El extraño caso del nuevo cura
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El párroco prohibe la tradicional procesión de ataúdes porque considera que se trata de «folclore y brujería»txema rodríguez
Domingo, 21 de agosto 2022, 00:22
La mujer, Tere, camina de rodillas sobre el duro granito que rodea la iglesia de Santa Marta de Ribarteme. Hecha del mismo material, oscurecido por los años. Se ven muchas, una en cada pueblo, en esa Galicia alejada de los focos. Pero hoy ha ocurrido ... algo extraño, alguien, el cura, ha decidido acabar con siglos de tradición y borrar este lugar del mapa. La romería, famosa en el mundo entero por incorporar a seres humanos metidos en sus ataúdes, una forma peculiar de llevar a cabo sus promesas a la santa, habitualmente vinculada a la salud propia o de familiares. El responsable, que es nuevo en el lugar, se llama Francisco Javier de Ramiro Crespo y resulta ser un párroco interesado en defender con vehemencia la medida ante todos los medios de comunicación, después de decir que somos como los tiburones. Haciendo amigos.
Pero volvamos a Tere, que sufre depresiones y desde hace años se encomendó a la santa para hallar remedio. Dice que con éxito. Y por eso le importa un pimiento lo que diga el cura y cumple con su promesa. Cuenta que el sacerdote le dijo «mejor das cincuenta euros para la santa y con eso ya es suficiente» y con expresión de enfado narra que le contestó que «la santa, que yo sepa, no come y si se los doy a ella se los va gastar usted en pulpo y de eso nada, que para eso me lo como yo». Tres vueltas da a la iglesia apoyada en sus padres. A veces para por el dolor o a beber un poco de agua. Solo ella y un hombre, después de la procesión, cumplirán con un ritual que antes era común entre muchos visitantes. Igual que acompañar a la santa en su breve recorrido por los alrededores del templo introducidos en un ataúd. Promesas que se han desvanecido sin lágrimas.
Pero volvamos al cura. Resulta que hay mar de fondo, de profundidades insondables para quien no sea del pueblo, con el asunto de la organización de la romería, una compleja maraña de intereses cruzados en la que andaba enredado el anterior párroco._Al quitarlo y mandar a don Francisco el obispado quiso poner paz, él dice que «a mí me han mandado aquí a bajar el suflé» y, como daño colateral para la sufrida población local, a acabar con la procesión de los ataúdes, porque «yo no me dedico a fomentar las supersticiones, ni el folclore, ni la brujería». Más claro, agua. Y según transcurre la mañana, ante la incredulidad de quienes van llegando y se enteran de la novedad, el hombre se va viniendo arriba, «si me parten la cara tengo un amigo cirujano plástico que la arregla», «es ridículo meterse en un ataúd», «esto es un show, un espectáculo», «una procesión no es nada comparada con la eucaristía». Va soltando perlas ante las cámaras, una detrás de otra y todavía le da tiempo a bendecir con una mano a algunos feligreses, pocos, que se acercan a saludarle.
Pasado el mediodía, tras la misa de las doce, arranca la procesión. Muchos de los que en otros momentos asistirían como espectadores han dado media vuelta al enterarse de que no salen los ataúdes. Algunos esperan que a última hora prenda la chispa de la rebelión, pero no ocurre. Se guardan el cabreo en silencio. Nadie quiere asumir el liderazgo del motín y cientos de años de tradición se esfuman sin dejar rastro. Ya veremos el año que viene. Todo el mundo anda cabreado, en especial los de los negocios asociados a la romería. Vendedores ambulantes de figuras, muñecos, rosquillas, jamón, bebidas. Los de las atracciones infantiles de feria, los puestos de pulpo y churrasco. Donde antes hubo muchedumbre y periodistas venidos de todo el mundo ahora manda el silencio. Muchos prometen no volver nunca más.
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