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Julio Arrieta
Jueves, 23 de enero 2025, 00:08
Todos nos sentimos más o menos indecisos en algún momento, incluso con cosas insignificantes como al escoger si de postre tomamos flan o un helado ¿Pero qué pasa cuando la indecisión es constante, se impone en nuestro ánimo y afecta a los aspectos más cotidianos ... de nuestra vida? Puede convertirse en aboulomanía.
¿Abouloqué? El nombre se las trae, pero no es una novedad. Fue acuñado por el neurólogo William Alexander Hammond en 1883, cuando el estudio de los trastornos mentales estaba en pañales científicos. Quizá por ello, su definición del problema era bastante tremenda: «Locura caracterizada por la inercia, el letargo o la parálisis de la voluntad». Hoy no se habla de locura, sino de un desorden mental que es posible diagnosticar y tratar.
¿Cuándo se considera que la indecisión es una patología y no sólo solo eso, indecisión? «Se convierte en una patología cuando interfiere significativamente con la vida diaria, el bienestar emocional y la funcionalidad de la persona», señala Ana Asensio, doctora en neurociencia y psicóloga en Vidas en positivo. «Mientras que es normal que algunas personas sean más indecisas por su carácter o personalidad, hay ciertos criterios que permiten diferenciar una simple tendencia a dudar de un problema clínico».
El primero es el grado de interferencia de la duda en la vida cotidiana. La indecisión puede ser no patológica. Es así cuando «aunque la persona duda, logra tomar decisiones eventualmente, aunque sea con dificultad, y sigue adelante con su vida», explica Asensio, autora de los libros 'Neurofelicidad' y 'Vidas en positivo' (ambos en Rocaeditorial) y miembro del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid. Cuando la indecisión es patológica, «la persona puede quedar paralizada ante las decisiones, al punto de evitar tomar acción, lo que afecta a su rutina, relaciones, estudios o trabajo». Por ejemplo alguien que duda entre dos opciones para un proyecto «puede terminar decidiendo con algo de estrés, pero sigue avanzando. En la patología, esta indecisión puede hacer que la persona ni siquiera comience el proyecto».
Después está el impacto emocional y psicológico. Si no hay trastorno, la duda «genera incomodidad o frustración, pero no emociones extremas». En la indecisión patológica, esa duda «va acompañada de una intensa ansiedad, miedo, culpa o desesperación, que puede derivar en trastornos como la depresión o el trastorno de ansiedad generalizada». Otros dos criterios son la duración y frecuencia. La indecisión 'normal' «es ocasional y depende del contexto», por ejemplo, que se trate de decisiones difíciles o importantes. Por el contrario, la patológica «es persistente y afecta a casi todas las decisiones, incluso a las triviales, como elegir qué comer o qué ropa usar», añade la experta.
El grado de dependencia de los demás también debe tenerse en cuenta. Si no hay problema, «la persona puede buscar opiniones ocasionalmente para sentirse más segura». En el caso de la aboulomanía, «la persona se vuelve completamente dependiente de otros para tomar decisiones, lo que refuerza la inseguridad y la parálisis». La aboulomanía se presenta a menudo junto con otras condiciones como el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), la ansiedad generalizada y la depresión. Cuando una persona asume que dudar es parte de su personalidad y puede gestionarlo, no hay problema. Pero sí que lo hay si «se siente atrapada, desesperada o incapaz de tomar decisiones, y reconoce que esto está fuera de su control».
Asensio apunta varios indicadores de alarma: «Evitar continuamente situaciones que impliquen tomar decisiones; sentir que cada decisión es una amenaza o un riesgo desmedido; experimentar ansiedad intensa o síntomas físicos, como taquicardia o sudoración, al tener que decidir, abandonar tareas o proyectos por no poder elegir un camino; y depender constantemente de otros» para tomar decisiones.
Es recomendable buscar apoyo psicológico cuando «la indecisión persiste durante meses, afecta varios aspectos de la vida» y «va acompañada de ansiedad, estrés extremo o depresión». También cuando las decisiones «generan un bloqueo constante», destaca Asensio.
Una vez diagnosticado el desorden, el tratamiento de la aboulomanía «se centra en abordar las causas subyacentes, modificar los patrones de pensamiento y conducta, y fortalecer la capacidad de tomar decisiones», explica. «Con una intervención adecuada, es posible superar significativamente este problema, aunque en algunos casos puede ser necesario mantener estrategias de gestión a largo plazo», observa.
Dejando a un lado los casos más extremos, para los que existen tratamientos farmacológicos, la aboulomanía se aborda sobre todo mediante psicoterapia, «el enfoque principal para tratar la aboulomanía». También hay «técnicas y estrategias prácticas», trabajando la toma de decisiones paso a paso o la limitación del tiempo para decidir; y usando herramientas como por ejemplo las listas de pros y contras o «técnicas como lanzar una moneda para desbloquear decisiones menos importantes». Además hay que tener en cuenta la autoconfianza, «celebrar pequeñas decisiones exitosas para aumentar la confianza en la capacidad de decidir».
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