Se lava usted las manos a conciencia, como aconsejan las autoridades sanitarias, haciendo hincapié en las uñas y los recovecos entre los dedos, con bien de jabón y durante un buen rato. Por si acaso, ni siquiera usa la toalla, un reservorio de gérmenes de ... toda la familia, según los expertos, y se las seca con un papel sacado de un rollo enorme –de esos que hay en bares y empresas– que ha aparecido en los últimos días en el baño de su casa, algo que nunca había estado allí. Todo sea por contener la crisis del coronavirus, que ha trastocado nuestras vidas de una manera difícil de imaginar.
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A continuación, con la conciencia tranquila por estar haciendo las cosas bien y con las manos impolutas, sale de casa para ir al trabajo. A los pocos segundos, llama al ascensor (ay, cuánta gente habrá tocado ese botón). Luego, sin querer y por costumbre, se agarra a una barandilla (uff, otro elemento sobadísimo) y, como no puede abrir la puerta del portal ni con el hombro ni con la pierna, echa mano del tirador. Ahí ya empieza a darse cuenta de que, en dos minutos, su lavado de manos se ha ido al garete.
Ya en la calle, decide que lo mejor es ir con las manos en los bolsillos y se relaja un poco. Pero, con las prisas y por inercia, baja al metro y carga su tarjeta casi sin saldo (más botones) y se agarra a de nuevo a otra barandilla. Dentro del vagón, alguien tose 'urbi et orbi', como la bendición papal, y sus peores instintos se disparan. También su atención, porque se ha agarrado a la barra metálica para no caerse y, para salir bien rápido, ha pulsado el primero el botón (¡otra vez!) de la puerta. Sigue su ruta. Se para antes de entrar al trabajo a tomar un café. Evita, esta vez sí, poner las manos en la barra, pero, cuando le dan las vueltas, mira el dinero con recelo (¿por cuántas manos ha pasado?) y las manos de la camarera y el cafecito le empieza a dar vueltas en el estónago. Sigue su camino hasta llegar al trabajo, donde, para entrar, tiene que poner el dedo en el lector de huellas dactilares (¡noooo...!). En resumen: nada más empezar el día con las manos como los chorros de oro, ya se ha podido llevar consigo el COVID-19 más de una decena de veces (eso, que usted se haya dado cuenta). ¿Está entonces la batalla perdida? ¿No merece la pena lavarse frecuentemente las manos? Todo lo contario.
Aunque no existen estudios concluyentes sobre este coronavirus en concreto, sí se sabe cómo se comportan algunos de sus 'hermanos' que ya han sido estudiados y con los que posiblemente comparta muchas características. Por ejemplo, si se pregunta usted –dado que le preocupa mucho donde pone las manos– si el virus se encuentra activo en superficies inanimadas (barandillas, pomos, botones...), sepa que, según un trabajo publicado en el 'Journal Of Hospital Infection', hay más de una veintena de investigaciones que apuntan a que distintos coronavirus pueden resistir entre dos horas y nueve días sobre el metal, cristal, plástico o madera. Un nuevo estudio de los Institutos Nacionales de Salud estadounidenses, todavía pendiente de revisión por expertos, apunta a que el coronavirus actual puede vivir hasta tres días sobre plástico o acero inoxidable. Aunque lo de 'vivir', aplicado a un virus, no es exacto. En realidad, los virus no viven por sí solos, necesitan pegarse a una célula de un ser vivo para usar su maquinaria y multiplicarse.
Y se pegan pero bien. No solo a las superficies inertes, también y sobre todo a la piel humana, en especial la de las manos, que tiene un montón de rugosidades donde el virus puede refugiarse. Además, la piel tiene unos lípidos que ayudan a que el virus, cuya capa externa también es grasa, se adhiera. Así lo ha explicado en las redes sociales Pally Thordanson, experto en química supramolecular de la Universidad de Nueva Gales del Sur, quien destaca que el jabón es la mejor arma que hay ahora mismo para contener los contagios. Según apunta, el jabón es graso y «disuelve muy bien los lípidos de la membrana externa de los virus. Esto hace que se desmorone como un castillo de naipes y se desactive» (ya hemos dicho que no 'mueren' porque en realidad no están vivos 'per se').
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Por ello, el experto insiste en que la combinación de agua y jabón es más efectiva que los productos antibacterianos que se comercializan (¡es un virus, no una bacteria!) y también asegura que los preparados alcohólicos son una buena opción, «pero sólo si no hay jabón a mano». Según aclara, el agua por sí sola podría valer, pero es el jabón lo que descompone el virus y además lo despega de la piel. Saquear el mueble bar para limpiar las manos si en el 'súper' se han acabado los geles alcohólicos no vale: «El vodka no sirve, nada es mejor que el jabón», reitera.
Pervivencia del virus: Si el SARS-CoV-2 se parece al virus de la gripe A, bastaría estar unos cinco segundos en contacto con una superficie 'contaminada' para llevarse en las manos el 31% de la carga viral presente en ella. Luego, puede que entre o no en su organismo –si pasa a las mucosas– y en caso de que lo haga, el resultado dependería de la batalla con el sistema inmunológico.
Los mejores desinfectantes: El 'Journal Of Hospital Infection' destaca en un estudio que, para limpiar de coronavirus las superficies, lo más efectivo es el etanol en una concentración del 62 al 71% y el peróxido de hidrógeno (al 0,5%).
Uñas, índice y huellas: Las manos son una de las partes con más gérmenes del cuerpo. Sobre todo, el dedo índice (que todo lo toca) y las uñas, donde se almacenan, lo mismo que en los surcos de las huellas dactilares. De ahí que el lavado de manos deba ser minucioso. En la gripe común, lavarse al menos cinco veces al día reduce a la mitad las posibilidades de contagio.
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