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Julio Arrieta
Domingo, 16 de julio 2023, 00:13
Cuando se llega a Frómista (Palencia) en coche desde Boadilla del Camino, es inevitable detenerse en el punto en el que la carretera pasa sobre el Canal de Castilla, ante la vista de las imponentes esclusas 17, 18, 19 y 20. Arriba, junto a la ... oficina de turismo, habilitada en la antigua casa del esclusero, hay un monumento. Es un libro de piedra que reproduce unas líneas de Raúl Guerra Garrido en las que el escritor describe Frómista como el lugar donde «Canal y Camino se encuentran y el cruce de lo telúrico con lo teúrgico marca un punto de privilegio propicio a la meditación».
Al lado, hay un poste informativo que indica, señalando las direcciones correspondientes, que estamos a 1.587 kilómetros de Roma; 157 de Santo Toribio de Liébana; 424 de Santiago de Compostela y a 4.478 de Jerusalén. El visitante se da cuenta enseguida de que no ha llegado a un pueblo más. Este es un sitio distinto.
Frómista es una localidad de Palencia, situada a 32 kilómetros de la capital, que no encaja con la imagen tópica que los urbanitas tienen de un pueblo. No es una 'aldea', vaya. Tiene más de 750 habitantes –«777 éramos en enero, es fácil de recordar», comenta sonriendo su novísimo alcalde, recién estrenado, Feliciano Montes–. Dispone de buenos servicios y «está en una situación privilegiada, junto a la autovía, el ferrocarril, en el Camino de Santiago y el Canal de Castilla». Como en casi todos los demás pueblos de la provincia, «la población se multiplica» –en este caso por algo más de dos, hasta superar los 1.550– «con los veraneantes». Pero los movimientos en Frómista son «mucho más complejos», añade el alcalde.
«Por aquí pasa gente durante todo el año. Tenemos, por un lado, a los peregrinos, unos 150.000. Pero, por otro, tenemos a quienes vienen a visitar el canal o quienes llegan con el objetivo de ver la iglesia de San Martín», uno de los templos románicos más destacados de este estilo a nivel europeo.
Así que cuando uno llega a Frómista a mediodía en julio, lo más probable es que se cruce antes por sus rincones con un visitante de cualquier parte del mundo, literalmente, que con un lugareño o un veraneante. Primer contacto: tres peregrinos australianos. Segundo contacto: dos alemanes. Tercero: una familia de Badajoz, una pareja y dos niños. No son peregrinos pero están de viaje «al norte», huyendo del calor. Como el que hace que a mediodía los veraneantes y vecinos de Frómista estén en sus casas.
Belén trabaja en la Panadería Salazar, en la que se vende el típico pan de candeal. Ella es de Santoyo, pero vive aquí. «Hay muchísima diferencia en la vida de Frómista entre el invierno y el verano», asegura. «Aquí viene gente durante todo el año, pero es ahora, sobre todo en agosto, cuando llega la gente, muchos a pasar las vacaciones con los abuelos o los padres». El pueblo «está muy bien preparado para los que están de paso, pero también para los que se quedan» toda la temporada: «Tienes de todo: farmacia, carnicería, pescadería, el centro médico...».
A la panadería se dirigen María Gloria, de 92 años, su nieta, María de las Mercedes, y las sobrinas de esta, Jimena e Inés. María Gloria es de Frómista. Las niñas viven en Suecia. Toda la familia se reúne aquí y Jimena, que va a cumplir 8 en septiembre, asegura que este encuentro es lo que más le gusta de estar en Frómista. Y también «ir a la piscina».
María Gloria es del pueblo y podría ser su representante, porque recomienda todos sus atractivos. Sus tres grandes iglesias y las obras de arte que atesoran,«como las tablas que robó el famoso ladrón Erik el Belga» y que se recuperaron, pero también los rincones menos conocidos por los foráneos: «Subid a la ermita, es un paseo muy bonito por la tarde». Su nieta no encaja en el tópico de la urbanita que se viene al pueblo, porque en realidad llega de otro pueblo: «Vivo en uno del norte de Toledo. Es mi marido el que va a trabajar a Madrid desde allí».Ella es escritora y a Frómista viene, además de a reunirse con la familia, a ver si busca «algo de inspiración», para lo que el pueblo tiene «un ambiente ideal».
Laura es una joven estudiante de Psicología. «Yo vengo en verano a pesar de vivir al lado, enPalencia, que está muy cerca», explica. Tiene a sus abuelos aquí. «Todas las personas cercanas a mí y mi círculo de amistad están aquí». Y no hay comparación entre «pasar el verano en una ciudad a pasarlo aquí. No hay atardeceres y puestas de sol como las de Frómista. Esto no tiene precio».
JesúsRobles coincide en esta última frase. Aunque, para él, tiene implicaciones diferentes porque es el responsable de turismo de la localidad. «Nuestro 'verano' es especial, porque en realidad empieza a finales de abril, cuando aumenta la llegada de peregrinos. Y acaba en octubre». Entre medias, hay que ofrecer actividades «a los que están de paso y a quienes veranean».Eso explica los carteles repartidos por el pueblo de las jornadas astronómicas que se celebran estos días, «o la feria del queso, las actividades que organizamos con la Diputación, los conciertos de órgano.... Sí, el verano en Frómista tiene su propio carácter».
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