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Julio Arrieta
Lunes, 11 de noviembre 2024, 00:33
Se hacía llamar El Mago Enmascarado y se presentaba como un ilusionista profesional que se atrevía a romper los secretos de su gremio para contarle a todo el mundo, a través de un programa de televisión producido y emitido en medio mundo entre 1997 y ... 1999, cómo se realizaban los trucos clásicos ante los que todos nos hemos quedado boquiabiertos alguna vez: la mujer cortada, la aparición y desaparición de un elefante en escena, las teleportaciones del propio artista entre dos cabinas separadas...
La iniciativa desencadenó el rechazo entre las comunidades de magos, algunos de los cuales llevaron a su colega enmascarado a los tribunales al ver en peligro el futuro de su trabajo. Al desaparecer el misterio de un espectáculo en el que precisamente el misterio es el principal gancho, se temía una pérdida masiva de público.
Pero no pasó nada. La gente siguió acudiendo a los espectáculos de magia y continúa quedándose con la boca abierta cuando el o la ilusionista retira de golpe la tela y resulta que el elefante que hace un segundo movía su trompa ahí delante, ¡ya no está! Yse queda pasmada a pesar de que sabe perfectamente que hay trampa. ¿Por qué?
Aunque pueda sorprender, la fascinación que producen los espectáculos de magia e ilusionismo es objeto de estudios muy serios. De hecho, hay todo un laboratorio universitario dedicado a entender la psicología de la magia: el Magic Lab, que forma parte del departamento de psicología de Goldsmiths, en la Universidad de Londres. Uno de sus miembros, Gustav Kuhn, profesor de psicología de Plymouth y mago, es coautor de un estudio, publicado recientemente, que concluye que en realidad los magos no solo no temen revelar sus trucos, sino que lo hacen encantados «en determinadas circunstancias». Los ilusionistas que participaron en esta investigación consideran «aceptable exponer sus propias técnicas, pero no las inventadas por otros, y también creen que es aceptable revelar los secretos de los trucos inventados por alguien que ya ha fallecido».
También consideran correcta la revelación de secretos cuando se hace para promover el bien, como mejorar el bienestar de las personas, colaborar con investigaciones científicas o proteger al público del fraude, como cuando Houdini ponía en evidencia a los médiums en la época dorada del espiritismo.
Algunos de los magos consultados para la investigación «dijeron que estaba bien desvelar un secreto mágico muy bien guardado si se hacía en el contexto de un truco basado en un método diferente», explica Brian Rappert, profesor de la Universidad de Exeter y también ilusionsita. «De hecho, muchos afirmaban que la exposición puede mejorar la experiencia del público».
Bien. El caso es que todos sabemos que David Copperfield no hizo desaparecer la Estatua de la libertad, sino que en realidad movió a todo el público, sin que este se diera cuenta, para que perdiera de vista el monumento. ¿Por qué nos siguen fascinando sus trucos? ¿Por qué disfrutamos de la magia a sabiendas de que todo es un montaje?
La respuesta básica es que precisamente gozamos con la magia porque sabemos y somos conscientes de que no es real. La clave del disfrute que produce el ilusionismo está en cómo funciona nuestra percepción de lo que está ocurriendo en escena o delante de nuestras narices, cuando se trata de magia de proximidad, como la que se realiza con cartas. Los magos juegan con la «desorientación», desviando nuestra atención para generar «lagunas cognitivas». Haciendo que nos fijemos en lo que no debemos durante el truco, alteran la información que recibe nuestro cerebro de lo que está sucediendo.
Según Kuhn, lo que se produce en nuestra cabeza cuando la tela cae y el elefante no está es un «conflicto cognitivo». Los magos utilizan el engaño para crear efectos que nos permiten experimentar lo irreal, «creando un conflicto entre las cosas que presenciamos y lo que sabemos que no puede ser».
El hecho de que esto se produzca en el contexto de un espectáculo hace que genere goce una experiencia que podría causar inquietud si sucediera de verdad. Kuhn lo suele comparar con el gusto por el cine de terror. Si en la vida real nos encontráramos con derramamientos de sangre como los de las películas, «sería algo traumático y horrible». Pero cuando lo vemos en la seguridad de una sala de cine, «el miedo se convierte en algo que la gente puede disfrutar». Del mismo modo, si en nuestra vida cotidiana «nos enfrentáramos a algo que desorientara y distorsionara nuestros sentidos, sería profundamente perturbador». Pero cuando esto sucede «en el contexto de un truco de magia, se convierte en algo entretenido y divertido».
Por cierto, El Mago Enmascarado hacía desaparecer el elefante con unos espejos móviles colocados entre los barrotes de la jaula de bambú en la que estaba el animal, que en realidad no se movía. Ah, y se llamaba Val Valentino. El mago, no el elefante.
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