimiento y que los niños se sienten y se queden quietos y concentrados. Pero la mayoría preferirían levantarse de la silla. «Debemos diseñar aulas que les permitan moverse, porque es bueno para su salud física y su bienestar emocional y, además, influye de forma positiva en los aprendizajes», subraya Bautista. «Hay que crear espacios que inviten al alumno a estar físicamente activo y a usar su cuerpo. Incluso donde puedan bailar, saltar o correr. Fomentar la actividad física en su día a día es un gran cambio», resalta Bosch.
Los diseños de los espacios escolares deben ser «flexibles» para poder «adaptarse» a las diferentes necesidades de aprendizaje, incluso en un mismo día, añade el investigador de la UOC. «Nada de mesas individuales. Las sillas y las mesas deben tener ruedas para que se puedan mover sin hacer ruido con el fin de formar grupos diferentes de trabajo y que se recojan y apilen para crear espacios diáfanos en los que hacer diferentes actividades. Permite, además, que no todos los escolares de un aula estén haciendo lo mismo al mismo tiempo». Además, subraya Bautista, no tiene sentido marcar el puesto físico del profesor al frente de la clase, ya que en el modelo de aulas del futuro, el docente se mueve por las diferentes zonas en las que realizan actividades sus alumnos.
Los espacios deben estar iluminados con luz natural. «Es importante evitar saturar las paredes con tanta información y carteles», señala el investigador de la UOC. Se pueden utilizar para dibujar, escribir o exponer los trabajos artísticos de los alumnos. Otra regla: que los coles introduzcan elementos que inviten a jugar a los niños, porque «no hay nada tan motivador para aprender como el juego».
La diseñadora danesa apuesta por recrear en las escuelas estructuras que recuerden a elementos de la naturaleza: cuevas, árboles, montañas, ríos –sustituir las sillas por un paisaje ondulado de verdes colinas para sentarse, por ejemplo– porque «ayudan a investigar, a ser más creativos y estimular otras actividades cerebrales como la curiosidad, por ejemplo. Al trabajar «con motivos, formas y colores muy diferentes, llamas la atención de los alumnos», insiste.
El diseño debe tener como uno de sus objetivos crear un clima antiestrés. «Con flores y plantas que necesitan cuidados, sofás y suelos con alfombras y moquetas que debemos tratar con suavidad porque se rompen se contribuye a generar un ambiente acogedor en las escuelas. Los materiales más resistentes al desgaste –hormigón, baldosas...– incitan a que los alumnos los traten mal, ya que proyectan una dureza que pide a gritos hacer el bruto. Por el contrario, los suaves y cálidos, como la madera y los textiles, inducen un comportamiento más cuidadoso y relajado».
Una intervención sencilla como fijar zonas en las que no se puede estar con zapatos tiene un gran impacto en los niveles de ruido y en el comportamiento de los alumnos, apunta Bosch. En esta línea, algunos estudios han demostrado, incluso, que llegan a reducir el acoso escolar. Tiene que ver, según explica la artista danesa, con que «uno se siente más vulnerable, porque es difícil meterse con alguien estando descalzo o incluso porque los niveles de ruido bajan» y los menores están menos alterados.
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