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David S. Olabarri
Miércoles, 9 de agosto 2023, 00:10
La vida a 2.200 metros es fría por definición. En el Refugio de Góriz, en el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, la temperatura media anual no supera los 5 grados. En invierno, e incluso durante buena parte de la primavera, este albergue para montañeros, el más utilizado del Pirineo, suele estar rodeado de nieve y hielo. Todo alrededor es blanco y el viento duele. En esta época del año los termómetros rara vez superan los cero grados y sólo los deportistas más experimentados se suelen atrever a llegar hasta este refugio, uno de los pocos que está abierto todos los días del año para proporcionar cobijo, bebida y alimento a los amantes de la montaña.
Pero en verano las cosas cambian de forma radical. Las temperaturas se moderan y la nieve desaparece en gran parte de la montaña. La meteorología se relaja, las cascadas naturales proliferan por todas partes y las praderas se llenan de colores, como si invitasen a todo el mundo a descubrir los encantos de una de las principales joyas del Pirineos.
Una opción de vacaciones que, de hecho, elige cada vez más gente. Mientras una gran parte del país se achicharra con temperaturas que no bajan de los 30 grados, incluso por la noche, los pueblos de los Pirineos y los refugios de montaña como este de Góriz reciben cada vez más visitantes. Muchos son montañeros que buscan ascender grandes picos o realizar complejas rutas. Pero cada vez hay más personas –y también familias enteras– que sólo quieren disfrutar del aire limpio, la naturaleza y un poco de ejercicio físico.
También de la paz que a mucha gente le proporciona estar unas horas sin cobertura móvil. Un dato: el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, el espacio natural más visitado de Aragón, rozó en 2021 los 600.000 turistas, cifras superiores a los años anteriores a la pandemia. De este más de medio millón de visitantes, unos 224.000 entraron al parque por el valle de Ordesa, que conduce al Refugio de Góriz.
En agosto, en este refugio hay días que los termómetros pueden superar los 25 grados. Pero lo habitual es que ronden los 16 o 17 grados de media. En cualquier caso, a esta altitud la protección solar es imprescindible si no se quieren sufrir importantes quemaduras en la piel. A las noches el mercurio se desploma y puede descender hasta los 0 grados. A 2.200 metros de altitud no vale con una rebequita si se quiere disfrutar del atardecer al aire libre. Incluso en los meses de verano la ropa de abrigo se hace muy necesaria en este paraje de los Pirineos.
Góriz no es el refugio más moderno. Ni el más barato. La media pensión (pernocta, cena y desayuno) cuesta 57 euros para los no federados y una lata de cerveza ronda los 3 euros. Pero, claro, hay que tener en cuenta que llevar las comodidades de la civilización hasta los 2.200 metros tiene un precio: todas las provisiones se suben en helicóptero. «Además, abre todos los días del año y en invierno hay muchos días en los que prácticamente no hay nadie», explica Mikel, un montañero vasco que acude dos o tres veces al año a escalar montañas.
Góriz comenzó a construirse en 1961 y ha sido sometido a varias reformas. En la actualidad cuenta con 80 plazas en literas. Pero en verano –sobre todo en el mes de agosto– resulta prácticamente imposible conseguir una plaza si no se ha reservado con semanas de antelación. En 2019 registró más de 12.000 pernoctaciones. Y este año va camino de superar esas cifras. De largo. De hecho, desde el año pasado para acampar fuera del refugio –el único punto permitido en la zona– también se debe pagar una tasa.
Y es que el Refugio de Góriz no es solo el único albergue guardado para montañeros del Parque Nacional. Se trata de la puerta más directa de acceso al Monte Perdido, la tercera montaña más alta y una de las más emblemáticas del Pirineo. Por Góriz pasa también la senda transpirenaica (GR11). Desde aquí también se puede llegar al valle de Pineta y a la brecha de Roland.
Hablamos del espacio en el que acaban muchas de las personas que se adentran en el valle de Ordesa y en la cascada de la Cola de Caballo, uno de los primeros espacios naturales protegidos en Europa, un espacio de gran biodiversidad en el corazón del Pirineo y que está reconocido como Patrimonio de la Humanidad.
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