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La sexualidad va cambiando a lo largo de la vida y las consultas médicas son testigos de ello. A los 15 años todo es pudor, incluso una guarrada, y poco después, pero muy poco tiempo después, todo son agobios. ¿Me habré quedado embarazada? ¡Quizás necesite ... la píldora del día después o como se llame eso! ¡No sé, igual tendría que hacerme la prueba del sida...!
Pasa el tiempo. Las llamas se convierten en ascuas y mantener el fuego vivo, en un desafío. En la balanza, las preocupaciones relacionadas con el sexo se inclinan ya más por la bandeja de la salud. Los años no perdonan. Menopausia, disfunción eréctil, pérdida de deseo... cáncer. La especialista Ana Gajate, médico de atención primaria en un centro de salud de Soria, ha ofrecido junto a su compañera Sara del Amo, un curso sobre sexualidad en las diferentes etapas de la vida en el congreso nacional de la sociedad de Medicina General y de Familia, celebrado en Bilbao. Esto es lo que les cuentan.
Adolescentes
La adolescencia marca el final de la infancia, un tiempo que en lo referente a sexualidad se define por la curiosidad y el descubrimiento y en el que la labor de los centros de salud suele ir poco más allá de la asesoría que los pediatras brindan a los padres. Las hormonas comienzan a estallar entre los 10 y 13 años y, a partir de la adolescencia, la cosa cambia. Las primeras reglas generan más consultas que las primeras eyaculaciones, aunque antes de pasar a sus médicos de cabecera, la enfermería se ocupa de hablar por primera vez con los chavales de éstas y otras cuestiones.
Algo para entonces saben, porque en clase –y se espera que en casa– ya han hablado mucho de sexualidad, generalmente por desgracia más de sexo que de afectividad. Con la adolescencia chicos y chicas descubren su cuerpo. En poco tiempo, con 15 ó 16 años, comienzan a llamar a las puertas de su médico de cabecera. Preguntan por métodos anticonceptivos, la píldora del día después, y también buscan consejo sobre cómo prevenir las enfermedades de transmisión sexual. Generalmente, han oído hablar mucho de VIH/sida, pero poco o nada de sífilis, gonococia y otras más comunes, y cada vez más extendidas. «A los chicos les da más pudor, porque la mayoría de los médicos somos mujeres y se cortan», explica Ana Gajate. Los mismos temas se repiten hasta que se llega a la década de los 40.
Adultos
El final de la vida fértil marca una frontera para las mujeres. Les agobia todo lo relacionado con los cambios de su cuerpo, especialmente los sofocos, la atrofia vaginal, causa frecuente de dolor en las relaciones sexuales, y los síntomas propios de la menopausia. Especialmente los problemas del sueño. Abordadas todas estas cuestiones, desde el punto de vista de la sexualidad se abre para ellas una nueva forma de placer, más plena e intensa porque quedan ya libres de las ataduras de la vida reproductiva.
A partir de los 45 años, los hombres comienzan a consultar por problemas de erección. «Llegan muy agobiados y les cuesta hablar del tema, pero se tranquilizan al saber que tenemos respuestas para ellos». Hipertensión, diabetes, tabaquismo, colesterol y todos los factores ligados con la salud cardiovascular están con frecuencia detrás de esta complicación. Los fármacos sólo se evitan en pacientes recién infartados o muy inestables. Superado ese tiempo, se recetan igual, aunque también hay otras terapias. «Tratándolo con normalidad, se puede hablar de todo», explica Gajate.
Más allá de los 60
Las patologías crónicas y el cáncer lo invaden todo cuando se entra en la década prodigiosa, la de los sesenta. La sexualidad, como todo, queda marcada por la enfermedad, más cuanto más se avanza en años. Pero el deseo no desaparece. Algunos trabajos apuntan a que el 90% de los pacientes consideran que el sexo es muy importante en su vida y que les preocupa de forma notable la creciente falta de apetencia y el cansancio.
El 75% de los hombres permanece activo a partir de los 70 años, en las mujeres ese porcentaje cae de forma notable. El sexo no es lo que era. Pesan los afectos, el cariño, las caricias, la ternura. Es otra cosa. Menos fogosa, quizás más profunda.
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