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Sucedía durante los tórridos veranos en el pueblo, en esas aburridas tardes de siestas obligadas que los niños se saltaban sin que sus padres se enteraran. Un día, la víctima era una rana, a la que con una pajita introducida por el ano hinchaban soplando hasta que pareciera un globo. Otro, el murciélago con las alas clavadas a una tabla al que hacían fumar colocándole un cigarro en la boca. Moscas con las alas arrancadas achicharrándose en una placa de cocina, lagartijas con la cola amputada, sirones cortados por la mitad para ver cómo se movían ambas partes por separado, perros con petardos atados al rabo que corrían despavoridos...
Tres expertos en psiquiatría y psicología recuerdan aquellos actos que presenciaron en su infancia, destacan cómo han cambiado los tiempos y aconsejan a los padres qué hacer si sospechan o consideran que los hijos pueden tener un problema con este tipo de comportamientos, antes justificados como simples 'cosas de niños'.
José Cabrera. Psiquiatra y forense
El psiquiatra y médico forense José Cabrera se acuerda de algunas de aquellas 'gamberradas' de su infancia: «En mi entorno infantil, y de eso hace mucho, entre 50 y 60 años, había dos grandes posibilidades, una el ambiente rural y otra muy distinta, el urbano. En el rural era típico coger insectos grandes y colocarles algún tipo de paja en el abdomen y luego verlos volar, o capturar lagartijas y hacerles comer tabaco (que es un tóxico), organizar peleas entre alacranes y arañas, colgar con alguna cuerda latas en el rabo de un perro y cosas por el estilo, todo ello por mera diversión y sin pensar en el animal, ya que no existía el actual pensamiento ecologista y animalista. Por el contrario, en el ambiente urbano las 'bromas' se hacían con gatos, perros y todo lo más pájaros, ya que había menos acceso a otros animales.
– ¿Cómo veía entonces aquel 'divertimento' y qué opina ahora?
– Antes no había ningún razonamiento naturalista ni global, todo era más inmediato y cercano, los animales ocupaban su lugar en la jerarquía natural y los seres humanos, el suyo, muy distanciados ambos, sin más reflexiones. Hoy aparece en el horizonte una reflexión más humanizada del mundo animal, y eso nos acerca a ellos de forma espontánea, valorando su papel en la creación y la interdependencia con ellos y el ecosistema.
– ¿Qué cree que significa este tipo de violencia infantil?
– Los niños son, como decía Freud, polimorfos perversos, no tienen forma aún y alteran por su inmadurez las emociones propias, haciendo del mundo una mezcla entre la magia y la realidad. En ese contexto, la crueldad con los animales está muy limitada a algunos niños únicamente, aquellos más problemáticos, con frustraciones o inmersos en conflictos familiares. Es un signo predictor de una personalidad agresiva de adulto.
– ¿Cuándo deberíamos empezar a preocuparnos?
– Cuando el menor obtenga placer y persista en ellos, y más aún si esos actos son en solitario. Esa crueldad puede significar agresividad latente que no sabe manifestarse de otra manera, y entonces hay que preocuparse.
– ¿Depende de la edad?
– Si es algo esporádico, no deja de ser anecdótico y puede reconducirse, pero, si continúa en la adolescencia, podemos estar en los comienzos de un verdadero trastorno de la personalidad o un trastorno mental importante.
– ¿Qué deberíamos hacer?
– En esas situaciones es necesario acudir con el menor a profesionales de la psicología o la psiquiatría infantil para que nos ayuden y, sobre todo, entendamos lo que está pasando por la cabeza del chaval. También debemos estar muy atentos a las amistades y a cualquier otra conducta de crueldad con compañeros, hermanos y vecinos, pues a veces todo forma parte del mismo problema.
Mari Carmen Castro. Psicóloga
Mari Carmen Castro es psicóloga de Hydra (asociacionhydra.org), que se dedica a la asistencia y terapia con animales. Señala la evolución que ha habido en este tipo de actos: «Cuando éramos pequeños, era muy frecuente escuchar a algún amigo '¡Mira! Una lagartija… voy a cortarle el rabo', y se formaba un corrillo para mirar, sin pensar en las consecuencias para el animal. También con los perros y gatos callejeros que molestaban y a los que tiraban piedras. Estas conductas han ido evolucionando en el tiempo y hemos pasamos de eso a quemar hormigas, por ejemplo, o introducir a un perro o gato con el que convivimos en casa dentro de la lavadora, perseguir a un animal con una bocina para que se asuste y disfrutar viendo cómo sale corriendo, tirarle de una pata, cuello o rabo para trasladarlo o darle una patada en los testículos porque nos ha roto un juguete, por ejemplo. También solo por divertimento, bien porque nunca se le han puesto límites al niño en esa conducta, bien porque los padres lo hemos solucionado simplemente con un 'eso no se hace', sin más explicaciones, o justificándolo con 'es cosa de niños'».
