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Los parches para rebajar el estrés se han convertido en la última tendencia de bienestar después de que celebridades como Meghan Markle o los jugadores de baloncesto de los Golden State Warriors apareciesen en público hace unos días con uno de estos pequeños y polémicos ... dispositivos pegados en la muñeca. Se supone que estos parches, que se venden en paquetes de 20 unidades por 75 euros, funcionan como una especie de batería que ayuda a reducir los niveles de estrés y ansiedad «gracias a un procesamiento de bioseñales que activan el sistema nervioso parasimpático para frenar la producción de adrenalina e iniciar el proceso de relajación». Así es cómo lo 'vende' su fabricante (NuCalm) en la página web y el motivo por el que se lo compran miles de personas de todo el mundo pese a que las dudas sobre su eficacia son más que evidentes entre los miembros de la comunidad científica.
¿Producto milagroso o un nuevo timo? Los médicos consultados se inclinan más hacia lo segundo y llaman la atención sobre la capacidad que tienen este tipo de artículos y remedios 'pseudocientíficos' –parches, collares de ámbar, pulseras magnéticas, hierbas curativas...– para «autoconvencernos de sus supuestos beneficios. Este efecto está muy relacionado con el deseo, con la necesidad de querer creer en algo. Es decir, funciona en muchas ocasiones como un placebo, sin más. El consumidor tiene la necesidad de pensar que ese producto le va a ayudar y esa creencia ya le hace sentirse mejor», resume la psiquiatra Rosa Molina.
Y pone un ejemplo sobre cómo 'trabaja' nuestro cerebro ante este tipo de situaciones: «El mismo fármaco (antidepresivo) tiene más efectos secundarios en los pacientes si se lo receta un psiquiatra que si lo hace un neurólogo. ¿Por qué? Porque si lo hace un neurólogo, el paciente lo relaciona con la solución a su problema y solo por eso ya se encuentra mejor. Es decir, me da esta pastilla para tratar el dolor que me causa la cefalea. En cambio, en las consultas de salud mental ocurre muchas veces lo contrario. Nada más cruzar la puerta el paciente ya te dice que no cree en la psiquiatría o en las pastillas, como si fuese un acto de fe. En ese momento ya sabes que su evolución va a ser mucho más torcida de lo habitual. Un paciente que en condiciones normales respondería en un 70% a un antidepresivo, puede torpedear su recuperación simplemente porque no 'cree' en el tratamiento».
Por eso, el poder de los productos 'pseudoterapéuticos' es tan fuerte. «El que lo compra quiere creer que le va a funcionar y ese deseo es tan poderoso que termina por convencerle de que es así. Es decir, si tienes un problema de ansiedad y escuchas por todas partes que el parche que ha puesto de moda Meghan Markle te ayuda a rebajar el nivel de estrés, es muy probable que esa persona ya se sienta más relajada en cuanto se lo pegue en la muñeca. Pero por pura sugestión, no porque el producto 'funcione'», aclara la doctora Molina, psiquiatra del Hospital Clínico San Carlos de Madrid y autora del libro 'Una mente con mucho cuerpo' (Editorial Paidós).
Este efecto placebo o la necesidad de creer afecta de tal manera a nuestro cerebro que incluso el precio o el color de los medicamentos influye en nuestra percepción sobre su eficacia. Un experimento realizado por investigadores de la Universidad de Medicina de Hamburg-Eppendorf (Alemania) y publicado en la revista 'Science' concluyó que cuanto más caro es un fármaco, mayor es el efecto placebo que genera. «Lo que sugiere que en la mente de las personas un medicamento más costoso se percibe como más efectivo que el barato. Pero no solo eso. Los efectos secundarios del medicamento más caro también son considerados más potentes que los del fármaco de menor precio. De manera que habrá pacientes que experimenten un empeoramiento de sus síntomas» fijándose solo en su precio.
Otro estudio sobre este tema arroja conclusiones tan curiosas como que las pastillas de color rojo se consideran más efectivas que las de color azul, salvo en Italia, donde ocurre todo lo contrario. Y esto es así porque se sienten más identificados con el color azul de la camiseta de su selección de fútbol. Una vez más entra en juego el querer creer en algo para que funcione mejor.
Los collares de ámbar son muy populares entre algunos padres, que se los ponen a sus bebés para evitar el malestar que les causa la salida de los primeros dientes. Pues bien, no solo «no hay evidencia científica de que el ámbar tenga ninguna propiedad analgésica ni en la dentición de los niños ni en nada, sino que, además, son peligrosos porque el niño se puede ahogar o atragantar con las cuentas si el collar se rompe», alerta la doctora Lucía Galán, conocida en redes como Lucía, mi pediatra.
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