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La primavera es una de las épocas «más hostiles» para la salud de nuestros pies. Un día diluvia y nos calzamos las botas de agua, al siguiente aprieta el calor y nos animamos con las sandalias, una semana más tarde vuelve a bajar el mercurio ... y rescatamos las botas... Por no hablar de los días en los que amanecemos con temperaturas más propias de octubre y a mediodía ya parece que estamos en pleno mes de agosto. «Estos continuos cambios de tiempo hacen que saltemos de un calzado abierto a otro cerrado con mucha frecuencia y no siempre elegimos el más adecuado», lamenta Jorge Escoto, directivo del Colegio Oficial de Podólogos de la Comunidad Valenciana (ICOPCV).
Los expertos en el cuidado de los pies coinciden en que el «problema» de la primavera es que «venimos de utilizar un calzado cerrado que confiere una buena sujeción al pie y de un día para otro sacamos las sandalias del año anterior sin mirar siquiera si tiene bien la suela o si las plantillas se encuentran en buen estado».
El hecho de cambiar continuamente de un zapato cerrado a otro abierto con menos sujeción tampoco ayuda. «Esto genera un impacto y un estrés en los pies y en su piel que hace que nos encontremos en consulta con numerosos casos de talalgias, tendinitis, fascitis, además de abundantes daños por ampollas y laceraciones, que son más serias de lo que pensamos, sobre todo en población vulnerable con problemas de cicatrización como son los diabéticos o las personas mayores», precisa Jorge Escoto.
Para evitar que la salud de nuestros pies se resienta más de lo necesario en primavera, los podólogos han elaborado una serie de recomendaciones para pasar de una estación a otra de la mejor manera posible.
Lo primero es hacer una buena puesta a punto. Antes de calzarnos las sandalias o directamente las chanclas, los podólogos aconsejan «hacer una revisión para confirmar que no hay hongos y papilomas, eliminar las durezas y realizar un corte o fresado adecuado de las uñas». Tampoco debemos olvidarnos de protegerlos del sol, «porque los pies, sobre todo los empeines, también se queman y son, junto con las orejas, los grandes olvidados a pesar de que también son zonas de asiento de bastantes tipos de cáncer de piel», alertan desde la Academia Española de Dermatología y Venereología (AEDV).
En cuanto a los esmaltes, Jorge Escoto desaconseja el uso de productos permanentes, muy demandados en primavera y verano porque se mantienen impecables durante casi un mes. El experto insiste en que los esmaltes en general «se debe retirar cada diez días como máximo y dejar un día o dos las láminas ungueales sin pintar. De esta forma, se evitará padecer hongos en las uñas en otoño».
Otro paso fundamental es elegir un calzado adecuado. Con el calor, los pies se suelen hinchar, así que resulta «básico» acertar con la talla correcta para que la forma y las dimensiones del calzado se ajusten a nuestro pie sin hacernos daño. Los podólogos recomiendan comprar los zapatos «al final del día, pues es cuando los pies están más hinchados. A la hora de probarlos, es importante hacerlo en ambos pies», aconsejan en el Colegio de Podólogos de la Comunidad de Madrid.
Mantener una correcta higiene de los pies es muy importante para evitar la entrada de patógenos. «Debemos lavarlos diariamente, a ser posible con jabones neutros, secarlos a conciencia y sin frotar en exceso para no dañar nuestra piel, además de mantenerlos siempre bien hidratados», recomiendan los expertos.
Los podólogos aconsejan hacer una «transición progresiva» del calzado cerrado a las sandalias no solo para evitar la aparición de las temidas ampollas, sino también por nuestra propia salud.
Calzado deportivo como zapato de transición. «El pie está acostumbrado a llevar tanto el empeine como el talón bien sujetos y debemos ir permitiendo que se adapte poco a poco a otro tipo de calzado con menos agarre. Por eso, usar zapatillas es una buena opción».
Buena amortiguación. «Lo ideal es que tengan una suela de entre 3 y 4 centímetros, que nos ayude a evitar los impactos bruscos al caminar. También es aconsejable que el calzado elegido sea un poco más alto del talón que de la zona delantera. Es decir, que no sea completamente plano para evitar lesiones como la fascitis plantar», explican en el Colegio de Podología de Madrid.
Flexibilidad. «El zapato no debe ser muy rígido para que se adapte a nuestra pisada y no la altere».
Material. «Es importante utilizar un calzado ligero, de tela o pieles tratadas para la época primaveral que permitan que el pie esté más fresco y algo más suelto para evitar así el exceso de sudoración habitual en los meses de calor», argumentan en el Colegio de Podólogos valenciano. En este sentido, los especialistas desaconsejan el uso de calzado fabricado con materiales como el plástico.
La talla. «No pueden quedarnos ni justos ni demasiado holgados».
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