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fermín apezteguia
Jueves, 17 de noviembre 2022, 00:25
Sobrevivir a la niñez no resulta tan fácil como parece a simple vista. Es más difícil incluso de lo que recordamos. Una nueva investigación, que se recoge en la revista científica 'Frontiers in Psychiatry', asegura que los traumas infantiles no solo dejan huellas en el ... alma humana, sino también en el cuerpo donde habita. Obesidad, dolor crónico y migrañas pueden ser, según este trabajo, mucho más que un problema del metabolismo. En muchos casos, desgraciadamente más de los que imaginamos, son el reflejo de una infancia triste o rota por un acontecimiento desgarrador.
La niñez es un jardín del que puede salirse lesionado para toda la vida. Desde hace muchísimo tiempo, al menos desde mediados del siglo pasado, psiquiatras y psicólogos saben que las experiencias negativas, como los malos tratos, el divorcio complicado de los padres o una reprimenda ridiculizante impactan de tal modo en la mente de los niños que algunos de ellos pueden llegar a sufrir en la edad adulta enfermedades mentales muy diversas. Desde la ansiedad a la esquizofrenia, el abanico es amplio. Pero ahora se sabe mucho más. Ahora se sabe que el daño emocional también puede manifestarse en forma de enfermedad física y enmarañar el tratamiento de una manera bárbara.
«Ocurre, pero lo primero que habría que decir es que no tiene por qué pasarles a todos los chavales», tranquiliza de entrada la psiquiatra María Vallejo, de la Clínica Universidad de Navarra. «Hay muchísimos casos de hermanos que viven una situación complicada. Unos la superan con absoluta normalidad; y otros, en cambio, arrastran una herida que les perseguirá para siempre, hasta que la traten. Habrá quienes la superen y quienes tengan que aprender a vivir con ella. Cada persona es un mundo».
Hasta un 67% de los estadounidenses admite haber vivido un episodio traumático en la infancia. Quizás esa cifra no sea tan alta en España, pero seguramente tampoco la de nuestro país resulte despreciable. No hace falta haber asistido a una catástrofe, un episodio de violencia o una guerra para que un acontecimiento se grabe en la mente de un niño como una experiencia dolorosa y sangrante. Otras situaciones aparentemente de menor riesgo como el rechazo de unos amigos, la incomprensión de un profesor o el silencio inoportuno de los padres pueden dejar en el crío una herida que le acompañe el resto de su vida. O, al menos, hasta que la trate con un profesional de la salud mental.
Lo normal es que los traumas infantiles se traduzcan en enfermedad mental. El trabajo estadounidense, firmado por la Universidad de Nevada tomó como referencia a más de 16.000 personas del área de la ciudad de Reno. Los participantes respondieron a un cuestionario en el que se les preguntaba sobre su entorno social anterior a los 18 años, incluidas las experiencias de maltrato emocional, físico y sexual, así como posibles negligencias y abuso de sustancias en el marco del hogar familiar. Lo cierto es que el trabajo se realizó en un área donde los índices de enfermedades de salud mental están más disparados que en el resto de EE UU, Aún así, los resultados obtenidos no dejan de ser sorprendentes.
Casi dos tercios de los participantes recordaron haber vivido al menos un tipo de trauma infantil; y una cuarta parte, el 24%, relató que hasta cuatro. Las mujeres y las personas con ascendencia afroamericana fueron los más afectados.
Lo que sorprendió a los investigadores fue, sin embargo, el alto índice de enfermedades físicas ligadas a la enfermedad mental. Era esperable que aparecieran, como hubo, trastornos de ansiedad, alimentarios, estrés postraumático, esquizofrenia y abuso de sustancias. Muchos de los participantes –el numero exacto no se proporcionó en la información facilitada– sufrieron como adultos otros problemas menos esperables. La obesidad, cefaleas, dolor crónico y, sobre todo, migrañas, que presentaban eran consecuencia del daño emocional que vivieron siendo sólo unos críos.
La enfermedad física ligada a problemas de tipo psicológico o psiquiátrico resulta menos común, pero no por ello desdeñable. Según destaca la especialista de la Clínica Universidad de Navarra, representa, además, un doble desafío para los servicios de salud. Sin atajar la patología mental será imposible resolver el problema orgánico. Por mucho que se intente, lo lógico y esperable es que todo esfuerzo terapéutico fracase una y otra vez.
«Es muy importante desenmarañar el trauma», destaca María Vallejo. Con frecuencia, los pacientes se ven forzados a peregrinar por las consultas de mil y un especialistas en endocrinología, nutrición o medicina interna, en función de la complicación que se trate, hasta que se descubre la causa última de los males. «Algo así, obliga además a tener que desarrollar programas coordinados entre las distintas especializadas, porque no vale con que trate al paciente un especialista en salud mental. Al final hay que abordar dos dolencias diferentes ligadas por un nexo común», apostilla.
Un reciente estudio realizado en el Hospital del Mar de Barcelona apunta a que el riesgo de sufrir un trastorno mental en la edad adulta se multiplica por tres cuando de niño se ha sufrido un trauma psicológico. Otros trabajos sobre afecciones físicas ligadas a traumas infantiles incluyen en su lista las enfermedades cardiacas, cáncer, EPOC y patología hepática. «Pase lo que pase, siempre es importante revisar la biografía del paciente», recuerda la psiquiatra María Vallejo.
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