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Diseño: Anartz Madariaga | Fotografías: Pablo Ariza
Dos mochilas por Europa | Capítulo 8

Un hostel por un riñón: 133 euros la noche en Berlín

Nos perdemos con el transporte, nos da tiempo a ganarnos un enemigo por no dejar propina y hasta a ligar

Lunes, 31 de julio 2023, 00:04

Un batiburrillo de olores y sonidos nos recibe en Berlín al salir del metro. El aroma de las brasas de carne se entremezcla con el de la cebolla y las intensas especias de un puesto callejero de falafel. Contrastan con el de la canela de las rosquillas de una tiendita del mismo mercadillo. Un revoltijo curioso para el olfato. Suena Enrique Iglesias por un altavoz y, a pocos metros, el dueño de un quiosco de discos mueve su melena canosa al son de 'Thunderstruck', de ACDC. Al doblar la esquina, un joven en calzoncillos cruza el paso de cebra montado en su bici con una careta de zorro y una peluda cola naranja pegada al culo mientras aúlla mirando al cielo. Justo al lado, tres hombres amontonan kilos y kilos de botellas de plástico en carros de supermercado para cambiarlas por unas monedas en las máquinas de la calle. Esto es Berlín, una ciudad vibrante y caótica que no deja indiferente a nadie. Al final de esa calle, nuestra parada: Curry 61, probablemente el puesto más conocido de Currywurst de la ciudad. Básicamente, una salchicha alemana con salsa de tomate y curry. Nada del otro mundo, pero sabe a gloria a las cuatro de la tarde y sin nada en el estómago.

Todo precioso, pero vamos a quejarnos. Berlín está insoportablemente caro. La mejor opción de alojamiento que encontramos a menos de una hora del centro es un hostel por 133 euros la noche (66 por cabeza) en una habitación con una litera de dos camas y baño compartido. Es verdad que coincide en fin de semana y que lo compramos solo con dos semanas de antelación, pero es, con mucho, el alojamiento más caro de todo el viaje. El sitio tiene un rollo joven muy guay, está limpio y los encargados son majísimos, pero necesitamos casi 40 minutos de transporte para llegar al centro. Perdemos, como mínimo, una hora y media entre ir y volver. Más las vueltas que damos por perdernos, que no son pocas. Nos equivocamos al hacer el transbordo de autobuses, tardamos el triple en movernos por esa estación central gigantesca y es casi inevitable necesitar conexiones entre bus, metro y tranvía. Mucho más engorroso que en otras capitales.

Arriba, imagen del freetour con Francisco al mando. Abajo, habitación del hostel en la que dormimos y selfie con la Fernsehturm de Berlín, la famosa torre de televisión de la capital alemana. P.A
Imagen principal - Arriba, imagen del freetour con Francisco al mando. Abajo, habitación del hostel en la que dormimos y selfie con la Fernsehturm de Berlín, la famosa torre de televisión de la capital alemana.
Imagen secundaria 1 - Arriba, imagen del freetour con Francisco al mando. Abajo, habitación del hostel en la que dormimos y selfie con la Fernsehturm de Berlín, la famosa torre de televisión de la capital alemana.
Imagen secundaria 2 - Arriba, imagen del freetour con Francisco al mando. Abajo, habitación del hostel en la que dormimos y selfie con la Fernsehturm de Berlín, la famosa torre de televisión de la capital alemana.

Lo de hacer la mochila se ha convertido en una especie de ritual mañanero que, a estas alturas, casi podríamos hacer con los ojos cerrados. Y el cuello empieza a resentirse con los dolores de cervicales que acechan cada mañana. Hoy dejamos a primerísima hora el equipaje en una taquilla de la estación hasta la noche. No cuesta 6 euros. Un par de cafés para llevar y el día arranca con una ración de historia sobre Berlín y la Segunda Guerra Mundial de la mano de Francisco, un argentino que aparece con un termo bajo el brazo y un mate azul con pajita metálica del que no se separa en todo el freetour. Puerta de Brandeburgo, Monumento a los Judíos Asesinados de Europa, el búnker de Hitler, el Muro de Berlín y todos los imprescindibles hasta terminar con la quema de libros de Bebelplatz. Casi cuatro horas que pasan volando entre curiosidades e historia de la Guerra Fría. No te puedes ir de Berlín sin hacer un tour de este estilo. Y se queda corto. Nosotros hubiéramos hecho tres más si tuviéramos tiempo.

La anécdota del día llega al mediodía. Nos sentamos en una terraza de comida típica alemana (Nante-Eck) con una carta escrita a modo de periódico en formato sábana con todo lujo de detalle. Mancheta, precio, número de edición, fecha... Muy original. El servicio es lento, pero comemos unas albóndigas berlinesas y salchichas con verduras y puré de patata muy ricas por un precio razonable para ser Berlín: 40 euros con cerveza incluida, 20 por persona. El problema asoma a la hora de pagar... con las propinas. Sabemos que es un tema delicado y que en la mayoría de Europa es habitual aportar un porcentaje. Y no como en España, que damos la típica calderilla que sobra para redondear. En un par de sitios dimos pero en otros también nos han mirado mal por no hacerlo. Hasta ahí bien. Pero es que en Berlín nos ganamos un enemigo. El camarero nos pregunta si queremos pagar la propina con tarjeta o efectivo. A cañón, sin opción a rechazar. Le explicamos que no y, sin mirarnos y con un retintín que aún resuena, dice: «Muy amigables, ¿eh?». Para rematar, nos tira el tique a la mesa de mala manera y ni se despide. Alucinamos. Entendemos que incluso le moleste, pero nos hace sentir muy incómodos con ese desplante.

La foto más buscada por los turistas, el beso entre el líder de la Unión Soviética, Leonid Brezhnev, y el presidente de la República Democrática de Alemania, Erich Honecker, en el Muro de Berlín. P.A

Y de la incredulidad pasamos a la risa con otra anécdota después de patear la galería del Muro y sus graffitis. Desde luego, si algo no me esperaba en este viaje era ligar. Y menos en el baño de un bar mientras me lavo las manos. Pero sí. Aparece un muchacho con melena hasta los hombros, una camiseta de manga corta muy ajustada y unos cascos de música enormes. «¿De dónde eres?», «¿del norte, cerca de Bilbao?». Total, que si vivo en Berlín o estoy de viaje, que cuántos días... Y acaba invitándome a París, su ciudad. Recordamos que todo esto ocurre en el baño. Sonrío y no respondo. «¿Me das tu Instagram?», me dice acto seguido. ¿Así liga la gente ahora?, ¿en serio? Creo que me estoy haciendo mayor, esto se me escapa. Se nota que este espabilado no es la primera vez que hace esto, ¡menuda soltura en dos minutos! Se lo doy por las risas, pero falla la cobertura. Y, mientras tecleo el usuario, me pregunta si viajo sola. No, con mi pareja. Silencio incómodo, mofletes colorados y un: «Ah, lo pillo». Me sale una mini sonrisa y le digo: «No, no, te lo doy igualmente». Salgo del baño y se me escapa una carcajada en medio del bar. Al cruzar la puerta de la calle me llega la solicitud. 'Kitrov, art traveler', pone en su perfil de Instagram. Ha estado, literalmente, en medio mundo. ¡Ahora resulta que igual era un partidazo! Desde luego, no esperaba acabar así mi día en Berlín.

Gastos de dos días en Berlín

  • Alojamiento: 133 euros

  • Desayuno, comida y cena: 155,3 euros

  • Transporte: 66 euros

  • Free tour, teledisko y taquilla estación25 euros

  • Total: 379,3 euros (189 euros el día)

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