Explica la psicóloga que las razones por las que un niño llega a estas conductas pueden ser varias: falta de empatía o de educación adecuada; haber sido víctima de abusos, maltratos o abandono; falta de control de impulsos, necesidad de pertenencia a un grupo, en este caso porque el pequeño tiene baja autoestima y se siente presionado a realizar determinados actos para ser aceptado... Señala también que a veces esa violencia «puede aparecer como causa de fobia, anticipándose a un posible ataque del animal, como una conducta de violencia preventiva. Esto suele ocurrir con animales pequeños como pájaros, conejos… que no van responder con otra conducta agresiva para defenderse, por ejemplo, con mordeduras, arañazos...».
Considera fundamental educar a los niños en el respeto hacia los animales, transmitiéndoles «valores positivos hacia los seres vivos, tarea que debe comenzar dentro del núcleo familiar, haya o no animal de compañía, permitiendo así el desarrollo de la empatía... Preguntarle ¿cómo crees que se siente?, ¿le gusta eso que has hecho?, ¿tú cómo te sentirías?». Aconseja que, si vemos que estas conductas van en aumento y empiezan a escapársenos de las manos, acudamos a un especialista «que valore y programe una intervención ajustada al caso, no solo enfocada al menor, sino aportando pautas de actuación a los padres».
Lorena Manrique. Psicóloga forense
La psicóloga forense Lorena Manrique pertenece a la Coordinadora de Profesionales por la Prevención de Abusos (CoPPA), colectivo internacional que reúne a psicólogos, psiquiatras, sociólogos, criminólogos, pedagogos y abogados para la protección de comunidades y grupos en situación de vulnerabilidad (coppaprevencion.org). «Todos conocemos casos de niños y niñas que cometen actos de crueldad contra los animales, y algunos incluso que muestran satisfacción ante el sufrimiento que causan. Existen ejemplos especialmente duros como meter al animal en el microondas o atarle el hocico para que no pueda comer, y otros animales que fueron aterrorizados de muy diferentes formas; un niño, por ejemplo, expresaba que herir o matar a un gato era como un trofeo para él». Destaca que en el pasado, incluso desde algunos ámbitos profesionales, se restaba importancia a este tipo de situaciones. «Hoy sabemos que el maltrato a los animales, además de ser reprobable por el daño que causa, es una importante señal de alarma que merece la máxima atención» .
Advierte de que las investigaciones y la experiencia en su profesión constatan que los menores que maltratan a los animales son «más proclives a la violencia interpersonal y otras conductas antisociales». Considera que tienden a presentar más conductas agresivas «e incluso delictivas, tanto en la adolescencia, con comportamientos de 'bullying' o abusos sexuales a otros menores, como en la edad adulta, incluyendo violencia de pareja, delitos sexuales y hasta homicidios. De hecho, la crueldad hacia los animales es uno de los primeros marcadores de futuros comportamientos delictivos». Añade Manrique que, a menudo, aquellos niños y niñas que maltratan animales han presenciado o sufrido abusos en sus propias carnes. También pueden estar relacionadas estas situaciones con trastornos de personalidad, ansiedad, trauma y problemas del desarrollo, entre otras patologías.
A su juicio, el maltrato animal puede empezar hacia los 6 años y podría indicar un trastorno de conducta, aunque siempre habrá que tener en cuenta «la severidad del maltrato y la motivación del menor». La aparición de estos actos en la infancia, señala, suele estar asociada a casos más severos de conducta antisocial que cuando surgen en la adolescencia.
«Algunos niños y niñas de corta edad pueden maltratar a animales como una extensión de la conducta exploratoria. Pero, cuando esa conducta se repite, el daño causado es grave o el menor muestra indiferencia o incluso placer ante el sufrimiento, deberíamos preocuparnos y tomar algunas medidas para evaluar al menor. Si bien la evolución de cada caso varía, se ha visto que la intervención temprana es un factor importante que puede minimizar las consecuencias para el menor y su entorno».
La asociación Hydra tiene 16 perros especializados para realizar terapia asistida dirigida a todo tipo de grupos, desde niños de 4 años hasta personas mayores de 90. «Los animales proceden de centros de protección, todos fueron abandonados, algunos con historias muy duras detrás, y tras un proceso de rehabilitación y educación han llegado a convertirse en grandes perros de intervención. Llevamos 22 años trabajando por el respeto a los animales y su bienestar. Y este principio lo transmitimos a todas las personas que vienen a nuestro centro». Ofertan talleres específicos sobre el abandono animal y la tenencia responsable de mascotas donde abordan el respeto, concienciación, responsabilidad, bienestar animal. «Tenemos el apoyo de nuestros perros para poder explicar la historia de cada uno de ellos, cómo se han sentido, qué experiencias han pasado... relacionándolas con el vínculo afectivo, respeto por los animales, consecuencias de hacerles daño...».
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