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Dormirse de día no es normal, salvo que sea para echarse una siesta. Entiéndase siesta como una pequeña pausa después de comer inferior a media ... hora y mejor de unos veinte minutos. Todo lo que se salga de ahí puede estar poniendo en peligro seriamente su salud. Es algo que se sabe desde hace tiempo, pero una nueva investigación ha venido a echar más leña al fuego de la prevención. Caer dormido a deshoras puede ser un indicador de riesgo de demencia, especialmente entre las personas mayores. Pero si es joven y le pasa, ojo también.
«Un adulto que duerma bien por la noche, tenga la edad que tenga, no debería sentir somnolencia durante el día, más allá del rato de la siesta. Si ocurre así, debería consultarlo», explica la coordinadora del Grupo de Estudio de los Trastornos del Sueño de la Sociedad Española de Neurología, Celia García Malo.
El cerebro, según detalla la experta, aprovecha el descanso nocturno no para dormir, sino para resetearse. En su interior, ocurren cada noche muchísimos procesos naturales que necesita para su buen funcionamiento y que, para que se hagan de manera correcta, se ha de estar dormido. De lo contrario, el riesgo de enfermedades neurodegenerativas, es decir, de demencias, crece de manera exponencial.
De todo eso se habla en el último número de 'Neurology', la revista de la Academia Americana de Neurología, que pasa por ser 'la voz líder' de la salud cerebral. Un estudio con mujeres mayores de 80 años seguidas durante un lustro ha revelado que las personas que sufren más ataques de sueño durante el día corren mayor riesgo de desarrollar una demencia.
«Sabemos poco sobre cómo afectan los cambios en el sueño y la cognición a lo largo del tiempo. Nuestro estudio –explicó la autora principal del trabajo, Ye Ling, de la Universidad de California en San Francisco (EE UU)– revela que dormir mal podría favorecer el deterioro cognitivo, pero también servirnos como un marcador temprano de riesgo».
Los investigadores siguieron a 733 participantes, todas mujeres, a las que periódicamente entrevistaron y sometieron a diversas pruebas de salud. Al principio del trabajo, ninguna de ellas presentaba el más leve síntoma de demencia o deterioro cognitivo.
Cinco años después, sin embargo, la situación cambió de manera notable. Las participantes habían quedado divididas en tres grupos. Un 44% mantenía estable su sueño o incluso había experimentado ciertas mejoras. Para el 35% de los participantes el sueño nocturno había disminuido y un 21% se quejaba de que su somnolencia había aumentado. Más de la mitad, en definitiva, dormía mal y, en consecuencia, corría el riesgo de padecer una demencia. «Este trabajo es curioso, porque a partir de los 80 años es raro que se presente una enfermedad neurodegenerativa. Si no la tienes para esa edad, ya no la vas a tener», reflexiona la especialista Sandra Giménez Badía, coordinadora del grupo de Cognición y Sueño de la Sociedad Española del Sueño (SES). «Lo que se ha visto es que, a pesar de la edad avanzada y de que uno crea haberse librado del alzhéimer, el riesgo de deterioro cognitivo se mantiene», advierte la experta.
Mientras dormimos, el cerebro no se detiene. Su actividad continúa. El órgano rector del cuerpo humano aprovecha su latencia nocturna para activar su sistema glinfático. Es un dispositivo natural de drenaje de desechos, «sustancias neurotróficas», como las proteínas anómalas que se acumulan en el cerebro en el alzhéimer y otras demencias. Esa es la razón por la que el descanso nocturno resulta no ya importante, sino absolutamente necesario. O se duerme bien, alerta la neuróloga de la SEN, o la maquinaria no funciona. En consecuencia, el acúmulo de proteínas 'deterioradas' crece y con ellas también el riesgo de enfermedades neurológicas.
Tras ajustar los datos por edad, nivel educativo, raza y factores de salud como diabetes e hipertensión, los investigadores del estudio estadounidense descubrieron que las personas con mayor somnolencia tenían el doble de riesgo de demencia que el grupo con el sueño estable. «Ahora sabemos que el sueño, las siestas y los ritmos circadianos pueden cambiar de manera drástica en sólo cinco años a partir de los 80, al menos entre las mujeres», afirmó Ye Ling. Dormir es necesario, pero hacerlo de manera adecuada no siempre resulta fácil. «Somos médicos, no tenemos la varita mágica, pero podemos ayudar», resume Sandra Giménez Badía, de la SES.
Las instituciones públicas tienen una enorme responsabilidad sobre la epidemia de sueño que padece España. La adopción del huso horario alemán en lugar del británico, que es el que le corresponde al país, genera un desfase de sueño que resulta demoledor para la salud. Otros hábitos de nuestra cultura –las jornadas de trabajo interminables, el premio al presencialismo laboral, las cenas tardías, programas de televisión en horarios infernales, el ocio nocturno...– recortan el descanso y demuelen el cerebro. «Es así, pero eres tú quien decide quedarse de noche con la tele o irse a la cama», zanja la experta Sandra Giménez Badía.
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Justo Rodríguez
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