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El ir y venir de ajustes horarios que ha impuesto para muchos el teletrabajo de la nueva y desordenada normalidad no es sano. Pero tampoco lo es siempre la fórmula presencial clásica. Se ve como un privilegio el poder concentrar la jornada completa por la ... tarde –tarde– para disponer de la mañana libre. Y al contrario: empezar muy temprano, retrasar el almuerzo y así disponer de la tarde. ¿Quién no ha adaptado sus horarios para llegar a todo o, al menos, lo ha deseado cuando no ha tenido flexibilidad en su empresa? Está a la orden del día. Cierto es que este tipo de planteamientos permiten cubrir muchas necesidades. Pero no la más vital: la salud.
Los turnos de trabajo no son un factor a descuidar y no solo por razones como la conciliación familiar –que también–, sino porque el cuerpo no todo lo aguanta ni su capacidad de adaptación es infinita. Repartir a deshora las tareas del día, con la consiguiente alteración de otros hábitos como la alimentación, el descanso, el ocio, el tiempo de ejercicio físico (etc.) tiene consecuencias. Y no son precisamente agradables.
La Ciencia que las estudia se denomina Cronobiología y sus expertos alertan de las enfermedades que pueden llegar a desencadenar los horarios llamados «cronodisruptores». El doctor Juan Antonio Madrid, miembro del comité científico de la Sociedad Española del Sueño (SES), trató este asunto durante la XXVIII Reunión Anual de la entidad. Por una parte, puso de relieve lo poco saludable que resulta el horario de oficina habitual en España, caracterizado por un parón largo de horas para comer. «La única explicación que tiene esta jornada es la costumbre», afirmó antes de explicar que esta jornada «es herencia de la posguerra, cuando mucha gente tenía dos trabajos para subsistir, uno de mañana y otro de tarde».
Pero además de restar tiempo dedicado al ocio y a la familia (algo nada saludable para el cerebro), este horario tiene otro efecto colateral claro: la hora de las comidas se retrasa. «Como consecuencia también nos vamos a dormir más tarde y dormimos menos y con menos calidad. Un círculo vicioso que genera problemas de orden metabólico y un déficit de sueño permanente», advirtió.
Los problemas citados pueden desembocar en patologías tan reconocibles como la obesidad y diabetes tipo 2. Para este catedrático del departamento de Fisiología de la Universidad de Murcia, la evidencia científica señala como ideal un horario «que no implique ni madrugar mucho ni salir tarde». En ese sentido, sin tener en cuenta los cronotipos individuales, la mejor sería una jornada de 9.00 a 17.00 horas con una parada corta para comer a las 13.00 horas. Todo lo demás exige al cuerpo un esfuerzo de adaptación contra sus ritmos biológicos que puede pasar factura.
Mantener el orden en los sincronizadores. Hay que intentar mantener dentro del caos que suponen los turnos irregulares, pasar de la noche al día o incluir varias noches a la semana, la máxima regularidad en los sincronizadores. Estos últimos son los horarios de comidas, de actividad física, de exposición a la luz, de contacto social y de las horas dedicadas al sueño. De esta forma se contrarrestan los efectos de los turnos de trabajo y el reloj biológico funciona mejor.
Siestas cortas para evitar 'el bajón'. Cuando se trabaja en el turno de noche, el más nocivo para la salud, los expertos recomiendan realiza siestas cortas de no más de veinte minutos. Esto ha sido estudiado en los sanitarios y a ellos les da resultado para prevenir el bajón de rendimiento y la capacidad de atención, que tal y como se ha estudiado, se producen entre las 4.00 y las 6.00 horas de la madrugada. En este tramo se concentra el mayor riesgo de errores y accidentes.
Gafas especiales. El uso de gafas con cristales de color naranja para evitar la exposición a luz cuando se vuelve a casa del trabajo tras un turno de noche ayudan a evitar que el ritmo biológico se active y facilita la conciliación del sueño.
El peor turno es el de la noche. Así lo constata también en su tesis doctoral 'Prevención de la cronodisrupción producida por el trabajo a turnos' la doctora María José Martínez, coordinadora del Grupo de Trabajo de Cronobiología de la SES, realizada en colaboración con el Instituto de Salud Carlos III de Madrid. En ella son estudiados 600 trabajadores de la Sanidad pública y concluye que el turno de la noche era, de todos los analizados, el que más afectaba al sueño y a los ritmos biológicos. «Se pueda pensar que al ser un horario fijo es mejor porque al final los trabajadores se acostumbran, pero siempre se mostró como el peor, con un 20% menos de tiempo dedicado al sueño», insiste Madrid.
¿Por qué? «Estas personas experimentan cambios de hábitos para adaptarse a la vida completamente diurna, de forma que están cambiando continuamente entre dormir de noche y dormir de día en función de si trabajan o libran. Ese salto continuo en los ritmos vitales es el que provoca que sea bastante más lesivo», apuntan.
Los daños a medio y largo plazo, a medida que estos turnos de noche se cronifiquen con los años, pueden ser trastornos digestivos, cognitivos vinculados a una mayor velocidad de neurodegeneración o depresión. «La dolencias más habituales serán los trastornos del sueño, pero también aumenta la incidencia de algunos tipos de cáncer más ligados a hormonas como el de mama, próstata o colon», señaló el experto, quien recordó que la Agencia Internacional de Investigación para el Cáncer estableció ya en 2007 (y reafirmó en 2019) que el trabajo que implica turnos de noche «es potencialmente carcinogénico».
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