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Es una vieja historia, mil veces repetida: 'Me cuido un montón, pero no adelgazo'. Y la gente lo plantea como si esto fuese un enigma, algo digno de estudio. «¡Cuántas veces me lo han dicho!», admite el especialista en planificación nutricional Ismael Galancho. La explicación ... suele ser sencilla, nada de misterios: «Muchas veces llega el fin de semana y se van al traste los esfuerzos realizados de lunes a viernes». Es decir, nos tomamos dos 'días trampa' ('cheat days'), de comer lo que nos da la real gana... y adiós al terreno ganado.
El experto, que acaba de publicar 'Quema tu dieta' (Grijalbo), lo explica con números. «Si queremos perder un kilo a la semana, tenemos que 'quitarnos' unas 3.500 calorías en esos siete días.Si nos ahorramos 500 diarias, cumplimos el objetivo», detalla. Pero si llegan el sábado y el domingo y nos damos todos los caprichos terminamos la semana con superávit (y engordamos) o en tablas (nos mantenemos). ¿Y el lunes? Vuelta a empezar.
¿Esto quiere decir que para que una dieta funcione no se permiten los deslices? «Para nada. La flexibilidad es clave.Pretender alimentarse de pollo a la plancha, brócoli y yogur, sin ninguna excepción, es fracaso seguro», advierte.Pero si queremos afinarnos –según la Encuesta Europea de Salud en España, cerca de un 16% de la población padece obesidad– cuidarnos cinco días y excedernos dos no es viable. «Hay que usar el sentido común», subraya. Lo que sí podemos hacer es alguna 'comida trampa' a la semana. La pregunta del millón: ¿cuántas?
Galancho indica que, por normal general y como mucho, una o dos.No más. Es más o menos lo que el cuerpo puede asumir sin 'cambiar'. Cuando al organismo le llega la bomba calórica, se adapta produciendo más insulina y, en condiciones normales, salvo hinchazón y hartazgo, no habrá más consecuencias de esos excesos (salvo que perderemos menos peso del esperado, claro). «El cuerpo no es tan sensible», admite. Eso sí, este patrón no se debe adoptar tampoco como rutina vital. Si se mantiene durante años, «llegará un punto en que las analíticas dejarán de salirnos bien», ya que el cuerpo, con el tiempo, pierde 'adaptabilidad'.
La tesis Los defensores a ultranza de este hábito argumentan que un cuerpo sometido a restricciones, ante la llegada puntual de un tsunami de grasas y azúcares, se pone las pilas para quemarlas acelerando el metabolismo. Un hombre adulto, de media, debe ingerir un máximo de 2.400 calorías y una mujer, 2.100. ¿Y si un día le caen el doble? ¿Qué hace el cuerpo?Reacciona, sufre...
A favor Los que apoyan la tesis creen que si nunca le mandamos estos 'retos' el cuerpo se hace «vago» y tiende a acumular.
En contra Sin embargo, la mayoría de los expertos considera que las ingestas 'trampa' suelen ser tan copiosas que no hay organismo tan eficiente como para quemar todo lo que nos metemos entre pecho y espalda. Vamos, que es imposible discernir dónde empieza a 'espabilar el metabolismo y dónde estamos ya acumulando calorías... hasta que nos pesamos.
Lo de la 'comida trampa' semanal –nació en el mundo del fitness y el culturismo hace años y se ha popularizado mucho– tiene detractores (quienes creen que genera ansiedad estar esperando ese 'permiso') y defensores (los que lo consideran una manera de desactivar tentaciones durante la semana). Galancho aboga por no abonarse a esa «dicotomía» de restricciones-premios y recalca que para adelgazar «no todo es blanco o negro, hay que trabajar con grises, porque modular es más fácil que ser drástico» y ofrece tres claves para que esas 'comidas trampa' no sean un desastre.
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Si nos vamos a exceder, es mejor planificarlo. «Las decisiones se toman desde casa. Pensar que en lugar de tomarte cinco cañas te vas a tomar tres, te va a preparar mentalmente y a ayudar a que no te pases mucho», aclara. Esto es una evidencia científica avalada por muchos estudios. Uno de los más recientes, publicado por 'Journal of Consumer Psychology', demostró que las personas que se estaban esforzando por lograr objetivos como perder peso o ahorrar –que requieren «una inhibición prolongada de deseos»–, se beneficiaban si en el proceso se producían «desviaciones hedónicas planificadas», es decir, pequeños placeres o caprichos.
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Vamos a intentar reducir la ansiedad –clave para no sobrealimentarnos luego– comiendo antes, por ejemplo, algo de fruta, un zumo natural, un gazpacho. No conviene llegar con el estómago vacío a la 'comida trampa'. Ni con sed.
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Nos vamos a saltar los patrones de comida saludable de la semana, vale, pero no hace falta que aprovechemos para comer hasta la indigestión. Hagámoslo, pero sin locuras. «No es lo mismo ir a cenar comida rápida que tomar una carne a la brasa, no es lo mismo elegir de guarnición una buena ensalada que un plato de patatas fritas, no es lo mismo comerse tres trozos de pizza que una entera», enumera.
A la nutricionista Beatriz Robles lo de la 'comida trampa' o 'día trampa' le parece arriesgado. «Lo adecuado es seguir patrones saludables que podamos mantener en el tiempo», indica. Esto es, sin restricciones terribles «que estemos deseando saltarnos». «Aunque es válido tener transgresiones», añade. El peligro, advierte, es desarrollar trastornos de conducta alimentaria, ya que con esta práctica, llevada al extremo, se alían el descontrol, la restricción, las ingestas desmesuradas y la preocupación excesiva por el cuerpo. «La gente con predisposición a sufrir trastornos alimentarios puede tener problemas», alerta.
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