¿Cuál es tu primer recuerdo?
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En la memoria solo fijamos hechos a partir de los 3 o 4 años. Unas experiencias nos dejan huella y otras noVIVIR ·
En la memoria solo fijamos hechos a partir de los 3 o 4 años. Unas experiencias nos dejan huella y otras noEchemos la vista atrás. Más. Todo lo que podamos. Hasta que las imágenes que vengan a nuestra cabeza sean una especie de sueño, algo borrosas, casi una sensación más que otra cosa. Es nuestro primer recuerdo, lo primero que se nos quedó grabado en el cerebro. A la mayoría de la gente se nos fija en torno a los 3 o 4 años. ¿Por qué nuestra cabecita registró esa experiencia y no otras? «Esos recuerdos suelen estar ligados a un fuerte impacto emocional o visual. A algo que se saliese de lo común. Por ejemplo, si con dos años y medio fuimos al zoo y vimos un elefante, puede ser que recordemos algo de adultos», explica el neuropsicólogo Álvaro Bilbao, experto en memoria y autor del libro 'El cerebro del niño explicado a los padres', que desde su página web (alvarobilbao.com) y en sus conferencias trata de desentrañar los 'misterios' de los peques.
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Así que un potente estímulo visual puede dejar una huella temprana, pero también una emoción muy fuerte. «Por ejemplo, si nos perdimos en la playa y nos asustamos mucho, es posible que recordemos algo aunque fuésemos muy pequeños», añade Bilbao, quien matiza algo muy importante. Esos recuerdos tan precoces no suelen ser reales al 100%. Al menos, no del todo. Se trata de elaboraciones de aquel primer recuerdo. Si recuerdas haber visto un elefante siendo muy muy pequeño, posiblemente no conserves en tu mente la imagen fiel del animal que viste, sino una recreación elaborada con fragmentos y experiencias posteriores.
Hasta los 3 o 4 años es muy difícil que tengamos recuerdos que se ajusten a la realidad. Y hay una razón muy sencilla: antes de esa edad no sabemos hablar bien y no disponemos de palabras para poder explicar algo, para catalogarlo en ese almacén lleno de 'cajoncitos' que es nuestro cerebro. Cuando ya hemos desarrollado el lenguaje, disponemos de lo que se llama memoria episódica –los recuerdos 'normales', tal y como los entendemos–, pero antes de que ocurra esto «nos quedamos con fragmentos o sensaciones», señala Álvaro Bilbao. Si no sabes explicar algo, cuesta guardarlo.
No obstante, hay gente que asegura que tiene recuerdos de la guardería... ¡incluso de estar en la cuna! Para el experto, estos 'recuerdos' serían más bien recreaciones que luego han tomado forma: «Con información que nos han aportado los padres, con fotos que hemos visto... Lo que pasa es que los recuerdos falsos, que son muy frecuentes, se almacenan en el mismo sitio que el resto. Y esto ocurre en la infancia y en la vida adulta», explica Bilbao. Por tanto, es difícil discernirlos.
Pero, cuando dice «el mismo sitio», ¿se refiere a un lugar físico del cerebro? «¡Claro! La región del hipocampo. Ahí está la llave para recuperar esos primeros recuerdos. Por ejemplo, alguien recuerda que de pequeño montó en burro. Ese recuerdo verdadero estaría en la zona del hemisferio derecho, y en una parte algo anterior la sensación de vértigo de aquel momento y en otra región el tacto áspero del animal», desgrana. Entonces, cuando todo ello se unifica y se codifica –es decir, cuando damos a la «llave»–, recordamos 'el día que monté en burro' como si fuese un recuerdo 'acabado', aunque los detalles no se ajusten del todo a la realidad. «Hasta los 4 o 5 años, casi todos los recuerdos son 'construidos'», sentencia.
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¿Y por qué no recordamos nada de cuando éramos bebés? Pues porque el cerebro humano es muy 'ahorrador' en algunos momentos de la vida y, a veces, recurre a lo que se llama poda sináptica, que es precisamente eso, una poda como la de los árboles. «Cuando somos muy pequeños, tenemos recuerdos no útiles ni prácticos que desaparecen quitando conexiones cerebrales», indica Bilbao. Esto ocurre porque es una época en la que nuestro cerebro está en plena ebullición, descubriendo el mundo, el lenguaje, y necesita centrarse en lo importante. El resto se elimina. Curiosamente, hay más podas a lo largo de la vida. «Antes de la adolescencia, entre los 7 y los 12 años, también se borran muchos recuerdos –afirma el especialista–. Es una época con muchas experiencias nuevas, de intenso aprendizaje y con mucha información y experiencias, aprendemos a leer y escribir...». ¿Le parece raro? Intente recordar algo de esa época y descubrirá, quizá con algo de sorpresa, que no tiene tantos recuerdos.
Entonces, nuestro cerebro va borrando material que no le interesa. Pero algo queda, aunque no lo recordemos. Tenemos recuerdos en las catacumbas de nuestra memoria que a veces afloran solos. Son los llamados 'recuerdos reminiscencia', que no son racionales y proceden de nuestra más tierna infancia. Y que un día, ¡zas!, aparecen, pero no como un recuerdo bien formado, sino «como una sensación física, como algo emocional», describe Bilbao. «Suele pasar, por ejemplo, cuando tienes hijos. Le estás dando la papilla y, al limpiarle la barbilla con la cuchara, sientes que eso tú lo has vivido. O cuando bebes de su tacita de plástico y te viene a la cabeza el sabor del agua. Se establece una conexión».
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Así que ser padres nos puede hacer 'recuperar' sensaciones, esos recuerdos primitivísimos. Y hay otra circunstancia en la que el cerebro echa marcha atrás. Algo que los profanos en la materia vemos como una especie de prodigio: cuando una persona mayor sufre una demencia y no sabe ni lo que ha comido ese día pero recuerda a sus padres muertos o sus amiguitos de la infancia. Pues bien, tiene una explicación científica. El cerebro acumula los recuerdos por capas y los más recientes están en la superficie. Cuando hay una enfermedad como el alzhéimer, explica Bilbao, «primero olvidas lo que acabas de hacer, luego las navidades pasadas y, ya por último, los recuerdos de tu infancia, que están en el estrato más profundo».
Todos tenemos por ahí recuerdos de los que no somos conscientes y que a veces nos han marcado hasta el punto de convertirse en creencias irracionales o fobias. Bilbao recurre al experimento de John B. Watson –eran los años 20, «hoy estaría prohibido»– para demostrar cómo un mal recuerdo, luego olvidado, puede generar una fobia. Cogió a un bebé de 9 meses y le puso una rata encima. Jugaba con ella, porque para él era algo neutro. Pero luego el doctor empezó a poner, cada vez que aparecía el animal, un sonido estridente y muy fuerte que asustaba al pequeño. El bebé del experimento terminó con fobia a las ratas y animales peludos, aunque no sabía por qué. «A veces conservas esa sensación de miedo pero no eres capaz de tener un recuerdo concreto de la causa», concluye Bilbao.
Entonces, ¿es bueno sacar estas experiencias negativas a la superficie con técnicas de hipnosis o visualización? El experto explica que el viaje hacia atrás «no es fácil y hay que tener cuidado de que no se cuelen recuerdos falsos». Aunque, en algunas ocasiones, es útil para acceder a 'material' almacenado que nos hace daño y «reelaborarlo de forma diferente».
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