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Emociones enmascaradas: ¿qué pasa con las sonrisas?

Emociones enmascaradas: ¿qué pasa con las sonrisas?

Taparnos la boca nos da una apariencia inexpresiva, pero también puede hacer que la falsedad se vuelva más complicada: «Quizá esto nos dé una oportunidad para aprender a mirar de nuevo»

CARLOS BENITO

Domingo, 10 de mayo 2020

La mayoría de nosotros somos novatos en el uso de mascarilla y aún no nos hemos acostumbrado a llevar oculta la parte inferior de la cara. A veces, nos sorprendemos a nosotros mismos sonriendo amistosamente a alguien (a la cajera del súper, al panadero, a un vecino) y, de pronto, nos damos cuenta de que a lo mejor ese gesto no ha tenido mucho sentido, porque la curvatura de nuestra boca resultaba invisible para el otro. Y, a la vez, muchas caras que nos cruzamos por la calle nos transmiten cierta sensación de hosquedad, de distancia, de mal rollo, que seguramente se debe en parte a las propias circunstancias (al fin y al cabo, esto no es precisamente una fiesta de máscaras), pero también a vernos privados de la expresión facial por excelencia, tan socorrida para amortiguar las relaciones sociales. Es como si el coronavirus hubiese matado las sonrisas.

Tradicionalmente, los que andaban por ahí embozados eran los bandoleros y los personajes misteriosos de las novelas románticas, que trataban de ocultar sus intenciones y su identidad. La nueva situación ha complicado especialmente la comunicación de las personas sordas (y de ahí han surgido iniciativas para fabricar mascarillas con el centro transparente, que permiten leer los labios), pero también ha vuelto más trabajosa y torpe la interacción entre quienes oímos. Sin embargo, en buena medida es cuestión de hábito, ya que los expertos en comunicación no verbal relativizan estas carencias expresivas. Para empezar, vamos a tranquilizarnos, porque las sonrisas siguen vivas: no anda nada descaminada esa vieja idea de que los ojos también sonríen. «¡Por supuesto que lo hacen! De hecho, los indicadores fiables de la verdadera sonrisa no están en la boca sino alrededor de los ojos. Por ejemplo, un doble párpado que se produce entre el párpado inferior y el pómulo, la hinchazón y elevación del pómulo y, a veces, también arrugas en la comisura del ojo. Al llevar la boca tapada, se pierde parte de la información que de manera no consciente ofrecemos a los demás, pero, viendo las cejas, los ojos y las áreas circundantes, podemos diferenciar entre las diferentes expresiones», afirma Javier Torregrosa, director de investigación de Noverbal.

En realidad, al hablar de la importancia de la sonrisa en nuestras relaciones, no nos estamos refiriendo solo a la expresión sincera de emociones positivas, porque a menudo su función es un poco diferente. «No solo sonreímos porque estemos de buen humor, sino también por cortesía o amabilidad. ¡Y cuando flirteamos!», puntualiza Piotr Szarota, del Instituto de Psicología polaco y la Academia Polaca de las Ciencias y autor del libro 'La sonrisa: manual de usuario'. «Sonreír implica el uso de diferentes grupos de músculos –añade–. Hay músculos que tiran hacia arriba de los extremos de la boca, pero también otros que hacen que el ojo se arrugue. En realidad, este segundo grupo puede ser más importante, porque algunos científicos consideran que es una señal involuntaria de que la sonrisa es sincera, genuina. Cuando de verdad nos gusta alguien, podemos mostrarlo sonriendo con los ojos, aunque llevemos la boca tapada. Lo que desaparece bajo la máscara es la sonrisa cotidiana por educación, y eso podría volver nuestras interacciones cotidianas menos disfrutables y más difíciles».

¡Qué bien te veo!

Es ahí, en el 'cómo me alegro de verte' y 'qué bien te veo hoy', en esas mentirijillas intrascendentes y bienintencionadas que salpican nuestras relaciones, donde el efecto de la mascarilla resulta devastador a nivel expresivo. Podríamos decir que la mascarilla oculta nuestra propia máscara, la expresión afectuosa más o menos embustera que dedicamos al prójimo. «Taparnos la boca afecta al juego ficticio de intentar engañar. La sinceridad y la transparencia absolutas no existen. La mentira es un recurso para lubricar nuestras relaciones», resumen con certeza demoledora José Luis y Paula Cañavate, analistas de conducta de Psycint. La mitad de abajo de la cara, manejable de manera consciente, es nuestra gran aliada en esa falsedad diaria. «Cuando ocultamos la parte inferior de nuestro rostro, que casualmente coincide con la parte que utilizamos para mentir, tergiversar y engañar estrepitosa y desvergonzadamente de forma consciente, dejamos a la luz la parte superior del rostro, el paralenguaje y los gestos, que son los delatores de la mentira. El rostro es el primer punto y casi el único en el que centramos nuestra atención durante la comunicación y quizás tengamos una oportunidad para aprender a mirar de nuevo», plantean.

Porque, además de la cara, hay muchas más cosas en las que fijarse, y unas cuantas de ellas también están sometidas ahora mismo a una revolución, reconfigurándose de cara a la 'nueva normalidad'. Los expertos de Psycint 'leen' las emociones a través de doce canales y están analizando la incidencia de la situación actual en varios de ellos. «Quizás el cambio más dramático afecta al contacto entre seres humanos, que prácticamente desaparece; darnos la mano, abrazar, dar palmadas y el montón de gestos que consolidan o refuerzan los discursos. Eso va a limitar mucho la emocionalidad de nuestras comunicaciones. Otro canal determinante es lo que llamamos proxémica, es decir, el manejo de las distancias y la orientación hacia los otros. Todos llevamos con nosotros una distancia personal, importantísima en la expresión de quienes somos, que acaba de ser anulada: esto lleva consigo serias implicaciones psicológicas. Evidentemente no para tres o cuatro semanas, pero en un periodo largo tendrá más efectos», sostienen José Luis y Paula Cañavate, convencidos de que «la semántica del cuerpo va a cambiar considerablemente».

«Espero que no lleve a la desconfianza general»

¿A lo mejor acabamos todos gesticulando de manera desmesurada, a la italiana, para compensar la distancia y la falta de sonrisas? Piotr Szarota, que examina la situación desde el norte de Europa, no lo ve claro: «Quizá solo en las culturas donde la gente es tradicionalmente muy expresiva. No me imagino a los ingleses y alemanes empezando a usar las manos de repente. Más bien, puede que se vuelvan más elocuentes acerca de sus sentimientos. Eso sí, espero que la pandemia no lleve a la desconfianza general hacia otras personas».

José Luis y Paula Cañavate consideran que probablemente «pasemos a una nueva sobreactuación» y confían en que esta situación deje al descubierto y permita corregir nuestras carencias en comprensión emocional. «Aunque estamos aún lejos de entender que cada gesto cuenta, estos días nos acercamos cada vez más al conocimiento de las personas con las que vivimos».

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