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En pleno siglo XXI, un centenar de estadounidenses acabaron en urgencias – alguno muerto– por inyectarse o beber lejía y otros desinfectantes después de que su presidente, Trump, lo sugiriera en rueda de prensa como remedio o prevención contra el coronavirus. Así, tampoco suena tan descabellado que en el siglo XIV, inmersos en la pandemia de la peste negra que asoló Europa, algunos doctores creyeran que la enfermedad se transmitía a través de vapores mortales y recomendaran a sus pacientes esnifar flatulencias embotelladas, por eso de que el fuego se combate con el fuego. Un estudio de la Universidad de Cambridge recoge las prescripciones de dos médicos del siglo XVII, Simon Forman y Richard Napier, quienes aconsejaron a un enfermo de «viruela con forúnculos y picazón» una mezcla de «rosas, violetas, cangrejos hervidos y estiércol de venado». ¿Su tratamiento más rocambolesco? Usar «palomas muertas a modo de zapatillas».
Volviendo al presente, y en una vuelta de tuerca delirante, en algunas zonas del planeta, las personas forman parte de esos remedios aberrantes, como los albinos, especialmente niños, asesinados o amputados para formular 'pociones' con sus extremidades, orejas, genitales, nariz, lengua... Prometen atraer a la suerte y la riqueza... a los que las venden. Incluso curar el ébola. Según la Cruz Roja, la piel de un niño albino puede alcanzar los 7.000 euros en el mercado negro. Los seres humanos con esta mutación en la piel son utilizados, además, contra el sida. ¿Cómo? Violados por hombres y mujeres en la creencia de que las relaciones sexuales con un albino pueden curarles.
También hoy, hay quien recomienda curas demenciales para el cáncer que, aunque fueran inocuas por ineficaces, resultan de una peligrosidad mayúscula si se utilizan en sustitución de los tratamientos médicos: «Con enfermedades incurables o difíciles de tratar, como muchos cánceres, resulta comprensible que las personas afectadas, en sus itinerarios terapéuticos, recurran a remedios alternativos que se les ofrecen dándoles una esperanza que no encuentran en los centros oncológicos que les tratan. El peligro suele venir no solo del abandono de los tratamientos convencionales, sino también de los posibles efectos colaterales de estos tratamientos alternativos. Y, por supuesto, del dinero que les hacen gastar en la compra de esas falsas esperanzas», señala Jon Arrizabalaga, historiador de la medicina y la ciencia, e investigador del CSIC en la Institución Milà i Fontanals de Investigación en Humanidades (IMF-CSIC, Barcelona).
Lo confirma Carlos Mateos, coordinador de SaludSinBulos, una web que, en colaboración con la Asociación de Investigadores en eSalud (AIES), trata de combatir las mentiras que sobre la salud corren por Internet: «Ahora como nunca, es muy fácil fabricar bulos y, como los virus, tienen gran capacidad de propaganción, pues frente a la información contrastada de los medios de comunicación, está la que se extiende sin filtros por las redes sociales».
Es duro reconocer que en la actualidad aún podemos ser víctimas de bulos, como clasifica Mateos, «por motivos económicos, deseo de notoriedad, deseo de dañar a terceros o simplemente por equivocación», y de tradiciones mal entendidas, por no hablar del peligroso movimiento antivacunas que demoniza la mayor conquista de la Medicina. «De hecho, el origen de la web Saludsinbulos se sitúa en la afirmación de un presentador de televisión que dijo que las vacunas producen autismo». Pese a todo, mejor no ponerse en la piel de hombres y mujeres que vivieron, por ejemplo, en la Edad Media, llena de hechiceros, curanderos y médicos intentando curar a ciegas... Una operación de cataratas suponía hurgar con una aguja en el ojo del paciente, con lo que muchos acababan por perder la visión. Y si se sufría de hemorroides había que mentalizarse a fondo para someterse a su cauterización con un hierro candente.
