Secciones
Servicios
Destacamos
Carlos Benito
Miércoles, 10 de julio 2024
A menudo da la impresión de que todos somos tímidos. Lo comprobamos en las entrevistas de prensa: personas que parecen radicalmente libres de toda vergüenza –monologuistas, 'strippers', incluso políticos– nos hacen la confidencia de que en realidad –o 'en el fondo', ese giro que acaba significando tan poco– son tremendamente tímidas y han de combatir todos los días y a todas horas su tendencia natural al retraimiento. Es como si ese rasgo de carácter delatase una sensibilidad especial, un cierto valor que todo el mundo quiere para sí mismo, pero los verdaderos tímidos suelen contemplar esas afirmaciones como una fea muestra de sarcasmo. ¡Qué vas a ser tú tímido!
«Es un concepto difuso, una palabra comodín, que abarca tantas realidades como individuos», resume el psiquiatra francés Christophe André, que en su libro 'La timidez', recién editado en España por Arpa, trata de poner un poco de orden en esta confusión terminológica, a la vez que analiza cuáles son los mecanismos que rigen este problema –que, según sus estimaciones, afecta a la mitad de la población– y plantea qué se puede hacer para mitigarlo. A André le molesta particularmente esa idea tan extendida de la timidez como «una dificultad anecdótica, benigna o incluso agradable», ya que acaba arruinando la vida social de muchas personas, incluso su vida en general. ¿A qué nos referimos cuando hablamos de timidez? De menos a más, esta podría ser la escala.
Aquí no estamos hablando todavía de una manera de ser, sino de algo que –esto sí– prácticamente todos hemos experimentado alguna vez. «Un sujeto que se expone solo ante un grupo de individuos con características que los hacen válidos, pero de las que el sujeto carece, muy probablemente se sentirá intimidado: un veraneante pálido y delgado en medio de atletas bronceados, un comprador humilde y modestamente vestido que entra por error en una tienda de lujo...», propone André. Estas efusiones de timidez resultan particularmente frecuentes en ámbitos como la vida sentimental y sexual, el dinero –desde pedir un aumento de sueldo hasta reclamar la devolución de una cantidad que hemos prestado– y lo que el psiquiatra llama la defensa de nuestros propios intereses, como echar atrás un plato en un restaurante o pedir a un vecino que baje el volumen de la música.
Surge cuando un sujeto «se enfrenta a una intervención ante una o varias personas» y se traduce en síntomas físicos (palpitaciones, temblores...), psicológicos (aturdimiento, confusión...) y conductuales (tartamudeo, gestos nerviosos...). Entre el 30 y el 40% de los adultos sienten «un gran temor» si se ven en la obligación de hablar ante un grupo, pero André también señala que una «dosis media» de miedo escénico puede ser una condición necesaria para alcanzar el rendimiento deseado. En ese sentido, cita una frase de la actriz francesa Sarah Bernhardt: cuando una colega novata le dijo que ella jamás había sentido ese miedo, la diva le respondió que «ya le llegaría con el talento».
En griego, 'erythros' significa rojo. Y la eritrofobia es el miedo a ruborizarse, esa reacción específicamente humana que delata y también amplifica nuestra vergüenza. El sonrojo es incontrolable (de hecho, si uno intenta evitarlo, su piel se empeñará en encenderse y subir todavía más de tono) e imprevisible (quienes lo sufren pueden ruborizarse aunque no haya nadie mirando) y puede dar lugar a una mortificante obsesión que las demás personas ni siquiera entienden.
«La timidez es a la fobia social lo que un esguince a una fractura», sentencia el especialista. Aquí hemos entrado ya decididamente en terrenos patológicos: hemos pasado de la aprensión al pánico y entra en juego la evitación, el reverso oscuro de esta timidez desbocada: «Para evitar los ataques de pánico en situaciones sociales, el sujeto con fobia tenderá a eludirlas sistemáticamente o a huir de ellas, mientras que la persona tímida a menudo podrá afrontarlas», distingue André. Se calcula que este problema afecta a entre el 2 y el 4% de la población, aunque algunos estudios elevan la proporción hasta el 10%, y hace que la vida cotidiana se vuelva muy complicada: entre los fóbicos abundan las personas solteras, con un historial educativo y profesional inferior a la media y con tasas elevadas de consumo de alcohol y tranquilizantes. «A las personas con fobia social rara vez se las percibe como tímidas. Lo más frecuente es que se presenten frías, distantes, incómodas», puntualiza el psiquiatra.
Va un paso más allá: son personas que han aceptado su inhibición como parte de su carácter y, en vez de esforzarse por cambiar, culpan de su incomunicación a la gente que las rodea o al género humano en general. Es un trastorno de la personalidad que se da, más o menos, en uno de cada cien individuos. «Dada la pobreza de la vida y de sus recompensas para las personalidades evitativas, lo que los psicoanalistas llaman la 'amenaza depresiva' es de hecho permanente para ellas», que acaban en «un mundo de amargura y soledad», alerta André. Pero, como es lógico, no buscan ayuda.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Los Reyes, en el estand de Cantabria en Fitur
El Diario Montañés
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.