Nómada por contrato... O por el viaje en caravana hacia el autoconocimiento
CON LA CASA A CUESTAS ·
Lo peor es el cachondeo de mis amigos. «¿Tú en caravana? ¿Cómo se van a llamar los artículos? ¿'Rosaland'?»Secciones
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Lo peor es el cachondeo de mis amigos. «¿Tú en caravana? ¿Cómo se van a llamar los artículos? ¿'Rosaland'?»¿Se acuerdan de aquel caftán tan ideal con el que Melania Trump bajó del avión tras abandonar la Casa Blanca? Me había comprado uno igual para estas vacaciones. Bueno, igual no, que el suyo era de Gu-cci, a 2.700 pavos el retal, y el mío era de marca blanca. Pero vamos, que daba el pego para irte de fiesta hippy-chic cualquier noche estival y epatar a las pijas de La Manga. Pues nada: me da en la nariz que el pingo se va a quedar en el armario.
La culpa la tiene mi querido señorito. De mi jefe, hablo. Del que el verano pasado me envió a recorrer los grandes núcleos turísticos del país y, este año, me vuelve a dejar sin vacaciones. Del que disfruta poniéndome en aprietos. Del que no puede ver una película porque es tan influenciable como un adolescente. «Rosa –me dice para preparar el terreno– «¿has visto 'Nomadland'?». Y a mí, que ya lo voy conociendo, se me abren las carnes. Porque me temo que no quiere una crítica cinematográfica de la película, no; me temo lo peor. Y lo peor ha sucedido: me manda a trashumar por España en caravana.
Yo, que no he pisado un camping en mi vida, que soy carne de hotel y buffet libre, que tengo una escoliosis que me impide dormir en cualquier cosa que no sea una cama en condiciones, convertida en un trasunto de Frances McDormand, con esas canas locas y esa mala leche que se te pone por tener que cagar en un cubo. Así no hay forma de levantar cabeza. Ni una carrera columnística como Dios manda.
Pero, por si eso no fuera suficiente, el remate: «Llévate a tu familia, Rosa». Vale. No hemos tenido suficiente con estar año y medio juntos, revueltos y encerrados, para que tengamos que pasar las vacaciones hacinados en seis metros cuadrados oliéndonos los pies. Si aún no ha estallado todo por los aires, ahora lo hará. El heredero ya está renegando. Mi santo ha empezado a resoplar. Y yo desayuno orfidales.
Total, que ahí me tienen, cambiando el caftán por la colección de pantalones cortos de primavera-verano de Decathlon. Que pensarán ustedes que soy una burguesa de provincias, que también, pero lo que soy es una perra, una vaga, una señora atada a una tumbona. Que yo lo que pretendía era pasar las vacaciones yendo de la playa al chiringuito, del chiringuito a la siesta, de la siesta a la cena con mojitos. Que yo lo que quería es que me lo dieran todo hecho. Que ahora me veo rellenando depósitos, fregando a mano, recargando baterías, haciendo una tortilla francesa en la cocina de Pin y Pon y vaciando las aguas negras, que no hará falta que explique lo que son. Y que una no siente esa pulsión hacia el nomadismo descrita por John Steinbeck en 'Viajes con Charley', que el tío se ponía como una moto en cuanto algo le sonaba a locomoción: «El sonido de un reactor, un motor calentándose, hasta el toc-toc en el pavimento de unos cascos herrados producen el viejo estremecimiento, la boca seca y la mirada perdida, las palmas ardientes y una agitación del estómago bajo la caja torácica. En otras palabras, no mejoro; en otras palabras más, el que ha sido vagabundo alguna vez, lo será siempre». Yo no he sido vagabunda nunca. Pero mira, la vida te da sorpresas. Lo mismo, hasta me acostumbro.
Lo peor es el cachondeo de mis amigos. «¿Tú en caravana? ¿Cómo se van a llamar los artículos? ¿'Rosaland'?». Y se descogurcian. Si les digo que me voy en cohete con Richard Branson no se asombran tanto. Menos mal que a Steinbeck le pasó lo mismo: también tuvo que soportar los comentarios satíricos de sus colegas cuando anunció que se iba a recorrer Estados Unidos en caravana. Si eso le sucedió a él, ganador del Nobel de Literatura, imagínense lo que tenido que tragar yo, que no he ganado ni el bingo de regalos del Club Náutico.
Cierto es que la idea de ir en caravana no es, ni muchísimo menos, casual, que mis jefes no dan puntada sin hilo: quieren que experimentemos qué es eso de vivir viajando, ya que este es el verano en el que más caravanas y furgonetas se han vendido y alquilado jamás. El coronavirus ha cambiado la forma de vivir y de movernos y, desde el año pasado, estas vacaciones itinerantes han dejado de ser cosa de guiris jubilados para convertirse en la opción ideal de aquellas familias que desean conjugar la seguridad de no salir de la burbuja entre convivientes con las ganas de libertad, de moverse de un sitio a otro, de volver a ser los dueños de sus propias vidas, de elegir sus destinos.
Y nosotros ¿adónde vamos? Pues como mi querido señorito aprieta pero no ahoga, me ha dejado elegir la caravana y la ruta. Portugal, he dicho. Así, al tuntún. Saldremos de Cartagena y pasaremos por los pueblos del sur de España hasta llegar al cabo de San Vicente; desde allí subiremos a Comporta para pegarnos un baño en la península de Tróia, que lo que es bueno para Albert Rivera y Malú es bueno para nosotros, y regresaremos atravesando Extremadura y el norte de Andalucía. Veo el recorrido y sueño con pasar noches junto a un acantilado y conocer aldeas encantadoras, paisajes extraordinarios y personajes estrafalarios salidos de un western crepuscular, aunque lo más probable es que el tipo más singular con el que me encuentre sea con un triste empleado de banca divorciado que escribe poemas cosmogónicos en Comic Sans.
Pero la ilusión de abandonarte a la carretera y de dejarte llevar por ella nunca se pierde. Cada viaje tiene su propia personalidad, su propio ritmo; cada uno de ellos es una aventura, tanto exterior como interior. Tan interior que llega hasta los intestinos: «Tienes que aprender a ocuparte de tu propia mierda», sentencia una viajera que aparece en 'Nomadland'. A lo mejor ese es justo el nivel de autoconocimiento que me hace falta para quitarme la tontería que llevo encima. En cualquier caso aquí estaré, contándolo cada tres días en su periódico de confianza. Y dando gracias de que mi jefe no haya visto 'Cinco semanas en globo'.
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