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Anclado en nuestros hábitos como el café del desayuno, el análisis de todo tipo de datos personales está asimilado hoy con absoluta normalidad. Asistidos por la tecnología, contamos pasos, pulsaciones, calorías consumidas y quemadas; mensajes escritos, recibidos y aquellos que aún esperan a ser leídos. ... Esto, que para muchos es un avance social, para otros supone un retroceso. Sobre todo cuando llega a quitar el sueño. Y es que es exactamente lo que está pasando a quienes han caído víctimas de la 'datitis': la monitorización constante de su organismo les está quitando literalmente el sueño.
El problema recibe le nombre de ortosomnia y no es otra cosa que el estado obsesivo que alcanzan algunas personas preocupadas por la calidad de su sueño. Algo que en la actualidad se ve agudizado por el uso masivo de pulseras inteligentes que chequean el funcionamiento del organismo de quienes las llevan, incluso cuando duermen.
Cada mañana, reciben en sus teléfonos móviles el parte puntual de las horas que han dormido, de las veces que se han despertado y, como punto más controvertido, si su sueño ha sido de calidad, en función de si tuvo un dormir superficial o, sin embargo, alcanzó suficiente sueño profundo. «No es un problema generalizado, pero sí empezamos a recibir pacientes que acuden convencidos de que tienen un problema médico porque su pulsera de actividad dice que no alcanza un sueño profundo lo suficientemente largo», advierte Javier Puertas, vicepresidente de la Sociedad Española de Sueño (SES) y profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad Católica de Valencia.
«Los estudios realizados hasta la fecha indican que estas aplicaciones tienen un 80-90% de fiabilidad respecto al tiempo que se está en la cama y del sueño, pero no de las distintas fases del mismo, de cuyo análisis hacen una valoración sobre su calidad», advierte este especialista. En la actualidad, el sueño profundo -y por ende las distintas fases del sueño- solo puede ser medido con rigor a través de tres parámetros: la actividad cerebral, el tono muscular y el movimiento de los ojos. Y a estos, a todas luces, no llega la pulsera. Por este motivo desde la SES ven grandes posibilidades de futuro en estas tecnologías, pero por ahora advierten de que, al menos en términos de calidad, no hay que tomárselas al pie de la letra. Y menos autodiagnosticarse ni medicarse.
Cuando los especialistas quieren analizar la calidad sueño realizan una polisomnografía. «Para ello empleamos entre 15 y 30 electrodos y sensores colocados en el cuero cabelludo, en el pecho y en las piernas. Y estos son los que arrojan luz sobre las distintas fases del sueño», especifica Puertas, mientras recalca que no creen que el uso de las pulseras esté mal, sino que aún faltan estudios científicos que validen sus análisis acerca de la profundidad y la calidad del sueño.
Lo que sí les parece útil es lo concerniente a los datos cualitativos. «Nos ayuda a objetivar, digamos, la agenda del sueño; horas y despertares, por ejemplo; e incluso detectar alteraciones del ritmo circadiano», concreta Puertas. Pero sobre todo esta tecnología ayuda a ser más conscientes de la higiene del sueño y su importancia. Esta labor pedagógica es la que destacan los fabricantes de estos dispositivos. Desde Fitbit, la marca más conocida entre los consumidores y pionera en la monitorización del sueño hace diez años, hacen hincapié en que «realizan una labor educacional, trabajando con expertos en la materia para ayudar a los usuarios a interpretar los datos».
Sobre la medición, Cris Rocca, responsable de marketing, explica que «todos sus dispositivos calculan las fases de sueño mediante una combinación de los patrones de movimiento y frecuencia cardiaca del usuario». Los datos adicionales, como el intervalo de tiempo de sus movimientos, que indican un comportamiento de sueño (por ejemplo, darse la vuelta), ayudan a confirmar que está dormido. «Mientras duerme, la pulsera monitoriza los cambios en la frecuencia cardiaca a través del sensor, que fluctúan en las fases del sueño ligero, profundo y REM», añaden desde Fitbit. Esta extrapolación de datos se obtiene del análisis de «más de 10.500 millones de noches de los usuarios». Según la Sociedad Española del Sueño, este trabajo de 'big data' es lo que requiere aún de una validación científica, aunque ya haya algún estudio en marcha.
Mientras los sistemas mejoran y las mediciones avanzan en precisión, los especialistas aconsejan atender a otro indicador infalible. Esto es, cómo se siente uno al despertar. Solo cuando el cansancio impida cumplir con la rutina habitual es hora de acudir al especialista.
Número de despertares. Todas las personas se despiertan por las noches, no hay que preocuparse si se vuelve a coger el sueño con facilidad y no le afecta a la sensación de descanso global al despertar. Una mayor angustia por el número de despertarse señalado por su pulsera hará que la preocupación acabe afectando al descanso realmente.
El sueño profundo Es el parámetro más controvertido, porque cuando la pulsera registra poco tiempo de sueño profundo ésta valora negativamente la calidad del descanso. Según la SES, en términos de media y teniendo en cuenta que cada persona es un mundo, se estima que un 25% de sueño profundo es lo adecuado. Algo más en niños y menos a medida que se cumplen años.
Muy personal El sueño es algo que varía en función de cada persona: algunos se sienten enérgicos con pocas horas de cama y otros necesitan un mínimo de ocho para funcionar. De ahí que el consejo sea atender a cómo uno se sienta más allá de lo que diga la pulsera.
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