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La fruta que se vende en los supermercados reluce. Son piezas perfectas, brillantes, apetitosas. Nos atraen, las compramos y, de forma instintiva, también rechazamos las que tienen algún 'defecto'. Este gesto tan natural y habitual del consumidor tiene una alta factura para el medio ambiente ... y tampoco aporta beneficios a nuestra salud. A diario, las grandes superficies descartan las frutas y verduras 'feas' entre las que ofrecen los productores. Y esos descartes, en su mayoría, no se aprovechan, van a la basura, con el desperdicio que supone no solo del alimento, sino del agua que se ha utilizado para su cultivo y la huella ecológica que ha dejado su producción y transporte.
En medio de este escenario, han surgido negocios sostenibles que aportan su granito de arena para evitar el desperdicio alimentario: la venta de frutas y verduras 'feas', que ganan clientela a pasos de gigante. «Compramos a los agricultores locales los productos que no quieren comercios y supermercados por su aspecto para venderlos a los consumidores. De esa manera, evitamos que millones de frutas y verduras ecológicas 'imperfectas' acaben desechadas por los canales tradicionales de venta y distribución solo por motivos estéticos», señala Camille Martínez, expansion manager de Bene Bono, una startup que comercializa estas piezas que no pasan el corte estético.
Al conectar a agricultores locales con los consumidores «les ayudamos a evitar la pérdida económica que les supone no poder dar salida a una parte de la producción por su apariencia», explica. También aporta un beneficio económico para los consumidores, «que acceden a un producto ecológico de temporada, de calidad y cultivado en España hasta un 30% más barato que si lo compraran en el supermercado», añade la responsable de la startup.
Los clientes contratan las cestas con estos productos para recibirlas en el domicilio o recogerlas en alguno de los comercios colaboradores cada semana. «Son solo defectos 'estéticos' que en ningún caso afectan a su calidad. Son piezas demasiado grandes o pequeñas, con formas o colores diferentes, con manchas... Por ejemplo una zanahoria retorcida, un calabacín que no tiene la piel lisa, o una manzana o una sandía demasiados pequeñas, un limón con una forma rara...», detalla.
Ese aspecto feo suele ser, además, señal de un cultivo ecológico, más natural, incluso con menos productos químicos. Mientras que el brillo de las piezas de fruta y verdura, por el contrario, no es signo de que sean de mayor calidad, solo de que se les han añadido aditivos, agentes de recubrimiento que se aplican para 'embellecerlas'. Estos agentes no mejoran la calidad ni el sabor de los alimentos, solo mejora la apariencia.
Este mercado ecológico alternativo facilita otro ahorro vital para el planeta en lo que se refiere a contaminación y consumo de agua. La firma Bene Bono –que prepara 1.500 cestas a la semana– calcula que desde que comenzaron a funcionar en febrero han logrado salvar 153 toneladas de fruta y verdura ecológica, con lo que han evitado la emisión de 45.900 kilos de CO2 a la atmósfera y han ahorrado 76,5 millones de litros de agua.
Reducir los daños al planeta es una buena razón para comprar piezas feas. «La factura medioambiental por el cultivo y el transporte de alimentos se ha disparado», concluye una investigación de científicos del Global Footprint Network, publicada en la revista 'Natural Food'. El trabajo revela que la alimentación es ya la principal responsable de la desmesurada huella ecológica de Europa.
«Si los supermercados descartan vender frutas y verduras con mal aspecto es porque el cliente no las elige, las deja en los expositores», argumentan desde una gran cadena de alimentación. Por ese motivo, el cambio tiene que llegar, en buena parte, impulsado por los consumidores. «La concienciación de la opinión pública hace años casi inexistente ha aumentado. También la de los gobiernos. De hecho, entre los Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) para 2030 se incluye la producción y el consumo responsable, con medidas como la de reducir el desperdicio alimentario», señala Isabel Cerrillo, profesora universitaria de Nutrición e investigadora. Yuna de las principales acciones, añade, es «el fomento de la venta a precios bajos de productos con fecha próxima a su caducidad o deterioro».
Como prueba de esa creciente concienciación sobre el desperdicio alimentario, la startup, que ya se ha extendido por Madrid, Barcelona, Valencia, Zaragoza, Bilbao y Vitoria. Por otro lado, algunos supermercados también reservan ya expositores con frutas y verduras de peor apariencia a precios reducidos.
En España se tiran a la basura 7,7 millones de toneladas de alimentos al año, según datos del Ministerio de Pesca y Alimentación. Desperdiciamos más de un tercio de lo que produce el planeta, detalla la investigadora Isabel Cerrillo. El informe 'Emisiones de gases de efecto invernadero en el sistema agroalimentario y huella de carbono de la alimentación en España' muestra que esos descartes de lo que se produce y comercializa pero no se consume son responsables de la cuarta parte de las emisiones totales del sistema agroalimentario. «Provocan impactos ambientales innecesarios a lo largo de toda su cadena de valor», advierte la profesora universitaria de Nutrición. Y destaca otro dato muy preocupante: dos millones de hectáreas se han deforestado para producir alimentos que no se han consumido, casi un 30 % de la superficie agrícola del mundo se dedican al cultivo de productos que se pierden o desperdician.
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