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Una familia con dos hijos delicados de salud y cuatro perros busca casita de pueblo con algo de terreno para vivir, no muy lejos de la ciudad, pero con algo de tranquilidad. «Vivimos en un pueblo de la capital, pero necesitamos cambiarnos porque hay mucho ruido», dicen. Otra joven soltera, Elena, es música y se declara amante de la naturaleza. Tanto que busca una casa en un pueblo asturiano. Le da igual si está abandonada. Ofrece 200 euros al mes de alquiler y arreglar la vivienda, poco a poco. «Soy una persona muy trabajadora; haré todo lo posible para cuidar y mejorar la casa», dice en su anuncio de búsqueda. Un matrimonio de jubilados, sin hijos, busca una casita construida en una sola planta, con algo de terreno, en el entorno de la gran ciudad. Ofrecen 500 euros al mes y «pago asegurado».
Alejarse de los grandes núcleos urbanos, superpoblados y con más ruido que verde, es tendencia. Quienes pueden apuestan por un desplazamiento a largo plazo para instalarse en casas libres de comunidades de vecinos. Los que no tienen esa posibilidad, o solo desean disfrutar temporalmente de la tranquilidad de las poblaciones pequeñas, planifican sus escapadas de fin de semana a este tipo de alojamientos, cuyos alquileres también son ofrecidos por días.
Las condiciones que alimentan esta moda son muy dispares; tanto como los perfiles de quienes huyen del tráfico y del ruido para llevar otro tipo de vida, menos rápida, más sostenible. Solteros, familias, jubilados o recién enamorados. La pandemia y su confinamiento puso a los pueblos en el punto de mira de miles de personas que se vieron encerradas entre cuatro paredes de la noche a la mañana. Pero pasado este momento, ha quedado en el ánimo de mucha gente ese deseo de cambio. Por lo que pueda deparar el futuro.
Con esto, las viviendas de pueblo, con sus patios y sus cocinas modestas, con sus puertas de entrada directas desde la calle, también las que tienen su pequeño terreno y no digamos ya las que disfrutan de barbacoa y piscina al aire libre, son un activo inmobiliario para quienes las poseen. Siempre pudieron serlo, pero ahora hay más demanda. Quien tenga una casa de pueblo, tiene un tesoro. O, si no tanto, una buena hucha con la que poder ahorrar una cantidad que oscila, en función de las características de la propiedad, entre los 6.000 y los 10.000 euros al año, en el caso de alquileres no vacacionales por días, donde las cuentas son otras.
Sobre la posibilidad de alquilar para instalarse a largo plazo, la oferta no es muy extensa. En este terreno, y cuando hablamos de pequeños pueblos enmarcados en lo que ahora se denomina la España vaciada, las cifras del mercado se mueven en márgenes pequeños. La organización Coceder, que trabaja para la repoblación de estos núcleos urbanos en decadencia, la mayoría ubicados en la mitad norte de España, conoce muy bien esta realidad. Con su presidente al frente, Juan Manuel Polentinos, crearon hace unos años la plataforma 'volveralpueblo.org'.
En ella pusieron a disposición de quien lo quisiese un banco de casas, terrenos y negocios para facilitar el proceso de búsqueda y asentamiento de las personas del medio rural. Y el encontrar un hogar acorde es una de las dificultades con las que suelen encontrarse.
Muchas de estas viviendas son familiares, solo habitadas por temporadas vacacionales; algunas son históricas, otras no están del todo acondicionadas y se requiere de una inversión económica para ponerlas en el mercado. De ahí que, entre factores sentimentales y económicos, muchas no estén disponibles. Pero demanda hay.
En el pasado 2020, año de la pandemia, la citada organización asesoró a 26 familias nuevas pobladoras, que fueron acompañadas en un proceso que tiene que ver «con la orientación y con la puesta en contacto» de propietarios y personas interesadas en vivir en pueblos. Las cifras de este prometedor 2021 están por cerrar aún.
La red está llena de demandas de personas, como las que se ven al principio de este reportaje, que buscan estos alojamientos rurales. Pero, al margen de los anuncios que se pueden leer en todo tipo de plataformas, también existen inmobiliarias especializadas en este sector.
Es el caso de Inmobiliaria Ortega, que opera en el interior de Murcia y alrededores. En su caso, su público es el extranjero. La mayoría de sus clientes proceden del norte de Europa: ingleses, franceses, daneses, holandeses, belgas... «Vender una propiedad en sus países no es tan fácil en los últimos años y, en vez de desprenderse de ella para instalarse en España, llegan aquí con dos ingresos fijos de sus pensiones, más un tercero del alquiler de sus propiedades en sus países de origen. Buscan casas de pueblo, de campo, y hay quienes no tienen reparos en pagar hasta 1.000 euros por el alquiler», explica Alfonso Ricardo Ortega, propietario del citado negocio.
Él gestiona una cartera de unas 70 casas. «Pero faltan propiedades para la demanda que hay. Ahora puedo tener cinco libres para entrada inmediata, pero sé que en cuestión de semanas ya no estarán disponibles», apunta Ortega, al tiempo que precisa que él ofrece alquileres por temporadas, que suelen ser máximo de un año, aunque luego se puedan renovar.
Sobre la postura de muchos propietarios a la hora de no sacar al mercado sus propiedades, se muestra comprensivo. «Hay gente que si tiene una economía saneada, prefiere conservar su propiedad intacta y disfrutar de ella una vez al año porque no necesita los 6.000 euros de media que le pueda sacar al año», pone como ejemplo.
Ahora bien, también conoce a gente que, en situación de aprieto económico por deudas importantes, ha salido airoso poniendo en alquiler sus casas de pueblo y obtener, de tres inquilinos, de 1.800 a 1.900 euros al mes. Lo que más se demanda son los chalés de campo, «pero también tengo a alguna pareja alojada en el casco histórico del pueblo bien contenta», reconoce.
En su opinión, la demanda se ha mantenido constante en el tiempo, salvo tras la pandemia, que notó el éxodo de extranjeros que vivían en grandes urbanizaciones de costa hacia las poblaciones del interior, buscando aislamiento.
Donde la tendencia sí marca un ascenso claro es en el turismo. Desde la plataforma Airbnb, para el alquiler temporal de propiedades entre particulares, indican que «las localidades más pequeñas situadas en entornos rurales y cercanas a zonas de gran valor natural fueron las protagonistas absolutas del verano de 2021».
Las familias son las que más demandan estos alojamientos, y ellas protagonizaron el 42% de las noches reservadas en destinos rurales durante los pasados meses de verano, once puntos de incremento con respecto al año anterior.
«Estos datos reflejan un cambio de tendencia a nivel global, en parte gracias a la flexibilidad que proporciona el teletrabajo, que ha incrementado también la estancia media e incentivando la creación de oferta por parte de los 'anfitriones' (propietarios) que anuncian sus segundas casas de verano», valoran desde la citada plataforma de referencia internacional.
Como dato, y aunque no solo incluya al turismo de pueblo, a pesar de que éste haya tenido el protagonismo este pasado verano, viene bien saber que, solo en verano, «los anfitriones españoles con un único alojamiento activo en Airbnb ingresaron en conjunto más de 100 millones de euros».
Ahora en otoño la tendencia detectada entre los viajeros tiene como protagonista los alojamientos únicos, singulares. Casas en los árboles, yurtas, casas cueva, cabañas, minicasas. Cuanto más cerca de la naturaleza, mejor.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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