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Ictus y niños. Parecen dos palabras imposibles de conjugar unidas, pero forman equipo con demasiada frecuencia. Lamentablemente, no para bien. Cada año se producen en España unos 1.000 infartos cerebrales en menores de 16 años. Las cifras de casos no van en aumento, pero ... tampoco descienden. El problema, especialmente cuando se trata de menores, es actuar a tiempo. ¡Pero quién se imagina que un crío pueda sufrir algo así!
Pues ocurre. «Da la sensación de que es algo que no existe, porque se da con mucha menos frecuencia que en los adultos, pero sí, existe y es una de las diez principales causas de muerte en niños y adolescentes», afirma la neuropediatra Itxaso Martí, miembro de las sociedades españolas de neurología (SEN) y neurología pediátrica (SENEP). «Sucede mucho menos, pero cuando se da sus efectos suelen ser también mucho más graves», advierte.
Por cada cien casos de ictus en el adulto, se da uno en chavales, según explica la experta. El problema en unos y otros es, básicamente el mismo. Una arteria cerebral se colapsa por un coágulo de sangre y provoca un infarto (isquemia). O ese vaso por esa misma razón o por efecto de un fallo vascular revienta y se produce un derrame cerebral. Lo que diferencia los casos en menores de los de los adultos son los motivos que los desencadenan.
No es éste de las causas un aspecto banal, sino por desgracia todo lo contrario; porque resulta determinante en las consecuencias que un accidente vascular conlleva en unos y otros. En los mayores, como se sabe, la enfermedad está determinada por complicaciones relacionadas, sobre todo, con hábitos de vida. Influye la predisposición familiar, pero sobre todo el tabaquismo, la falta de ejercicio, la diabetes y la arterioesclerosis, la enfermedad que favorece la aparición de trombos que bloquean las arterias. Todo eso, claro, no vale para los chavales, que ni fuman, ni beben, ni tienen una larga tradición de malos hábitos alimentarios. Los más pequeños, para colmo, no paran...
Infartos y derrames cerebrales están determinados en ellos por la genética, tal y como detalla la neuropediatra del Hospital Universitario Donostia. Con frecuencia, el ictus infantil se debe a malformaciones congénitas en el sistema vascular del cerebro, aunque no es ésta la única razón. Hay determinadas patologías de la sangre que generan problemas de coagulación que lo favorecen. Otras veces el desencadenante es la presencia de un aneurisma, una dilatación anormal en un punto concreto de una arteria que, en un momento dado, revienta por efecto de la presión sanguínea.
También puede desencadenarlo un problema de vasculitis, una inflamación de un vaso cerebral ocurrida como consecuencia de haber sufrido alguna infección. Es frecuente, asimismo, que se desencadenen ictus en recién nacidos, por su tendencia natural a lo que los especialistas llaman hipercoagulabilidad. La sangre de los neonatos resulta algo más densa y eso les confiere un mayor riesgo. Las causas no son lo único que caracteriza a los infartos cerebrales de los niños, también por desgracia sus consecuencias.
La poca sensibilidad que tenemos los adultos ante un problema que a menudo se desconoce lleva a que nadie, o casi nadie, piense en la posibilidad de que lo que le está pasando al niño es en realidad un ictus. Sus manifestaciones, además, tampoco son como las de los mayores. El ictus infantil puede presentarse con la pérdida súbita de sensibilidad en la mitad del cuerpo, el brazo o una pierna; de la capacidad para hablar o entender. Pero también como una cefalea repentina, un desvanecimiento, un ataque epiléptico, náuseas o vómitos. «Esté quien esté con el crío, lo que tiene que hacer es llamar rápidamente al teléfono 112. Lo importante es que, sea lo que sea, el chaval sea atendido cuanto antes en un servicio hospitalario», alerta Itxaso Martí.
A pesar de que existe un Código Ictus infantil, el riesgo de muerte en menores es algo más elevado que en los adultos, precisamente por el desconocimiento existente en la población sobre esta realidad. Además, más de la mitad de los afectados se quedará con secuelas de por vida. Las de tipo motor se recuperan por lo general bien, pero los problemas de aprendizaje y el retraso escolar suelen resultar muy comunes por el impacto que representa un golpe así en un cerebro en plena evolución. También es frecuente la aparición de epilepsias como efecto secundario del accidente.
El órgano rector del sistema nervioso central está desarrollándose hasta los 24 o 25 años. Cualquier daño durante ese tiempo, de tipo físico o por el de consumo de tóxicos, puede resultar crítico. Los adolescentes son cada vez más sedentarios, pero, por suerte, éste no es un factor que influya en nada. «El riesgo de ictus en la edad adulta es mayor cuando se ha dado en la infancia, pero el sedentarismo no provocará un ictus a un menor». Lo que hay que vigilar son otras cosas.
Causas: Infartos y derrames cerebrales no se relacionan en niños con hábitos de vida, sino con condiciones físicas de tipo congénito.
Síntomas específicos: Además de los conocidos (parálisis parcial, pérdida de habla...) se suman otros: cefalea brusca, una caída repentina, ataque epiléptico, náuseas, vómitos...
Llame al 112: Ante la menor sospecha, contacte con emergencias (teléfono 112). El tiempo es oro, especialmente en los niños, con un cerebro en desarrollo.
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