Con la peste negra que asoló Europa en el siglo XIV, primero llegaba la fiebre altísima, vómitos y fuertes dolores de cabeza, luego aparecían los tumores o bubones (de ahí el nombre alternativo de peste bubónica), que podían llegar a tener el tamaño de un huevo y que el médido se dedicaba a rasgar y sangrar (también colocaba sobre ellos sapos y sanguijuelas), después venían las placas negroazuladas y finalmente la muerte. Multitud de remedios sorprendentes pretendieron hacerla frente, como beber orina, «las purgas y las sangrías, para eliminar la sangre mala –señala Carlos Mateos–. Los curanderos eran los que más podían acercarse a veces a una solución pues al menos conocían los efectos de las hierbas, mientras que algunos médicos llegaban a ser peligrosos al no tener ni idea de microbiología». Las sangrías, pese al riesgo que suponían y a que en pocas ocasiones servían para curar, «forman parte del arsenal terapéutico propio de la tradición médica hipocrático-galénica», explica Arrizabalaga. «Y su ciclo se cerró en el siglo XIX. Con una excepción hasta nuestros días: en la enfermedad pulmonar oclusiva crónica (EPOC), cuando el hematocrito, el número de glóbulos rojos en sangre, es muy elevado».
Entre los enemas utilizados a lo largo de la Historia, sorprende uno que se usó hasta el siglo XIX, el de humo de tabaco, que se introducía por el ano con una especie de pipa larga como tratamiento para problemas respiratorios, incluso un simple catarro, también contra el cólera y hasta para reanimar a ahogados;la técnica se abandonó al conocerse los efectos del humo en pulmones y el corazón.
La mal llamada gripe española también tiene sus curiosidades, explica Mateos: «se vendían ungüentos de todo tipo, incluso de cocaína. Elixires, aguas medicinales... No había criterio científico ni tampoco ético. Se llegó incluso a aconsejar fumar cigarrillos porque decían que el humo acababa con la enfermedad».
Capítulo aparte merecen los problemas mentales, terreno abonado para tratamientos y remedios dañinos y sin fundamento. «El más terrible –recuerda Arrizabalaga– era el confinamiento a perpetuidad de los pacientes en manicomios, con frecuencia sometidos a todo tipo de vejaciones». Solo un par de muestras: antes de que en el siglo XX se hicieran populares las lobotomizaciones y los electroshocks, afortunadamente ya desestimados, es de lógica que en el XIX los tratamientos tampoco dejaran margen a la esperanza. Hospitales psiquiátricos franceses como el de Charenton en París mantenían a las personas con supuestas enfermedades mentales atadas, mientras las golpeaban y les sumergían la cabeza en una bañera. En manicomios de Inglaterra colocaban al paciente en un mecanismo que giraba a gran velocidad; también solían marcarle la cabeza con un hierro candente por ver si recuperaba la razón.
De todos modos, advierte Arrizabalaga, «los remedios que en otros tiempos o en otras culturas se hayan empleado no pueden medirse de forma condescendiente con los parámetros de los tratamientos actuales». Insiste en distinguir entre recursos terapéuticos populares (existentes también ahora) «y los empleados por los sanitarios formados en el marco de la tradición médica hipocrático-galénica, que constituía la base de la medicina universitaria. Estos últimos deben comprenderse a la luz de las teorías interpretativas sobre la naturaleza y las causas de las enfermedades, que eran también fundamento de las medidas terapéuticas a las que se recurrían». Incide en que tras grandes epidemias como la peste negra de mediados del siglo XIV, que provocó la muerte de entre un tercio o más de la población europea, «no se hundió el crédito de la medicina universitaria sino que se vio reforzado».
La trepanación viene desde la Prehistoria. Consiste en hacer un agujero en el cráneo perforándolo, cortándolo o raspando las capas de hueso, aunque los expertos no se ponen de acuerdo en si se practicaba con alguna finalidad médica (dolores de cabeza, epilepsia y supuestos problemas mentales) o más bien formaba parte de algún tipo de rituales. Se mantuvo vigente en ciertas zonas del planeta hasta principios del siglo pasado. No siempre suponía la muerte; se han encontrado cráneos con indicios de supervivencia, pues el hueso volvió a crecer alrededor del agujero. En Medicina se usa esta técnica para drenar hematomas.
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