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Es como uno de esos pasatiempos donde hay que señalar las cosas que están fuera de lugar, que chirrían en una escena. Veamos. Una compresa arrastrada por las olas que nos desbarata un momento idílico cuando nadamos en nuestra cala favorita. Unas botellas abandonadas en ... lo más profundo del bosque. Un montón de colillas en medio de unas marismas de ensueño... Y esto es solo lo que se ve a simple vista en entornos que podemos visitar. Luego también están los microplásticos que aparecen hasta en zonas de la Antártida donde nunca ha puesto el pie el ser humano e incluso en la cima del Everest y, por supuesto, en el cuerpo de muchos animales, sobre todo mamíferos y aves marinos. La lista de cosas (visibles e invisibles) que hemos ido dejando y que hacen estragos en el medio ambiente es interminable y se llama 'basuraleza'.
Sara Güemes, coordinadora del proyecto LIBERA –creado por lEO/BirdLife junto a la organización medioambiental Ecoembes para luchar contra la 'basuraleza'–, lo explica: «No es solo un problema estético, de encontrar una toallita en un paraje natural que nos lleve a decir 'qué asco'. El problema es más profundo: la 'basuraleza' contamina hábitats y genera daños. Hay objetos de plástico que producen atragantamientos en animales marinos, que mueren por ello. O, a veces, la muerte les viene por inanición, porque comen algo de plástico, se sienten llenos y no se alimentan. En el mar, este tipo de desechos, sometidos al sol y al salitre, generan un olor que algunos ejemplares perciben como a comida... y lo tragan». Y ya hemos desequilibrado el ecosistema. Algo más terrestre y que todos hemos visto por ahí tirado en el monte: una (¿insignificante?) colilla. «Pues tiene unos 400 contaminantes, entre ellos algunos metales pesados, como el cadmio o el arsénico. Y puede contaminar muchos litros de agua», alerta Güemes. Parece poca cosa, pero muy contaminante y, para colmo, su 'poder' dura de 4 a 26 años (según el entorno). Un gesto de un segundo tiene consecuencias de décadas. «Por ejemplo, el pesticida DDT prohibido del todo en los años 90 todavía está presente en algunos espacios naturales», apunta la experta.
Así que, aunque un entorno natural nos parezca impoluto, casi seguro que no lo es porque está la contaminación por 'basuraleza' que se ve (y sobre la que podemos actuar) y la que no se ve. «Un estudio en el que ha colaborado el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) se tomaron muestras en 140 enclaves españoles de alto valor ecológico (bosques, costa, acuíferos...). ¡Y en todos ellos se hallaron microplásticos!», desvela.
Ahora quizá estemos pensando que nosotros no dejamos 'basuraleza', que somos muy cívicos... error. Sin querer, dejamos 'basuraleza' de la pequeñita, de la que llega a todos los rincones del planeta porque «hay tormentas, corrientes, mareas y fenómenos atmosféricos que las llevan». «Por ejemplo, cuando hacemos una colada, los tejidos sintéticos generan 700.000 microfibras y eso va al agua», pone como ejemplo. ¿Qué hacemos entonces, ¿no lavar? «No, pero sí podemos reducir el número de lavados, optar por tejidos naturales, consumir menos... aunque debe ser la industria quien se ponga las pilas», indica. ¿Más ejemplos de 'basuraleza' que dejamos? «Cuando lavamos una sartén de teflón, parte de ese teflón se va por el desagüe y llega a espacios naturales.La concentración no es grande.Pero está ahí», añade Güemes. Todo esto, cuando se acumula, modifica la fauna y la flora «y en los últimos 30 o 40 años se ha acelerado el desequilibrio natural». Y, a veces, la 'transformación' por estos desechos no es paulatina, sino que se muestra con ferocidad en los incendios forestales, como se ha visto este verano: el abandono de aerosoles que explotan sometidos a altas temperaturas y el vidrio que con el calor puede originar el llamado 'efecto lupa' son desencadenantes de fuegos. Y ya no hablemos de colillas encendidas...
A pesar de que el panorama invita a muchos al desánimo, la científica asegura que se puede y se debe actuar. Lo primero, no debemos dejar nada que se vea; segundo, hay que retirar lo que nos encontremos si se puede, «ya que estudios sociológicos indican que en un enclave con 'basuraleza', la gente se anima a añadir más 'basuraleza'... y también se ve que quien recoge un día ya lo hará siempre y lo divulgará».
Por eso, LIBERA organiza recogidas de desechos en enclaves de todo el país.Este año: 12.000 voluntarios limpiaron 700 entornos naturales y recogieron 104 toneladas de basuraleza, sobre todo, piezas de plástico pequeñas, colillas y mascarillas, pero también elementos más grandes, como neumáticos.
Se dice que si a algo no le pones nombre es como si no existiese y si esto ocurre en el caso de un problema medioambiental es especialmente grave, porque no se conocerá y, por tanto, nadie verá el peligro. «Nos dimos cuenta que el término 'littering' que se usa en inglés no nos servía: aquí solo lo entendía el 15% de la población. Así que en 2018 creamos el término 'basuraleza', que rápidamente se puso de moda y se extendió», indica Güemes. Ahora lo usan los ayuntamientos españoles en sus iniciativas medioambientales, lo utilizan en todos los países hispanohablantes, aparece en 10.000 hagstags, escritores como Muñoz Molina lo incluyen en sus artículos... «Y hemos pedido a la RAE que lo añada –señala la experta–. Es una palabra que se ha extendido naturalmente, está de moda».
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