Chanclas de madera. La comodidad y la barbarie
Veranos de ayer y de hoy ·
A veces teníamos morados en los tobillos porque nos habíamos dado un maderazo con la chancla del otro pieSecciones
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Veranos de ayer y de hoy ·
A veces teníamos morados en los tobillos porque nos habíamos dado un maderazo con la chancla del otro pieEl día que una supermodelo se calzó unas Birkenstock, la civilización se fue al garete. No digo la civilización occidental porque siempre ha habido alemanes con sandalias horrorosas y calcetines. Ni siquiera me gustan las sandalias elegantes. Y las chanclas, para la piscina o la ... playa. Y si se pueden evitar, mejor.
Cuando era pequeña no tenía problemas en calzar chanclas de madera, muy habituales en los 70. Eran planas, con la correa roja, azul marino o blanca. Estrecha. Y la hebilla en un lado. Eran bonitas (lo son vistas ahora). A veces teníamos morados en los tobillos porque nos habíamos dado un maderazo con la chancla del otro pie. Ya existían, claro, las 'Pescura' de Dr. Scholl que se vendían en las farmacias. La firma las patentó en 1959 y las llevaban Audrey Hepburn, Twiggy o Jean Shrimpton (las mismas se las puso Sarah Jessica Parker muchos años después en 'Sexo en Nueva York'). Las de estas estrellas llevaban un poco de tacón y también se les llamaba zuecos (cuando se ve claro que es una chancla, igual que se ve claro que el fromage es queso).
De Dr. Scholl también había planas. Pero esas también me parecían feas. Con la hebilla en el centro. Como ortopédicas. Lo eran de verdad. Ortopédicas. Las del taconcito, un horror. Y sí, estaban hechas de madera de haya, con plantilla anatómica biomecánica, un calzado recomendado para la espalda. Muy bien, pero no me convencen. Hace pocos años hasta Zara hizo varias versiones de las chanclas de madera.
Lo que me vuelve la cabeza del revés son las Birkenstock. ¡Que las lleva la gente guay! Hay que ver la naturalidad con la que el personal se pone en los pies eso que no puede ser más espantoso. Como diría Samantha Jones de dejarse las canas, ni en el corredor de la muerte me pondría yo unas Birkenstock. Y no será porque no esté en la edad provecta en que a una señora le duelen los pies. Pero la comodidad está demasiado cerca de la barbarie.
Un colectivo artístico compró cuatro bolsos de Hermès para hacerlos pedazos y crear sus Birckinstock (por lo menos el nombre tenía gracia). Del bolso bonito hicieron algo feo. La apropiación del mal gusto para provocar siempre ha sido una categoría artística. Las brujas de Macbeth gritarían «lo bello es feo, lo feo es bello». Pero a Shakespeare, que le den. Lo feo es feo.
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