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Llega un momento en la vida en que los papeles de padres e hijos se intercambian. La edad y el deterioro asociado a ella nos ponen frente a una pregunta que no siempre tiene una respuesta sencilla:¿qué hago con mis padres ahora que están ... ya tan mayores? En Europa, el 21% de la población tiene más de 65 años y el ritmo al que envejecemos es imparable. Tomar la decisión no es fácil porque, además, lo primero es saber si realmente nuestros padres necesitan o no ayuda.
«Hay algunas señales que nos pueden dar pistas de ello. Si hay dificultades para hacer ciertos movimientos, si notamos que cuidan menos su higiene, si pierden peso sin motivo po»rque puede que estén comiendo mal, si notamos cierto deterioro cognitivo cuando hablamos con ellos y si se olvidan frecuentemente de tomar sus medicamentos», señala José Luis Cabezas, profesor de Psicogerontología en la Universidad de Granada.
Cuando concurren una o más de estas señales es el momento de sentarse y ver qué pasos concretos hay que dar. Y claro, lo primero que nos planteamos es ¿están para estar solos? Responder a esta pregunta no se puede hacer solo desde un lado de la mesa. Es recomendable una «participación activa» de los mayores en el debate, señala María Antonia Parra Rizo, psicóloga y profesora de la Universidad Internacional de Valencia.
Darles voz y voto «puede mejorar su calidad de vida y el bienestar general porque, además, no hay una solución única para todos», apunta esta experta en envejecimiento. «Hay que hacer un traje a medida para cada uno», ejemplifica Cabezas. Y vamos a ir paso a paso para ver qué tenemos que valorar para tomar la mejor decisión y que sea duradera. Aunque hay una premisa: «Es mejor ir de menos a más», prosigue el docente granadino. Para las opciones más drásticas siempre hay tiempo.
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Es la primera pregunta que nos tenemos que hacer y valorar objetivamente los datos. «Si tiene sus facultades cognitivas bien, hay que tomar en cuenta su opinión», apunta Cabezas. Y no confundir problemas físicos con mentales. «En muchos casos, las personas mayores se sienten más cómodas y seguras en sus propias cosas, donde tienen sus pertenencias, sus recuerdos y un sentido de control sobre su vida», coincide Parra Rizo.
Si optamos porque se quede, lo que quizá debamos ver es si necesita ayuda con algo y ver cómo proporcionársela. Lo más problemático suele ser la comida y la medicación. Si notamos despistes como dejar el gas abierto u olvidos en las tomas hay que valorar qué hacer. «La solución puede estar en contratar un cuidador a tiempo parcial o a tiempo completo para que mantenga esa independencia y conexión con su hogar».
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Trasladarse a vivir a casa de los padres suele ser una opción complicada porque, a menudo, implica mudarse a más de una persona. Lo más fácil a nivel práctico es lo contrario: que nuestro padre o madre acabe en nuestra casa. «No es lo más ideal porque a menudo donde se sienten seguros es en su casa. Pero si se opta por esto, hay que hacer que tenga un espacio suyo, con sus cosas, que se sientan en su ambiente», razona Cabezas.
Para ello, hay que acomodar la habitación donde se vaya a instalar y «tunearla» con sus objetos y recuerdos: «Debe parecerse a él».«Y adaptar también el resto de la casa: ojo con las barreras arquitectónicas, con las alfombras, los baños...», continúa el profesor de la Universidad de Granada. En el lado más positivo de esta opción está «la oportunidad de fortalecer los lazos familiares, sentirse más integrados en la vida familiar diaria, interactuando con los nietos y participando en actividades cotidianas», apunta su colega Parra Rizo. Esto también contribuye a un envejecimiento saludable.
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Si ninguna de las opciones anteriores se ajusta a las necesidades de ambas partes, hay un escalón antes de pedir hueco en una residencia. «Si tenemos acceso a ellos, los centros de día son un paso intermedio», señala Cabezas. Los mayores van a ellos en un horario concreto: desde la mañana hasta las 17 horas aproximadamente. Allí conocen gente, reciben la estimulación necesaria, se sienten útiles porque también se les ofrecen talleres... «Y ayuda en la conciliación familiar de los hijos porque les permite compatibilizar el cuidado con el trabajo».
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Según los expertos, para llegar aquí antes deberíamos valorar el resto de opciones e incluso probarlas porque lo recomendable es «ir de menos a más». Pero si ya hemos concluido que no tenemos otro camino, hay que tener en cuenta algunas cosas para que ambas partes se sientan bien. Primero, los hijos «no deben sentir culpa». Y luego, los padres no deben sentirse abandonados. ¿Cómo? A la hora de elegir la residencia valora no solo la parte económica, también la distancia. «Hay que ir a visitarle para que se sienta parte del núcleo familiar, no solo por una cuestión de soledad. E integrarle en los planes familiares: cumpleaños. celebraciones, etc.», señala Cabezas. Y, como en el caso de llevarlo a casa, «su habitación de la residencia debe tener sus cosas, sus fotos, sus recuerdos...»
Cuando una persona mayor se queja no hay que minusvalorar lo que dice.«Escúchale y luego valora objetivamente lo que dice», recomienda Jose Luis Cabezas, profesor de Psicogerontología en la Universidad de Granada. Puede que no tenga química con su cuidador:«Si ya ha pasado un periodo razonable de adaptación hay que ver qué ocurre». Y si no le gusta la residencia en la que está, lo mismo.«Hay que hablar con los responsables para investigar si tiene una base o no, sobre todo cuando la persona no tiene problemas cognitivos». Lo que nunca debe hacerse es «tratarles como niños. Son adultos».
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