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Viena. 21 de junio. Nueve de la noche. El calor aprieta en el segundo parque de atracciones más antiguo del mundo. Una señora con pelo cardado canoso y unas gafas de pasta azules pasea entre los árboles. Una chica que rondará la veintena camina con un bebé en brazos cerca de la alambrada. Un hombre y un niño, ambos muy rubios, pedalean con sus bicicletas por el asfalto recalentado. Todos pasan sin inmutarse. A pocos metros de ellos,un 'país' encarnado en una esfera de menos de 8 metros de diámetro. Sí, esa pequeña bola en una esquina del emblemático Prater de Viena esconde una historia con polémica y arte a partes iguales.
La famosísima noria sigue girando y los neones de las atracciones parpadean y brillan con más fuerza a medida que cae la noche. Huele a algodón de azúcar de un puesto cercano y el pub de al lado, con el que casi roza la estructura, tiene la música a tope. Suena 'Despacito', de Luis Fonsi, a todo volumen. Un señor hace ademán de pararse, pero no sabemos si es por el espectáculo que montamos mientras grabamos el vídeo o si realmente sospecha que algo entraña esa pequeña estructura. Rodeada de andamios, puede pasar por cualquier edificio en remodelación. Pero no, hay mucho más.
La historia de la República de Kugelmugel es un delirio del artista Edwin Lipburger, quien una mañana de 1971 decidió crear un taller con bloques de madera, revestido con láminas de zinc y forma esférica. Construyó la estructura en un terreno de su propiedad en Katzelsdorf, a unos 100 kilómetros de la capital austriaca. A partir de aquí llegaron los problemas. Sphaera 2000, así llamó a su creación, no contaba con ningún permiso de edificación ni nada que se le pareciera y Lipburguer hizo caso omiso a las advertencias del Ayuntamiento. Hasta que un día se plantaron los técnicos municipales en su casa. Además de pagar la licencia de excavación y construcción, debía derribar su obra porque por aquel entonces no se permitían edificios esféricos en Baja Austria. ¿Su respuesta? Crear su propio país. Y así nace Kugelmugel, que en alemán significaría algo parecido a 'bola esférica' o 'campo esférico'. En esta primera ubicación llegó a tener sus propias señales de tráfico y una valla fronteriza con la que delimitó el territorio. Pero tampoco coló. La siguiente disputa apareció cuando Hacienda reclamó los impuestos de 1972 y 1973. Entonces se excusó con que él no era ciudadano austriaco y en Kugelmugel no había impuestos.
Llegó a estar dos meses en la cárcel en 1979. La performance estaba llegando demasiado lejos, aunque la jugada le salió bien. El presidente de Austria en ese momento, Rudolf Kirchschläger, al ver la notoriedad de Lipburger y las dimensiones que estaba alcanzando la historia, decidió indultarlo. La cosa no quedó ahí. El derribo seguía adelante hasta que el Ayuntamiento, finalmente, le ofreció un cambio de ubicación y llevar Sphaera 2000 a la capital austriaca. Y es así cómo en 1980 la famosa bola acabó en el Prater de Viena, también conocido por ser el escenario donde España ganó la Eurocopa de 2008 (el estadio Ernst-Happel está a poco más de 2 kilómetros).
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Allí sigue hoy día, en su dirección oficial, que no es el Prater de Viena, sino el número 2 de la Antifascchismusplatz, la plaza del Antifascismo. Edwin Lipburger falleció en 2015 y su hijo Nikolaus tomó el relevo para dirigir esta micronación apoyada por 600 ciudadanos y cuya bandera es la de Austria (rojo, blanco y rojo), pero a la inversa. Y en el centro, cómo no, se puede ver una imagen de Lipburger amordazado. La alambrada de espino que delimita el territorio le da un aura de frontera que se difumina en cuanto ves los andamios de alrededor. Parece que está en una reforma infinita y la maleza crece sin control en los márgenes de uno de los 'países' más pequeños del mundo.
Nos plantamos allí en busca de esta historia inverosímil que encontré por Twitter hace un año. «Si vuelvo a Viena algún día tengo que contarla», me dije. Pese a que a Ana al principio no le emocionaba mucho la idea, creo que conseguí contagiarle la inquietud que desprendo cuando se me cruza el cable con alguna curiosidad. Quería que este reportaje fuera una sorpresa para ella, llegar allí, y ver cuál era su reacción. Pero por temor a que le pareciera poca cosa, preferí contárselo un día antes de empezar el viaje.
Esa tarde nos encontramos la puerta de Kugelmugel cerrada a cal y canto aunque, al parecer, según la información que encontramos antes del viaje, abre en algunas fechas concretas como sala de exposiciones. Sin embargo, la sensación que despertaba ese lugar era la de que hace tiempo que no hay movimiento dentro de sus fronteras: se ven tres botes de pintura con chorretones y brochas alrededor, un par de escaleras metálicas a los lados y media esfera pintada de naranja y la otra media de marrón. Como si estuviera sin acabar el trabajo. De allí me fui con la duda, y creo que nadie me la podrá quitar, de si en realidad sumé otro país en la mochila o, simplemente, estuve a las puertas de una performance que lleva ya 43 años en una esquinita del Prater.
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