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Solange Vázquez
Jueves, 16 de marzo 2023
El mundo se divide entre los que creen la máxima de que 'la gente nunca cambia' (frase dicha, habitualmente, en contextos poco optimistas) y los que no dejan de repetir eso de 'antes no eras así' (también en situaciones poco favorables, dicho sea de paso). ¿ ... Cuál de los dos 'bandos' tiene razón, el que considera que el carácter de una persona no varía o el que sostiene que sí? Es un debate que la psicología y la neurociencia mantienen desde hace décadas. René Mottus, psicólogo de la Universidad de Edimburgo -y uno de los estudiosos que más tiempo ha dedicado a esta cuestión- sentencia que «no somos la misma persona durante toda la vida».
Ahora mismo, muchos estaremos pensando, 'claro, nos hacemos unos gruñones'. Pues bien, esto no es así, al menos desde el punto de vista científico. «Las personas se vuelven más agradables y adaptadas socialmente con la edad», sostiene Mottus en sus tesis. Y otra mejora muy importante que apunta: con los años somos más capaces de conjugar nuestras expectativas con la realidad. Es decir, nos damos menos 'tortas', somos más amables y hasta afrontamos las cosas con más sentido del humor. De hecho, en personas neuróticas o con tendencia a psicopatías y otros problemas graves, envejecer 'desactiva' estas inclinaciones. Así que, sí, los años importan... para bien en este caso.
«Hasta no hace mucho se daba por sentado que la personalidad era algo así como una roca. Que uno la iba esculpiendo hasta más o menos los 30 años y, a partir de ahí, nada cambiaba. Cuando, en realidad, no es así. Nuestras personalidades son más fluidas de lo que pensamos. Es más, en general, tal y como nos dicen los estudios, madurar, hacernos mayores y envejecer lima bastante las esquinas de nuestra forma de ser y nos vuelve más pacientes. El estereotipo de que las personas mayores son unas cascarrabias necesita una revisión, porque lo cierto es que regulan mucho mejor sus emociones», confirma la psicóloga y escritora Valeria Sabater.
El 'quid' de la cuestión es cuándo y por qué cambia nuestra forma de ser. Lo cierto es que la genética marca una parte importante de nuestra personalidad -los expertos hablan de temperamento, algo instintivo y biológico- y esta parte, con la que nacemos, es imposible cambiarla, aunque sí modularla. Por eso, si potenciamos nuestro temperamento natural o lo controlamos, ahí tenemos un cambio en nuestra forma de ser. Además, con el paso de los años, nuestras vivencias y la educación que recibimos se añaden a este cóctel original, produciendo más cambios. «Lo que nos sucede en la infancia -educación, valores que recibimos y experiencias que afrontamos- nos marcan, pero no nos determinan. Como decía el neurólogo Boris Cyrulnik, una infancia infeliz no determina la vida. Siempre tenemos la capacidad de cambiar», subraya Sabater.
De nacimiento: Investigadores del Instituto Nacional de Salud Mental de EE UU descubrieron que ciertos rasgos de temperamento de los bebés podían predecir qué tipo de adultos serían.
Preadolescencia y adolescencia: Hay un retroceso (inestabilidad, cambios de humor...), pero las características positivas previas a la adolescencia volverán al final de esta etapa.
30 años: El carácter se estabiliza.
70 años: Las investigaciones refieren un cambio profundo. Somos más serenos y amables.
80 años y más: Atentos a los cambios, pueden anunciar demencia. Los cambios beneficiosos empiezan a revertirse, aunque entre los centenarios hay grandes dosis de extroversión y autocontrol.
Los estudios -en la mayoría se 'monitoriza' a un grupo amplio de personas a edades tempranas y se valora con tests de personalidad los cambios que sufre su personalidad durante décadas- arrojan una evidencia: los cambios de carácter son muy paulatinos y suelen estar motivados por nuestra necesidad de afrontar los desafíos de la vida. Y como es un proceso tan lento -en menos de una década no hay modificaciones científicamente relevantes- y nosotros estamos en el epicentro del cambio, ocurre que no solemos ser capaces de percibir nuestras propias variaciones. Además, la gente de nuestro entorno va cambiando al mismo ritmo, lo que tampoco ayuda a detectar cambios. ¿Y si nos ocurre algún hecho muy relevante, generalmente traumático, es posible que nuestro carácter dé un giro de 180 grados? «Todo evento de gran impacto, positivo o negativo, deja huella. Pero esto no significa que nuestros rasgos de personalidad se alteren», insiste la psicóloga. Además, los estudios al respecto arrojan una evidencia: son las pequeñas cosas, más que los grandes acontecimientos, las que más influyen en nuestra forma de ser.
Tal y como matiza Sabater, es científicamente imposible que el carácter varíe por completo porque nos haya ocurrido algo concreto, pero lo que sí cambia son las llamadas cualidades intermedias, nunca nuestros rasgos generales. ¿Cuáles son esas cualidades? Según Carol Dweck, psicóloga de la Universidad de Standford, son aspectos en los que una vez creímos y que pueden reformularse (amor eterno, confiar ciegamente en personas...), los cambios de opinión sobre gente de nuestro entorno (esos que odiamos y luego son amigos o viceversa), la reformulación de nuestros objetivos (por ejemplo, el típico trepa que ve la luz y luego ve fuera del trabajo su prioridad) y nuestra manera de afrontar las cosas. «También es verdad que hay personalidades muy resistentes al cambio», indica Sabater, quien nos invita a echar la vista atrás para darnos cuenta de que el adolescente que fuimos está ahí... pero sólo en parte.
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