Reportera a mi pesar. De un periplo por España y de una señora que se hace pasar por periodista

Maleta en mano ·

A partir de hoy comienza una serie de textos en los que la autora cuenta la experiencia en primera persona en su gira turística veraniega

Sábado, 1 de agosto 2020, 00:02

Mis jefes me quieren mucho. Muchísimo. Tanto que me han dado la oportunidad profesional de mi vida. Que mira lo que hemos pensado para ti este verano, me dicen. Que fíjate qué idea tan estupenda, me sueltan. Que queremos que te vayas de gira por ... la España turística para contar tu experiencia en primera persona, me concretan. Que cojas mascarilla y manta y te lances a recorrer playas, garitos, bares, iglesias, museos, monumentos, calles y plazas por nuestra piel de toro, me piden. Que si esto te pone en la tradición de los grandes escritores de viajes, me cuentan. Y yo, que soy de encandilamiento fácil y que ya me veo como reportera revelación a la tierna edad de cincuenta años, me vengo arriba y digo que sí, que cómo no, que muchas gracias por la confianza y que estaré encantada. Y hasta ahí me ha durado el subidón porque, en cuanto se me ha pinchado el globo, me he dado un costalazo con la realidad.

Publicidad

Y la realidad es que yo no soy Kapuscinski, ni Pérez-Reverte, ni la niña Rodicio. Me hubiera gustado serlo, que de pequeña soñaba con convertirme en una intrépida reportera y me veía hablando farsi, viajando a lugares exóticos y lejanos, jugándome la vida por denunciar las injusticias de este mundo, vistiendo chalecos de Coronel Tapioca con una Moleskine negra en un bolsillo y una navaja suiza en el otro y teniendo amores de una noche con aguerridos corresponsales extranjeros y atractivos traductores árabes (menos con el de farsi, que les recuerdo que yo lo chanelaba perfectamente). Y todo eso, siempre primorosamente peinada: tengo grabada en la retina la imagen de Mercedes Gallego con una melena impecable mientras seguía en primera línea de combate los avances de las tropas norteamericanas hacia Bagdad (por cierto, Mercedes, si lees este artículo mándame un privado y dime cuál es tu secreto capilar, que somos compañeras).

Pero, de todo aquello, lo único que he conseguido es la Moleskine, que hasta el pelo me da una guerra mañanera que ni las milicias yihadistas. Por eso, desde aquí, toda mi admiración y mi respeto más profundo a los reporteros, peinados o no, que se juegan la vida y la libertad todos los días; periodistas de pata negra que gastan suela sobre el terreno para informar a los que so lo gastamos suela sobre la alfombra.

Reconozcámoslo: no es que yo no sea aventurera, es que soy un ficus. El mayor riesgo que tenía pensando correr es te verano era salir a la calle sin factor de protección y saltarme la dieta los días impares. Por lo demás, el plan era pasarme la canícula en el sofá, con el aire acondicionado a tope y las plataformas digitales al alcance de la mano. Y tan ricamente, que para eso soy una señora de mi casa, una columnista de salón con taza de café, vaso de agua y cigarrillo, una teclista de provincias que interrumpe su escritura para poner una lavadora, que se equivoca de autobús en cuanto se despista, que se lía con Google Maps y que se pone nerviosa al hablar con desconocidos.

Soldevila por Sarmiento

Lo curioso es que, cuando ya te has rendido a la evidencia de que eres como eres y no lo que querías ser (ni brava, ni valerosa, ni bien peinada), cuando has asumido todas tus debilidades y todas tus carencias, cuando sabes que nunca te parecerás a lo que soñaste, cuando aceptas que jamás hablarás farsi, llegan tus jefes y te mandan de gira. Los pobres, qué ilusos: están convencidos de que envían a Carmen Sarmiento a recorrer España, y están mandando a Laly Soldevila.

Publicidad

Pero, no contento con sacarme del sofá, el heteropatriarcado opresor profesional me ha pedido que me mezcle con el pueblo y con los turistas, distancia de seguridad mediante, que ojee y que huela, que dé carrete a los camareros y a los recepcionistas de los hoteles, que me haga un Rosa Palo en el país de las mascarillas. Y me mandan a un mogollón de sitios, que el itinerario lo puedo recitar mejor que la lista de novios de Chabelita, a saber: La Manga, Benidorm, Ibiza, Caldes d'Estrac, Jaca, Zarautz, Llanes, Santiago, San xenxo, Madrid, Sanlúcar de Barrameda y Marbella. Doce sitios, doce causas.

El respetable se va de viaje buscando lugares aislados y tranquilos por la España vacía, y yo voy de cabeza a la España llena. Eso, siempre y cuando la autoridad competente lo permita, que una no quiere correr riesgos ni hacérselos correr a los demás, y que no está la cosa para tonterías. Voy con mucha precaución, claro, y con una maleta que ni Rosalía de gira por Estados Unidos, que a ver qué se lleva una para sobrevivir a los sofocos del sur y a las lluvias del norte. Y mete mascarillas, y gel hidroalcohólico a litros, y el ordenador, y los porsiacaso. Y hazle sitio a los nervios, que siempre van conmigo.

Publicidad

Ya sé que me quejo de vicio, que Dios le da pan a quien no tiene dientes y que la miel no está hecha para la boca del asno. De la asna, en este caso. Pero qué quieren. Este es mi desafío particular. Habrá que sortear brotes, carteristas, salmonellas, arroces con cosas, mogollones, chiringuitos atestados, piano bares decadentes, guiris borrachos, tíos con camisetas sin mangas e idiotas sin mascarillas (vale, estos tres últimos son la misma cosa). Y, cada día, 1.263 palabras, 7.574 caracteres con espacios, 106 líneas para bingo. Yo, que llego a las veinte y se me seca el cerebro. Voy a tener que empezar a colocar adjetivos como una loca; cuanto más largos, mejor. Así que no se extrañen si hablo de marcos incomparables, atascos monumentales y playas paradisiacas. Hay que llenar como sea.

El respetable se va a la España vacía, y yo me voy a la llena

En fin, que ya tengo el equipaje casi hecho. Solo me queda el ritual previo a cada viaje: el intento desesperado de cerrar la maleta. «¡Si es que te llevas hasta las planchas del pelo!», me dice mi santo mientras se pelea con la cremallera. Pues claro, que yo quiero ir como la Gallego. O como doña Letizia, que mira qué mona y qué floral ha aparecido en su periplo nacional junto al rey Felipe. Desde aquí se lo digo a mis amos y señoros: si queríais ruta, ya me podíais haber mandado de corresponsala de Casa Real. El mismo itinerario pero más tranquilo, más descansado, y con el personal ofreciéndote jamón desde las ventanas de los bares. Con lo bien que me hubiera llevado yo con la Reina. Hablando de nuestras cosas, de nuestras cuñas de esparto y de nuestros respectivos herederos (de casar al mío con la suya, sobre todo). Entre reporteras nos entendemos.

Publicidad

Ya he terminado la maleta. Parto mañana. A ver qué me encuentro en este verano por fases, en este recorrido por un país que ha sufrido tanto, tantísimo, y que sigue sufriendo mientras pelea por salir adelante. Ahora, aún, todo nos parece amenazador, extraño y raro, descolocado. Pero ojalá, como escribió Scott Fitzgerald en 'El Gran Gatsby', pronto volvamos «a tener aquella convicción familiar de que la vida comenzaba de nuevo con el verano». Crucemos los dedos.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

¡Oferta 136 Aniversario!

Publicidad