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Mirar las nubes siempre es un ejercicio interesante. Por pura abstracción... o para saber si tenemos que coger paraguas. Sin ánimo de quitarles el trabajo a los meteorólogos, aquí una pequeña guía con los tipos de nubes más habituales –y sus reconocibles formas– que anuncian ( ... o no) lluvia.
Nubes bajas
Es la nube de la que cae el orbayo, sirimiri... la lluvia fina que parece que no, pero cala y deja un «cielo gris uniforme». «Son lloviznas típicas del Norte de España, gotitas con un diámetro de menos de medio milímetro que empapan y crean en un cristal el efecto de estar rociándolo con un spray», explica Rubén Del Campo, portavoz de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET). Y aclara una cuestión que sorprenderá a algunos: «Cuando hay niebla, en realidad, estamos dentro de una nube. Aparece cuando los estratos están a ras de suelo».
Para que los identifique de un vistazo: son los borreguitos que dejan una estampa de cielo empedrado. Precioso sí, pero ojo, que pueden indicar inestabilidad y que se acerca un frente. «Son nubes compuestas por muchas unidades más pequeñas de nubes que ocupan mucha extensión de cielo y que anuncian un frente de lluvia», explican desde Aemet. Dentro de este grupo hay un tipo, los altocúmulos lenticulares, que se diferencian de los anteriores por su forma, también ciertamente curiosa: estos parecen ovnis. «Se trata de nubes muy alargadas que se forman cuando el viento choca con las montañas y sufre una 'ondulación'».
Nubes medias
Subimos ahora por encima de los 4 o 5 kilómetros y hasta los 10 o 12. «Las nubes de capas más bajas están formadas por gotitas de agua, pero a esta altitud, como hace mucho frío, ya no son gotitas, sino cristales de hielo», que dejan unas nubes «brillantes». Son los cirros, que toman la forma de «hebras o cabellos blanquecinos, algunos por su forma recuerdan incluso a una columna vertebral (cirrus vertebratus)». ¿Y qué nos dicen? «Que en estas capas altas de la atmósfera hay mucha humedad y que podría avecinarse una borrasca». Si estas nubes finas ganan grosor se convierten en cirroestratos y luego en altoestratos.
Si ve el cielo plomizo, oscuro... coja paraguas. «Los nimboestratos dejan una lluvia uniforme y duradera que riega amplias zonas. Se distinguen de los estratos porque debajo de estas nubes suelen aparecer 'jirones', nubes más pequeñitas que se forman al evaporarse parte de la lluvia que cae y vover a formar una pequeña nube». Estamos en época, por cierto, porque son de otoño e invierno.
Nubes de desarrollo vertical
Son las nubes típicas de tormenta, el chaparrón que te pilla desprevenido en una tarde de primavera de calor pegajoso. «Empiezan a menos de dos kilómetros de altitud pero van creciendo a medida que pasa el día. Es un fenómeno habitual de los meses de primavera: hace mucho calor, el sol va calentando el terreno más y más y, a mediodía, empiezan a crecer hacia arriba unas nubes brillantes y densas con forma de coliflor», describe gráficamente Del Campo. Son los cúmulos, que dejan normalmente «chaparrones flojos que mojan el suelo y luego sale el sol otra vez».
Cuando estas nubes siguen creciendo y ganando en altura –llegan hasta los 18 kilómetros– se llaman cumulonimbos. Las distinguimos de las anteriores porque «en la zona de arriba se extienden de manera horizontal, dibujando una forma que recuerda a un yunque», como si estuvieran tocadas por un sombrero de ala ancha. Anuncian inestabilidad: «Propician lo que se llama una tormenta en condiciones, con rayos e incluso granizo. Son típicas de la primavera, el verano y el principio del otoño».
¿Cómo se forma?: El granizo se forma en los cumunolimbos, explican desde Aemet. Y sucede así: «Dentro de estas nubes hay corrientes de aire muy potentes que suben de la superficie. En la parte de abajo de las nubes hay gotitas, a las que el viento ascendente hace subir. Al subir, como hace más frío, se congelan y van chocando unas con otras. Esas pequeñas gotitas congeladas que chocan entre sí van aumentando de tamaño y, por el peso, caen. Al descender a zonas más bajas donde la temperatura es mayor, se derriten, pero vuelven a encontrarse con las corrientes de aire frío y vuelven a congelarse. Se hacen tan grandes que ya no hay forma de que esas corrientes de aire las sujeten y caen en forma de granizo».
El «pedrisco»: «Lo habitual es que el granizo tenga unas dimensiones de entre 2 y 4 centímetros, aunque en casos excepcionales pueden ser mucho más grandes –pesan entre 10 y 20 gramos–», indican aproximadamente desde Aemet. A este granizo los agricultores lo llaman «pedrisco» y puede causar daños. Cae, sobre todo, en primavera.
El granizo «menudo»: «En el Cantábrico el granizo suele ser más pequeño, de no más de un centímetro de diámetro, aproximadamente. Se le llama 'granizo menudo'» y cae normalmente en época invernal.
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