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Diseño: Anartz Madariaga | Fotografías y vídeo: Pablo Ariza
Dos mochilas por Europa | Capítulo 7

De fiesta en la discoteca más pequeña del mundo

Está en Berlín, la entrada cuesta 2 euros y la juerga dura una canción, la que tú quieras

Domingo, 30 de julio 2023, 00:22

Apenas mide un metro cuadrado, es de color azul pitufo y las letras arcoirís, estampadas sobre una pegatina plateada que hace las veces de espejo, recuerdan que al cruzar la puerta estás en una 'teledisko'. Para ser más exactos, en la discoteca más pequeña del mundo. O, al menos, en una de ellas, porque el fenómeno nacido en Berlín de montarse la fiesta dentro de una cabina de teléfono cada vez está más popularizado. El sol empieza a caer sobre el río Spree y el resplandor dorado del atardecer dibuja una estampa digna de un anuncio de cerveza.

Nos cuesta, pero al final damos con el microgarito reconvertido entre las plataformas de madera repletas de jóvenes vaso en mano y rodeados por chiringuitos a orillas del río en Holzmarkt25. Mientras toqueteamos la pantalla táctil situada en uno de los laterales para explorar cómo poner en marcha la cabina, un joven con camisa de palmeras se acerca sonriente: «¡Tenéis que probarlo!, es súper divertido. De verdad, no os lo podéis perder», nos dice en inglés señalando a su pantalla del móvil, donde nos muestra un vídeo bailando 'Gimme! Gimme!', de ABBA, dentro del cubículo con un colega. Desde luego, se montaron un fiestón, todavía se les notan los coloretes del subidón.

Por fin, encontramos la cabina después de cruzar la ciudad. P.A

Es hora de decidir tema y hay que pensarlo muy bien porque en esta sala de fiestas privada la juerga dura lo mismo que tarda en reproducirse la canción elegida. La cabina tiene incorporada una lista conectada a Spotify con opciones casi infinitas. Nos apetece una movidita, fresca y cuya letra nos sepamos, así que nos decantamos por 'Despechá', de Rosalía, y sus 2 minutos y 37 segundos para la microfiesta. Antes de pasar, toca pagar: tan fácil como meter 2 euros en monedas. Si quieres foto de recuerdo a modo de fotomatón o un vídeo, la entrada pasa a 4 euros y con el combo completo –foto más vídeo– son 6.

Momento de la minifiesta en Berlín dentro de la discoteca más pequeña del mundo cantando 'Despechá' de Rosalía. P.A

Entramos, cerramos la puerta y ya suena el «yeah-yeah» con la inconfundible voz de Rosalía. El espacio es minúsculo. Dentro, cinco botones de colores para echar humo y jugar con las luces. Ni nos da tiempo a enterarnos bien de cómo funciona. El techo tiene la típica bola de discoteca con cristalitos y una pequeña cámara gran angular encargada de capturar la diversión. Después de cantar a pleno pulmón, reírnos sin parar y chocarnos todo el rato en ese cuadradito, acaba la fiesta. Cuando la cabina está ocupada, una cuenta atrás sobre un fondo azul es la encargada de mostrar cuánto falta para terminar. Ponemos un pie fuera y las miradas de alrededor se clavan en nosotros. Varios curiosos pensaban que la cabina formaba parte del atrezo y una pareja que nos escucha hablar en español nos pregunta si merece la pena. Desde luego que sí. La verdad, fue uno de los mejores momentos del viaje.

Guapa no, pero sí atractiva

Íbamos en busca de la microfiesta y nos encontramos un ambientazo. Y eso que nos costó, porque el primer intento fue en otra de las tres cabinas que hay en la capital alemana, la del barrio turco. Estaba cerrada. Así que por casualidad acabamos en Holzmarkt25, un proyecto social de marcado acento cultural y reivindicativo en pleno centro, lleno de arte callejero, color, mercadillos y conciertos a orillas del Spree. Nació como una especie de oasis alejado del modelo de crecimiento salvaje de la urbe en el que la naturaleza también está muy presente con la mayoría de bancos, sillas, parques y tiendas hechos con materiales reciclados. Refleja muy bien los ingredientes de lo alternativo de la capital alemana en cada uno de sus recovecos.

Ambiente en Holzmarkt25, un proyecto social de marcado acento cultural y reivindicativo en pleno centro de Berlín. P.A

Quizás no sea la ciudad más bonita de nuestro itinerario, pero me gusta describir a Berlín como esa persona que no es la más guapa, pero resulta tremendamente atractiva. Incluso más que esa belleza de libro. Tiene algo. Justo eso es Berlín, una ciudad con personalidad por los cuatro costados. Y hoy es día de disfrutarlo. Es la primera vez (y la única) que estamos más de una tarde en una parada. Tenemos un día y medio y nos da tiempo a tomarnos una cerveza de forma reposada, recorrer la zona más moderna de Alexanderplatz, la Isla de los Museos, pasear por los mercadillos y parques y acabar la jornada entre callejones rebosantes de grafitis y cenando con tranquilidad, alejados de las prisas sabiendo que tenemos otro día entero como plato fuerte. No nos lo podemos creer. Un verdadero lujo.

«¿De dónde sois?», nos pregunta una camarera en inglés. «De España». «¡Ah, yo también!», dice riéndose con un acento andaluz que en inglés se borra de un plumazo. Aldana es una argentina criada en Málaga, así que conectamos con ella enseguida porque Pablo es paisano. Se mueve entre las mesas con un garbo digno de ver y una amabilidad con la que se mete en el bolsillo a todos los clientes. Nos cuenta que lleva tres años por Berlín. «Ya sabes cómo está la cosa de la hostelería por allí abajo, imposible» le interpela a Pablo mientras nos explica que está contentísima: «Aquí me pagaron hasta cuando no trabajé en pandemia, no te digo más», dice con una sonrisa enorme mientras va a por las bebidas.

Al final de la cena (costillas y alitas de la casa hechas en barbacoa) nos despedimos y a la cuenta le acompaña una rosa de regalo. «Es la última, que las ha traído una compañera. Por ser vosotros». Le hemos caído bien. La verdad, ha sido un buen rato. Y con la flor en mano, nos volvemos en metro hasta el hostel. Mañana madrugamos para aprovechar un día intenso.

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