Secciones
Servicios
Destacamos
Escucha la noticia
24 min.
Quien tenga un adolescente en casa sabe de primera mano que si algo caracteriza esta etapa son las continuas discusiones, enfados, malas caras, portazos... El 'déjame en paz', 'no tienes ni idea', 'eres lo peor', 'nunca puedo hacer nada'. Incluso un 'te odio' o un ' ... vete a la m...' con la boca pequeña y otras veces no tan pequeña. Lo sueltan sin pensar y se monta la mundial: gritos, alguna que otra lágrima y hasta amenazas. Las faltas de respeto son precisamente una de las cuestiones que más preocupan a los padres, que no siempre saben cómo gestionar esas salidas de tiesto tan típicas de las adolescencia.
Porque, no nos engañemos, lo raro, lo verdaderamente excepcional sería que esos chavales que están dejando atrás su infancia y se enfrentan a cambios que ni ellos mismos entienden acatasen órdenes sin rechistar o no cuestionasen a sus padres. De hecho, muchos psicólogos especializados en esta etapa aseguran que es más preocupante un adolescente dócil, que dice a todo que sí y nunca se rebela que uno protestón o incluso desafiante, siempre dentro de unos límites.
«Cuando hablamos de una falta de respeto, lo primero que tenemos que pensar es a qué nos estamos refiriendo porque se trata de un concepto muy abstracto. Puede ocurrir que lo que tú consideras un desacato o un acto que merece una reprimenda no tiene nada que ver con lo que pienso yo. Y si encima metemos la variable de la diferencia de edad entre padres e hijos, las discrepancias son todavía más notables», aclara la psicóloga Silvia Álava, autora del libro 'Queremos que crezcan felices. De la infancia a la adolescencia'.
Los especialistas insisten en «debemos sentarnos con ellos y dejar muy claras las líneas rojas y lo que se considera una falta de respeto en cada casa. Explicarles que en esta familia nos importa mucho cómo nos sentimos y hacemos sentir a los demás. Que nos importa tratarnos bien, con respeto. Y es entonces cuando especificamos lo que se considera intolerable. Por ejemplo, no se admite el insulto, ni una mala contestación y mucho menos un comportamiento agresivo hacia las personas o las cosas, porque hay adolescentes que de un portazo son capaces de desencajar literalmente la puerta de la habitación».
Pero como ocurre casi siempre en las cuestiones de crianza, una cosa es la teoría y otra muy diferente la práctica. La adolescencia es una etapa convulsa, muy difícil de acompañar desde la calma porque a esas edades los chavales tienen un cerebro fundamentalmente impulsivo. «La razón más importante por la que faltan al respeto es por su inmadurez cerebral», apunta Diana Al Azem, profesora y fundadora de la plataforma Adolescencia Positiva.
«En esta etapa todo el cerebro se reconfigura porque tiene que pasar a ser un órgano mucho más potente. Y esa reconfiguración se hace desde atrás hacia adelante. Es decir, lo último que termina de madurar es el lóbulo prefrontal, que es el encargado de regular nuestra conducta, por eso a los adolescentes les cuesta un poquito más gestionar su comportamiento. Y a todo esto se suma que la zona donde se sienten las emociones está sobreexcitada por las hormonas. ¿Consecuencia? Sienten todo de forma muy intensa, pero regulan mal y eso hace que, en ocasiones, les cueste un poco la convivencia», coinciden ambas especialistas.
La adolescencia también supone la despedida de la niñez y eso implica «el fin de la relación de admiración hacia sus padres. Además de sus amigos –muy importantes en esta etapa–, va a tener otros referentes adultos que le van a enseñar nuevas maneras de vivir la vida, de entender lo que ocurre a su alrededor. Y esto, unido a esa impulsividad de la que hablábamos antes, puede hacer que su forma de manifestar el desacuerdo con los padres sea excesivamente pasional e incluya faltas de respeto. Ahora bien, que esos comportamientos sean propios de su edad no significa que, como padres, los tengamos que dejar pasar o no hacer nada al respecto».
Las expertas recuerdan que los conflictos son inherentes a la vida y a través de ellos aprendemos a lidiar con un montón de situaciones, «lo que ocurre es que no podemos dejar que esos enfrentamientos se nos vayan de las manos porque los adultos somos nosotros». Las broncas que estallan en casa cada vez que un adolescente contesta mal, no cumple con sus obligaciones o protesta por algo suelen terminar en un cruce de acusaciones en el que padres e hijos se gritan mutuamente, se tiran los trastos a la cabeza y dicen cosas de las que casi siempre terminan arrepientiéndose, una situación que no resulta agradable para ninguna de las dos partes.
«Algo que deberíamos tener siempre presente a la hora de educar es que nuestra actitud siempre modela la de nuestros hijos. Si a un grito respondo con otro más fuerte, lo que estamos enseñando es que esa manera de actuar es legítima, justo lo contrario de lo que pretendemos. Toca mantener la calma y morderse la lengua. Es lo más importante, pero también lo más difícil», reconoce Diana Al Azem.
Si la situación te supera y eres incapaz de gestionarla desde la serenidad, «márchate y regresa cuando te hayas calmado. Y piensa que marcharse no es perder una batalla –la educación no es una guerra– sino una forma de dominar la situación. Con los adolescentes se puede hablar perfectamente, pero es fundamental elegir bien el momento. ¿Por qué? Porque si intentamos hacerlo en mitad del estallido emocional, lo único que vamos a conseguir es meternos en su dinámica de faltas de respeto y nos haremos más daño. No se trata de evitar la conversación sino de posponerla para mantenerla desde la calma».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Este podcast es exclusivo para suscriptores. Disfruta de acceso ilimitado
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.