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La incidencia de los trastornos de la conducta alimentaria ha crecido en los últimos años, principalmente tras la pandemia, y se han convertido en un grave problema de salud. Afectan a 400.000 personas en España –la mayoría, mujeres, y a uno de cada 20 ... adolescentes–. Los más diagnosticados y conocidos son la anorexia y la bulimia, pero no son los únicos problemas derivados de una mala relación con la comida. El trastorno por atracón, por ejemplo, afecta a más personas que la anorexia. Y hay otro menos visible: la megarexia. Son personas que están obesas pero perciben su cuerpo de una forma completamente distinta a la realidad: se ven delgadas y saludables.
Viene a ser lo contrario que la anorexia. «Esa percepción tan desajustada de la realidad esconde problemas psicológicos. Es consecuencia de una dificultad para asumir y hacerse responsable de sus acciones y de aspecto físico, de una falta de confianza y seguridad en sí mismos y baja autoestima, que les lleva a no aceptarse, y de una necesidad de agradar», define la psicóloga Mireia Cabero.
Son incapaces de reconocer el alcance de su problema, se niegan a aceptar su peso excesivo y, por ello, fingen que no existe. «El cerebro protege a la persona haciéndole ignorar la realidad, le llega a convencer, para que no tengan que enfrentarse a ese problema, por la dificultad de asumirlo. Por ello, los afectados evitan ser conscientes de su cuerpo, de que padecen sobrepeso, procuran no pesarse, no mirarse al espejo, no ir de compras ni salir en las fotos», precisa la profesora de la UOC.
La megarexia, conocida también como fatorexia, «todavía no ha sido reconocida como trastorno alimentario en los manuales médicos» y los afectados no llegan a las consultas de los nutricionistas o los psicólogos porque «no reconocen su problema», resalta Néstor Benítez, profesor de La Universidad de La Laguna en Tenerife y miembro de la Academia Española de Nutrición y Dietética. Por ese motivo tiene menor repercusión social, es una alteración más desconocida.
La primera referencia que se dispone de la megarexia es la del nutricionista Jaime Brugos en un trabajo recogido en su libro 'Dieta isoproteica', editado en 1992 y ampliado en una segunda parte: 'Isodieta en 2009'. Según los cálculos del propio doctor Brugos se estima que en España habría diez pacientes que sufren megarexia por cada persona que sufre anorexia.
Los afectados son personas que llevan una vida sedentaria y tienen malos hábitos alimenticios sin ser conscientes del riesgo para la salud que entrañan esas costumbres. Abusan de precocinados, comida rápida, grasas y dulces, y es habitual que sufran enfermedades como diabetes, hipertensión, colesterol...
La megarexia afecta a las personas en edad adulta. En concreto, su mayor incidencia es a partir de los 40 años, una situación que los expertos relacionan con el hecho de que «a esa edad, ya hay un menor culto al cuerpo que durante la juventud», señala el nutricionista y profesor universitario.
La aparición de esta alteración está muy relacionada con la epidemia de obesidad en la sociedad actual –el 60% de la población española tiene sobrepeso–, que hace «que parezca que el exceso de peso es lo normal», señala Benítez. También lo asocia a «la lucha contra la 'gordofobia' y la corriente por el respeto a todo tipo de cuerpos». Subraya, sin embargo, que no debemos obviar que la obesidad «no es saludable».
La megarexia es diferente a otro de los trastornos de la alimentación: los atracones, que son ingestas de una gran cantidad de comida en un corto periodo de tiempo. Además, es habitual hacerlo en solitario –no todos los días– y provoca una sensación de angustia y de culpa. Al ser una ingesta 'oculta' también es difícil de detectar. Por el contrario, las personas con megarexia comen mucho y mal de forma habitual y no lo hacen concentrado en un tiempo limitado. Tampoco experimentan ese sentimiento de culpa. Es más, se muestran incluso satisfechos con su aspecto.
La lucha contra esta mala relación con la comida pasa por el «abordaje psicológico, el fomento del ejercicio físico y la educación en una alimentación y hábitos nutricionales saludables», apunta la psicóloga. El trabajo con los afectados se centra en «tomar conciencia de lo que le sucede al cuerpo y las emociones que despierta, desarrollar herramientas para hacer frente a las dificultades y sustituir la evitación por la aceptación», concluye Mireia Cabero.
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